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MIRADA AL MUNDO

Etiopía no es tierra para los rastafaris


Llegaron a Etiopía en busca de la “Tierra prometida”, pero al cabo de unos años, solo encontraron marginación y hostilidad hacia ellos. Son los rastafaris, que se asentaron en el país africano en los años 60 atraídos por la figura del emperador Haile Selassie y que en la actualidad viven una situación muy complicada, ya que son auténticos parias en ese lugar.

El origen de la presencia rastafari en Etiopía se remonta a 1920. Ese año, el líder del Movimiento por la Conciencia Negra, Marcus Garvey, pidió a sus seguidores que miraran a África, porque cuando en ese continente se coronara a «un rey negro, el día de la liberación estará cerca». Diez años más tarde era coronado en Etiopía el emperador Haile Selassie, lo que parecía hacer realidad el augurio de Garvey.

A partir de ese momento, muchos negros de América, especialmente los asentados en Jamaica, pensaron que había llegado el momento de regresar a la patria de sus antepasados, que, de esta manera, había quedado condensada en Etiopía. En 1948, el emperador Selassie entregó 200 hectáreas de tierra en Shashamene, a 225 kilómetros de Addis Abeba, a la gente negra de Occidente que le había apoyado en su lucha contra la Italia de Mussolini. Los primeros colonos en llegar fueron judíos afroamericanos, ya que se suponía que el emperador era el último descendiente de los amoríos entre el rey Salomón y la reina de Saba.

A estos primeros colonos se sumaron en 1963 una docena de rastafaris jamaicanos. Ese número se disparó cuando el mismo Selassie realizó una emotiva visita a la isla tres años más tarde. No en vano, la denominación de este grupo surgió del nombre del emperador antes de su coronación: ras (título nobiliario de Etiopía) y Tafari, que era su nombre de nacimiento.

Esta situación tan positiva para la colonia rastafari sufrió un brusco giro en 1974. Ese año, el emperador perdió el trono a manos de la Junta Militar de la Revolución Marxista Etíope, encabezada por el teniente coronel Mengistu Haile Mariam, también conocida como Derg. Al año siguiente, Selassie murió en circunstancias no aclaradas del todo y comenzó una campaña para erradicar todos los vestigios de la dinastía imperial. Dentro de ella, figuraba la nacionalización de la tierra entregada a los rastafaris en Shashamene, por lo que algunos colonos huyeron.

Sin embargo, en la actualidad, todavía quedan unos 1.500 rastafaris en esa zona, además de unos pocos en la capital del país y en la ciudad de Bahir Dar. 85 años después de la coronación de su emperador, este movimiento espiritual, que se hizo famoso en el mundo gracias a la música de Bob Marley, sigue celebrando la llegada al trono de Haile Selassie. Uno de sus miembros es Reuben Kush, que llegó a Etiopía hace diez años procedente de Gran Bretaña. Kush recuerda que «el emperador nos había dado 500 hectáreas y hoy vivimos en seis o siete, y no tenemos un control sobre su propiedad».

Sin derechos. La discriminación que sufre esta comunidad llega a tal extremo que no se les permite obtener el carnet de conducir ni tener propiedades. Tampoco tienen derecho a trabajar ni a enviar a sus hijos a la universidad, según denuncia Kush.

La mayoría de ellos son apátridas, ya que las autoridades etíopes no les conceden la nacionalidad y muchos de ellos perdieron la que tenían en sus países de origen, porque no renovaron sus pasaportes, de tal manera que están en una especie de limbo.

Las posibilidades de revertir esta situación son escasas por la actitud de las autoridades del país y porque incluso entre la pequeña comunidad rastafari no existe una voz común a causa de las rivalidades latentes entre las cuatro iglesias presentes entre ellos. De hecho, cada una de ellas celebra a su manera la coronación de Selassie, un rito en el que no suele faltar el sonido de los tambores, una vestimenta concreta (las mujeres con la cabeza cubierta y los hombres descubierta), y las canciones y salmos entonados hacia el este, como exige su religión. También están presentes los colores rojo, amarillo y verde de la bandera etíope y rastafari, y la música reggae.

Paul, sacerdote y líder de la comunidad de Bobo Ashanti (una de las iglesias rastafaris), y que llegó a Etiopía procedente de Jamaica en 1992, está convencido de que «si la comunidad se uniera, ya habríamos conseguido nuestros derechos, pero como tenemos diferentes ideologías y formas de pensar, no acudimos al Gobierno con una sola voz».

Poner fin a esa discriminación resulta fundamental, ya que, como señala Reuben Kush, «sin acceso a la educación y al trabajo como cualquier etíope, qué va a ser de las nuevas generaciones. Debemos decir a nuestros hijos que tienen un país. Ellos nacieron aquí, pero son considerados apátridas y no pueden tener papeles en Etiopía ni en los países de los que proceden sus padres».

A pesar de los problemas, nuevos rastafaris siguen llegando a Etiopía, algunos para pasar las vacaciones en plan peregrinación, aunque también los hay que llegan con intenciones de quedarse, ya que el fervor parece poder con el miedo y la discriminación. Mientras, todos aseguran que la comunidad no se está muriendo y siguen rezando a su mesías particular, Haile Selassie, en un país donde les siguen considerando extranjeros.