7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

La parte por el todo


Cualquiera que haya recibido clases de literatura se acordará de una figura literaria con nombre extraño y un poco difícil de pronunciar, la sinécdoque. Cuando se usa una expresión como «la mejor bota del equipo» o «las piernas más rápidas del campeonato» se sustituye a la persona que se pone esa bota o la dueña de esas piernas por esa parte concreta. Las etiquetas que ponemos a las cosas o a las personas y situaciones cumplen una función similar, ahorrando describir el resto de sus rasgos y potenciando lo más evidente o significativo. Como hemos escrito anteriormente en este espacio, nuestro cerebro y el proceso de nuestra mente tiende a la síntesis, a resumir la realidad que percibimos, categorizarla y almacenarla para tener una respuesta rápida la próxima vez, para no tener que realizar el mismo análisis exhaustivo de nuevo en busca de la acción más adaptativa. Aprendemos resumiendo, abstrayendo, y nos movemos de la percepción del detalle a la conclusión de una categoría rápidamente. Tanto es así, que cuando llegamos muchas veces a las mismas conclusiones, los detalles disonantes de las situaciones nuevas no afectan en exceso el resultado. Es decir, si llego a menudo a la conclusión de que mi compañera de trabajo es desconsiderada por no preguntarme si necesito una mano con un asunto complicado, o por ir a por un café y no preguntarme si quiero uno, futuros gestos de consideración pueden pasar desapercibidos. Somos muy buenos (o muy malos, según se mire) sacando conclusiones rápidas y confiamos profundamente en nuestra percepción y análisis, y al mismo tiempo esta misma agilidad cubre de sombras las partes de la realidad que contradicen dichas conclusiones. Partes que son por otro lado, tan intrínsecas como las que elegimos para hacer nuestros análisis. Cuando llegamos a una conclusión sobre alguien cercano, es todavía más complicado mantenerla siempre porque son muchas más las oportunidades de que esa persona desafíe nuestras primeras ideas. De hecho, podemos hacer un experimento casero bastante sencillo: completemos con tres características que consideremos esenciales la frase mi pareja es… o mi padre es… (si quieres probar, no sigas leyendo todavía, espera un poco y termina la frase)

Y ahora, busquemos una evidencia en nuestra experiencia con esa persona, que contradiga esa característica que le hemos puesto. Al principio, puede ser difícil, incluso puede que no nos guste encontrarlas, pero estas sencillas pruebas contradictorias no implican que tengamos que cambiar nuestras impresiones, o que nuestras conclusiones sean erróneas. Simplemente podemos demostrar que esas cualidades que adscribimos rápidamente son más flexibles, menos totalitarias de lo que pensábamos al completar la frase con tanta concisión. Normalmente nos agarramos a nuestras primeras impresiones porque son las nuestras, pero también porque no estamos tan acostumbrados a actualizarlas, no ponemos en duda la limitación de nuestro juicio o tenemos en cuenta el momento en que las hemos obtenidos. Y sin duda, todas esas circunstancias influyen en la manera en que analizamos y sintetizamos a otras personas. También podemos ir un paso más allá y pensar en lo que viene asociado a nuestras conclusiones. Las conclusiones son esquemas de pensamiento, categorías, como decíamos pero están íntimamente relacionadas con las emociones.

Cada una de las características que hayamos escrito en el pequeño ejercicio anterior seguramente traen asociadas emociones, de modo que sentiré cosas distintas tras concluir que mi padre es sensible, por ejemplo, o al pensar que es frío. Con la primera, hay quién puede sentir la calma, el afecto o la seguridad, y con la segunda, la tensión, la tristeza o el enfado. Y estas emociones nos activan de tal forma que actuamos diferente y condicionan de nuevo nuestra atención para que, la próxima vez, tratemos de confirmar esas mismas conclusiones. A menudo, sin embargo, lo primero que viene es la emoción y después el pensamiento; es decir, sacamos conclusiones sobre una persona según lo que sintamos con ella, poniéndola en una categoría que en teoría la define, pero que, en la práctica, surge de nuestro sentir con ella. Pensamiento y emoción se alían para definir a personas y situaciones, y al mismo tiempo, se trata de nuestros pensamientos y nuestras emociones, de nuestro cuerpo que reacciona y de las acciones que decidimos a partir de entonces. Se trata, a menudo, más de nosotros que de ellos.