20 DIC. 2015 regreso al pasado Un nuevo palacio real en Berlín No pocos en la Unión Europea se consideran víctimas del «dictado de Berlín», expresión que constituye una forma de referirse a la severa política de austeridad de la canciller alemana, Angela Merkel. Es precisamente en la capital alemana donde se erige, en suelo histórico, un nuevo palacio cuya fachada recuerda a la Alemania Imperial y que elimina el recuerdo republicano. Ingo Niebel {{^data.noClicksRemaining}} Para leer este artículo regístrate gratis o suscríbete ¿Ya estás registrado o suscrito? Iniciar sesión REGÍSTRARME PARA LEER {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Se te han agotado los clicks Suscríbete {{/data.noClicksRemaining}} Alguien que viaje a la capital alemana en estos días verá que al Estado gobernado por Angela Merkel le va tan bien que puede permitirse el lujo de construir en el histórico centro de Berlín un palacio por valor de 600 millones de euros. Tal vez reconocerá ya su silueta porque antes la habrá visto en el Museo Histórico Alemán (DHM), donde fotografías en blanco y negro muestran lo que hasta 1918 fue sede de los reyes de Prusia y últimos emperadores de Alemania. Hoy es todavía una obra en construcción fuertemente vigilada a la que accede todo tipo de maquinaría pesada, camiones y grúas. El ruido que produce compite con el del intenso tráfico que discurre por la gran avenida Unter den Linden (Bajo los Tilos) en dirección oeste, y llega hasta la Puerta de Brandenburgo, donde se levanta el lujoso Hotel Adlon y las embajadas de Washington y París. La dirección contraria nos lleva hacia Alexanderplatz, con su emblemática torre de televisión. Este tramo recibe el nombre de Karl Liebknecht, cofundador del histórico Partido Comunista de Alemania, el KPD, ilegalizado desde 1956. Cerca de las obras se percibe el sabor a fino polvo característico de las construcciones de hormigón. Sin embargo, el olor a venganza y triunfalismo sobre el enemigo ideológico sólo se puede detectar si se conoce la historia de este lugar, enclave de tres palacios emblemáticos en los últimos cien años. «Vamos bien de tiempo», es lo único que se entiende de las explicaciones que da el presidente y portavoz de la Fundación Berliner Schloss-Humboldtforum, Manfred Rettig, a los periodistas convocados para mostrar el avance de la obra antes de la «fiesta de cubrir aguas», que se celebra al completar el tejado de un edificio. El resto de sus palabras desaparecen entre el ruido de las obras y escapan en las dimensiones gigantescas de las salas vacías. Según lo proyectado, el nuevo edificio rectangular de cuatro pisos tendrá una superficie de 55.000 metros cuadrados y su inauguración está prevista para el año 2019. Rettig organizó en los años 90 el traslado de los más importantes ministerios y otras instituciones del Estado desde Bonn, antigua capital de la República Federal de Alemania (RFA), a Berlín. Tiene en su haber que la mudanza terminó un año antes de lo previsto y que salió más barata. No es lo habitual en las macroobras que se están realizando en la capital. Su nuevo aeropuerto internacional Willy Brandt– más conocido por sus siglas internacionales BER–, ha resultado tal ruina técnica y financiera que ya se alzan voces para que sea demolido y reconstruido. Con Rettig al mando, reina la esperanza fundada de que el nuevo palacio corra una suerte mejor, al menos mientras no se dé otra revolución o incluso otra guerra. Cambio de época, cambio de nombre. Fue en febrero de 1945 cuando el antiguo palacio sufrió los peores daños en la guerra que el líder nazi Adolfo Hitler había desencadenado en 1939. Aún así, el edificio se mantenía en pie y podría haber sido reconstruido. Sin embargo, tras la fundación de la socialista República Democrática Alemana (RDA), y como consecuencia del nacimiento de la capitalista RFA, su suerte estaba echada. El Partido Socialista Unificado de Alemania (PSUA) decretó su completa destrucción en 1950. Sin duda alguna, y haciendo valer la letra del himno que empieza con “Surgido de las ruinas y mirando hacia el futuro …”, el Gobierno de Berlín oriental acabó tajantemente con el pasado monárquico y prusiano, aunque mantenía otros valores del estado federal desaparecido tras la derrota de 1945. Una vez retiradas las 100.000 toneladas de escombros, rebautizó la histórica Plaza del Palacio como Plaza de Marx y Engels. En adelante el lugar serviría para las concentraciones masivas del PSUA en honor a la RDA. No obstante, la destrucción se explica también por el hecho de que Berlín oriental cubría casi en solitario las indemnizaciones alemanas que exigía la Unión Soviética por los daños sufridos en la Segunda Guerra Mundial. Ante la falta de un poder industrial, como existía en la Cuenca del Ruhr, y de un plan Marshall, la RDA no podía permitirse el lujo de gastar dinero, material y personal en la reconstrucción de un símbolo opuesto a su ideología y que, en un principio, no iba a tener un beneficio directo para la mayoría social. Un lustro después de la capitulación incondicional, tras una contienda devastadora, esta requería casas habitables, comida y trabajo. Lo que quedó del antiguo palacio era el Portal IV, que fue integrado parcialmente en el nuevo edificio que hasta 1990 albergaría al Consejo de Estado de la Alemania socialista. Un portal con un significado especial, ya que el líder comunista Liebknecht proclamó desde su balcón la República durante la tarde del 9 de noviembre de 1918, horas después de que, a unos dos kilómetros, lo hiciera el socialdemócrata Philipp Scheidemann desde el Reichstag (Parlamento). La victoria del socialismo alemán sobre el monarquismo de índole prusiana quedó plasmada en 1976, al inaugurarse el Palacio de la República. Un lustro antes, Erich Honecker había decretado la construcción del nuevo edificio. La nueva construcción rectangular cubría la tercera parte del solar que habían ocupado reyes prusianos y emperadores. En su fachada oeste, el blanco de sus paredes contrastaba con las ventanas marrones, y la imagen de la hoz y el martillo, símbolo del Estado socialista, lucía en el centro. El interior del Palacio de la República reflejaba la visión del comunismo alemán sobre cómo debían ser las casas de cultura. Una de las salas se reservó para los plenarios de la Cámara Popular (Parlamento de la RDA) y otra sala, mucho más grande, se destinó a grandes espectáculos que pudieran ser transmitidos por la TV estatal. A ello se añadían galerías con cafeterías y otras instalaciones para el tiempo de ocio. La cantidad de lámparas que había en su entrada inspiró a los berlineses, que apodaron el palacio como «la tienda de lámparas de Erich». Su proyecto político entró en su fase final en 1990. En verano de 1989, una fuga masiva de ciudadanos por Hungría, Checoslovaquia y Austria hacia la RFA llevó a la RDA a la peor crisis conocida desde la construcción del Muro de Berlín en 1961. Surgió un movimiento de protesta interno que puso fin al modelo alemán de socialismo. En noviembre de 1989 se abrió el Muro, tres semanas después de que Honecker fuera destituido. En marzo de 1990 se introdujo el marco occidental como moneda oficial de la RDA, y el 20 de setiembre de ese año, los parlamentos de ambos estados ratificaron el Tratado de la Unificación, por el que la RDA se adhería a la legalidad de la RFA el 3 de octubre de 1990, aceptando su sistema político. Un día antes de aquella histórica decisión, la Volkskammer decretó el cierre definitivo del Palacio de la República. Sirvió como argumento el alto grado de contaminación que suponían las 5.000 toneladas de amianto de su estructura. Aquella decisión se explica también con el ambiente anti-RDA que reinaba en aquellos tiempos, tanto en una parte de la sociedad política germano-oriental como en la élite política de la RFA, que controlaba el proceso que desembocó en lo que algunos llamaron la anexión de la RDA. En este clima no cabía el recuerdo al Estado socialista, y desde el principio se optó por recurrir a la desaparecida Prusia como nuevo elemento de consenso nacional. Llamó la atención que Kohl asistiera al acto en el que la familia imperial de los Hohenzollern llevó de nuevo los restos del rey Federico II el Grande a su tumba en Potsdam, de donde habían sido evacuados ante el avance del Ejército Rojo. Una vez decidido que Berlín iba ser la nueva capital de la Alemania unida, surgió también el debate sobre la reconstrucción del Palacio Real que en su día formaba un conjunto arquitectónico con la catedral –símbolo del protestantismo–, el Museo Antiguo –símbolo de la cultura– y lo que fuera el museo militar, el Zeughaus, símbolo del poder militar de Prusia. El Humboldtforum. La reconstrucción actual se levanta ahora sobre los cimientos del Palacio de la República y las paredes de hormigón son obra de la antigua constructora alemana Hochtief, hoy propiedad de la española ACS. Otras empresas reconstruyen las tres fachadas y sus ventanas históricas. En teoría, la Fundación de Rettig debería financiar el coste de la partida, pero el semanario ‘‘Der Spiegel’’ informó en 2013 que, en un principio, los gastos irán a cargo del erario público para garantizar la conclusión de las obras. Sólo la parte oriental que da hacia Alexander-Platz muestra una estética moderna para mantener la armonía con las fachadas de los edificios construidos en la época de la RDA. Dentro del nuevo Schloss se ubicará el Foro Humboldt. El nombre homenajea a los hermanos prusianos, los científicos Alexander y Wilhelm. El primero está considerado como el «segundo descubridor de Cuba»; el segundo, aparte de ser el creador del sistema educativo alemán, elevó a categoría de ciencia el estudio del euskara en el siglo XIX. El Humboldtforum acogerá en 2019 la colección de 500.000 objetos de arte no europeo que aún guarda la Fundación de Patrimonio Cultural Prusiano en el Museo Etnológico del sur de la capital, y en el Museo de Arte Asiático. Además, la gran sala de la entrada servirá para eventos y la Biblioteca Municipal y la del Estado de Berlín equiparán una biblioteca especializada. En el segundo y el tercer piso habrá exposiciones dedicadas al arte de Oceanía, América, África y Asia y, aunque se marca como objetivo del nuevo centro Agora el fomento del diálogo entre las culturas, ya se han alzado voces críticas que temen el surgimiento de un nuevo «colonialismo cultural» de índole germanocéntrica. La historia de los últimos cien años ha demostrado la rapidez con la que pueden desaparecer los edificios erigidos en este lugar. También al Schloss le han puesto ya una pegatina que marca su fecha de caducidad. Esa es, al menos, la intención de la bloguera Marion Pfausaka Rigoletti. Su iniciativa se llama «humboldt21» y en la página del mismo nombre recoge donaciones para proceder a demoler lo que aún no ha terminado de construirse. Convencida de su éxito, anuncia ya para 2050 una fiesta en Facebook para celebrar el aniversario de la voladura del palacio. Eso sería otro regreso al pasado.