01 MAY. 2016 El FENÓMENO de LA gentrificación La «cara B» de la regeneración urbanística en Londres Vecinos que pierden sus negocios porque se triplica el alquiler de las lonjas, mientras gente joven arriesga –y a veces gana– con la apertura de nuevos y modernos locales en los barrios tradicionalmente más deprimidos de la ciudad. La gentrificación, el movimiento migratorio del siglo XXI, es un viejo conocido en Londres. María Suárez {{^data.noClicksRemaining}} Para leer este artículo regístrate gratis o suscríbete ¿Ya estás registrado o suscrito? Iniciar sesión REGÍSTRARME PARA LEER {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Se te han agotado los clicks Suscríbete {{/data.noClicksRemaining}} El autobús número 59 conecta la céntrica Trafalgar Square con el barrio de Brixton en algo más de media hora por tan solo una libra y media. Pagando algo más (a veces casi el doble) se puede apurar el tiempo en metro, a través de la “Victoria Line”. Teniendo en cuenta los más de 1.500 kilómetros cuadrados que hacen de Londres la ciudad más extensa de Europa, este barrio al sur de la ciudad posee una situación privilegiada para quienes buscan una conexión rápida con el centro. Sin embargo, lejos de la invasión de las franquicias (la mayoría estadounidenses), que ocupan cada vez más espacio en las calles del centro de Londres, Brixton siempre ha sido un barrio con carácter propio. Su moneda local, el Brixton Pound, es un buen ejemplo de ello. Se instauró hace unos años para luchar contra la crisis y aunque no pretende competir con la libra esterlina, sí se puede utilizar en algunos comercios tradicionales de la zona. El barrio que vio nacer a David Bowie atraviesa desde hace varios años uno de sus momentos más inciertos. Las nuevas inversiones, reformas de edificios, supermercados y modernos bares y restaurantes han supuesto un arma de doble filo con el paso del tiempo y el éxito de los negocios ha disparado el precio de los alquileres. Es la gentrificación de Brixton, un barrio hasta hace años evitado por muchos por albergar su famosa prisión y que ahora es uno de los más modernos de la ciudad. «Esto no es nuevo, viene sucediendo desde hace veinte años», asegura un cliente del Brixton Pound, un establecimiento que ocupa una de las lonjas de los soportales de debajo de las vías del tren y que comparte nombre con la divisa del barrio. «Al principio era estupendo, porque este era un barrio muy pobre, y comenzaron a abrir restaurantes nuevos, bares, supermercados… Era todo muy novedoso. Pero ahora ha ido demasiado lejos». Una de las estampas más coloristas de Brixton –con permiso del mural de David Bowie, que ocupa una de las paredes de la fachada de los tradicionales almacenes Morelys– es la sucesión de pequeños negocios ubicados en los soportales de debajo de la vía del tren. Es precisamente la compañía ferroviaria Network Rail la que ostenta la propiedad privada de estas lonjas, que serán reformadas en los próximos meses. «En agosto todos los locales deben ser desalojados para que comiencen los trabajos de regeneración», informa a 7K Linda Quinn, editora de la web de noticias “Brixton Blog”. En principio, la noticia puede parecer positiva pero hay una segunda parte. «Cuando las obras terminen, los arrendatarios podrán volver a sus negocios, aunque pagando una renta mucho mayor», explica Linda, que lleva viviendo en Brixton desde hace más de cuarenta años. Objetivo: desplazar a los locales. «¿Que cuánto más me piden que pague? Tres veces más de mi renta actual». A Mr. Mash se le saltan las lágrimas cuando se le pregunta por el ocaso de su negocio, una pescadería en una de estas lonjas que abrió sus puertas en 1932. «Mi abuelo arrancó este negocio y ahora yo lo tengo que cerrar porque no me puedo permitir pagar el alquiler que me piden. Así que el 19 de agosto, como tarde, cerraré para siempre la pescadería», asegura resignado sin poder ocultar la emoción. A pocos metros de su establecimiento se encuentra la tienda de alfombras Budget Carpets, cuyo escaparate repleto de carteles en contra de los planes de la compañía de trenes ya aventura una posición más beligerante de los dueños, que llevan 26 años en Brixton. «No se trata de que suban más o menos la renta sino que van a echarnos de nuestros negocios para hacer unas obras que nosotros ni necesitamos ni queremos», aseguran exaltados. «Sin duda, el principal problema es el del precio de los alquileres, tanto de negocios como de la vivienda», asegura Linda Quinn, pero no solo en Brixton sino en todo Londres. En internet se pueden encontrar varios mapas en los que se reflejan de un simple vistazo los desorbitados precios, que van desde las casi 3.000 libras al mes por un piso con solo una habitación en pleno Hyde Park Corner, hasta las 300 libras mensuales de Hatton Cross, municipio cercano al aeropuerto de Heathrow, a tres cuartos de hora en metro del centro de la capital. «La gente de Brixton no se puede permitir pagar los elevados alquileres –asegura Linda–, pero los nuevos negocios sí que atraen cada vez más a personas con mayor nivel adquisitivo». La periodista asegura que la gentrificación tiene su parte positiva: «Brixton ha sido regenerado con dinero público, lo cual es algo positivo, se van a construir nuevas viviendas, se invierte en nuevos negocios que tienen éxito y atraen a gente joven. Pero ello no debería ser a costa de desplazar a la población local con precios desorbitados en el alquiler». La lucha es similar a pocos kilómetros al norte. Los vecinos de Lambeth, a orillas del Támesis, pelean con protestas y manifestaciones semanales por mantener sus bibliotecas municipales. El gobierno del barrio pretende rentabilizar al máximo los locales y tiene entre sus planes la apertura en su lugar de gimnasios y centros de bienestar para el año 2020. Los vecinos aseguran que lo más parecido a una biblioteca que incluirán estos centros es un servicio de ordenadores, espacios de estudio y préstamo de libros. Al menos tres bibliotecas se ven afectadas por este plan de reforma, una de ellas tendrá que cerrar y las otras dos compartirían espacio con este nuevo proyecto. Las autoridades locales aseguran que es necesario reutilizar los locales de manera diferente para hacer frente a la crisis y evitar recortes en otras áreas. Sin embargo, los usuarios de las bibliotecas aseguran que el barrio no necesita gimnasios de pago que solo podrán permitirse los más adinerados y defienden la necesidad de mantener las instalaciones culturales municipales. El ejemplo de Dalston. La zona este de Londres es un área donde tradicionalmente los alquileres han sido más baratos que en el oeste de la ciudad. En el barrio de Hackney se encuentra el distrito de Dalston, fronterizo con Shoreditch, otra de las mecas de los jóvenes las noches de los fines de semana. Dlaston es otro de los barrios de moda de Londres. El periodista David Altheer lleva viviendo allí «desde que existían las tiendas de video Beta». Está a cargo de la web de noticias locales “Loving Dalston”, y ha colaborado en medios como “The Guardian”. Para David Altheer, la gentrificación es parte de un ciclo al que toda gran ciudad se enfrenta, y apuesta por aprovechar al máximo los beneficios que de ello se pueda extraer. «Todo está en constante evolución, también los negocios –explica–. Es algo cíclico y siempre ha ocurrido a lo largo de la historia. No hay más que ver el mapa Booth para darse cuenta de ello». El filántropo británico Charles Booth dejó para el legado de Londres el llamado Booth Map, en el que se puede comparar el nivel de pobreza de los barrios en 1890 y en el año 2000. «Como verás, la zona centro de Londres era una de las más pobres hace años y ahora se ha vuelto de lo más próspera. Eso mismo ocurre ahora con el resto de barrios periféricos, es parte de la evolución natural de las ciudades», asegura Altheer, quien aprovecha para ilustrar su teoría con un ejemplo in situ: Una pequeña plaza en pleno corazón de Dalston, un barrio de población típicamente afroamericana, donde se junta con la turca y polaca. Allí el bullicio del ir y venir de la gente por la avenida principal de Kingsland High Street se mezcla con las animadas conversaciones de los vendedores y clientes de los coloridos puestos del mercado callejero donde se pueden encontrar frutas y verduras de calidad a precios muy inferiores que en los supermercados más económicos de la ciudad. A unos cien metros de allí, en la Plaza Gillett, se encuentra el Kaffa Coffee, una pequeña cafetería que el etíope Markos Yared abrió hace dos años, cuando llevaba ya quince en Londres, y en la que, rodeados de una cuidada decoración de madera, se puede degustar el auténtico café de Etiopía por menos de dos libras –un precio muy inferior al que ofrecen las grandes cadenas multinacionales que han conquistado casi todos los rincones Londres–. Contrasta con la rústica decoración la pantalla de ordenador con la señal de una cámara de seguridad que apunta hacia la terraza del local. «¿La cámara? Claro que es necesaria, en esta plaza se reúne en muchas ocasiones gente sin hogar, delincuentes comunes que salen de la cárcel y no tienen dónde ir, vienen a la plaza, se pelean, beben.... El Gobierno no se preocupa por aquellos que salen de la prisión, o vuelven después de toda su vida en el ejército y no tienen donde caerse muertos», explica con un gesto de resignación. David Altheer escucha atento y apostilla: «Mucha gente evita venir a esta plaza por lo que se puede encontrar. Sin embargo, si esta plaza se pone de moda, se invierte en negocios y comienza a venir gente, la zona se regenera. La inversión en negocios de la zona es algo a todas luces positivo», asegura. Otro ejemplo, la radio NTS de Dalston: «Vienen DJs de todo el mundo a realizar sesiones. Eso hace que venga gente a los negocios. Otra cosa es el problema del precio de los alquileres, que sube y sube, pero es algo que yo dejo al margen de la gentrificación». Altheer separa ambos conceptos: «El aumento del alquiler de los locales en Londres es una constante con o sin gentrificación, y es un problema que el Gobierno no enfoca correctamente. Pero no solo en Londres, está ocurriendo en todas las ciudades grandes del mundo», explica. Altheer asume con naturalidad el riesgo de que grandes cadenas acaben dominando la zona, como ya lo hacen en gran parte del centro de la capital. «Acabará pasando, todos los bares acabarán siendo franquicias, es la ley del negocio». A pocos metros, testigo silencioso de sus palabras, uno de los mejores ejemplos de la gentrificación en Dalston, el cine Río, que refleja la realidad de un negocio de más de cien años en lucha por sobrevivir en medio de un sector en crisis. El Río engrosaba no hace mucho la lista de la revista “Time Out” con los mejores cines independientes de Londres. Hoy en día no parece estar lejos del cierre, aunque los empleados prefieren no aventurarse ni resguardarse en el victimismo. «Efecto Shoreditch». Sin duda otro de los ejemplos más conocidos de este cambio urbanístico en Londres es el del barrio de Shoreditch, uno de los emblemas del East End de la ciudad. De hecho, los medios de comunicación han acuñado el “efecto Shoreditch” para referirse a esta regeneración de doble cara en un barrio cuyos edificios recuerdan a depósitos industriales y sus calles en un principio no invitan a dar un agradable paseo. Sin embargo, Shoreditch es la cuna de la modernidad artística que se basa precisamente en lo decadente. Hace años la zona de Brick Lane no era más que una parte de la deprimida área y el mercado de Spitafields era un humilde lugar de compras de la comunidad bengalí. Hace algunas décadas adquirir una propiedad en el East End era prácticamente una ganga y por ello, jóvenes artistas y fotógrafos comenzaron a hacerse con algunas lonjas para transformarlas en estudios o galerías. Hoy en día, aquel barrio se ha convertido en el centro neurálgico alrededor del cual conviven puestos de comida callejera y numerosas tiendas, pubs y restaurantes con los precios característicos de los locales más cool. Los domingos por la mañana pasear por Brick Lane es algo parecido a caminar en medio de una manifestación. Las opciones de ocio son muy variadas, aunque los precios no tanto. Un pack de cuatro tabletas de chocolate, 40 libras (unos 50 euros); un botellín de cerveza australiana de importación, 6 libras (unos 7 euros y medio); o un bol de cereales de la conocida tienda Cereal Killer, unos 4 euros. Precisamente este establecimiento, que regentan dos gemelos norirlandeses, se convirtió hace unos meses en el centro de la ira de un grupo de manifestantes anti-gentrificación convocados por la organización de ideología anarquista Class War. Algunos participantes en la protesta arremetieron contra el cristal del establecimiento y llenaron de pintura la parte de fuera del local en el transcurso de la marcha. Los dueños del negocio aseguran que tuvieron que esconder a los clientes en el sótano. Uno de los participantes en la manifestación explicó días más tarde en el diario “The Guardian” que «este tipo de negocios conviven con la realidad de que casi la mitad de los niños que habitan en el este de Londres viven por debajo del umbral de pobreza. Mientras los visitantes o nuevos residentes en el barrio pueden costearse un extravagante bol de cereales de cuatro euros, los habitantes de toda la vida no solo ven cómo su barrio se llena de negocios a los que no se pueden permitir acudir sino que sufren las consecuencias del aumento del precio del alquiler y muchos de ellos acaban abandonando la zona». Además, los precios no parecen tocar techo. Recientemente, el diario “The Independent” publicaba un estudio de la consultora inmobiliaria privada Knight Frank que preveía una subida del alquiler en la zona de Shoreditch del diez por ciento en 2016. Desde hace años, varias áreas del East End de Londres compiten en precio de alquiler con céntricos barrios como Covent Garden, Myfair, Soho, Paddington o Victoria. La gentrificación –que, por cierto, es un término tomado del término inglés gentry, que significa «alta burguesía»– lleva años llamando a la puerta de las zonas más humildes y convirtiendo a algunas de ellas en la primera parada de los turistas y en la base de los locales más hipsters de la ciudad. No solo los barrios mencionados, también los de Peckham o Clapham, al sur de Londres, o el de Candem, al norte de la ciudad, tratan de sacar el máximo partido a este fenómeno urbanístico y a su vez de luchar contra sus efectos negativos. Cuando alguna de estas zonas pasa a engrosar la lista de «los barrios más cool de la ciudad» en las revistas de viajes, algunos tiemblan; otros en cambio, se frotan las manos.