29 MAY. 2016 the Messenger band Cantando por sus derechos The Messenger Band compone e interpreta canciones para empoderar a las trabajadoras de Camboya. Son seis exempleadas de la industria textil que han trabajado en las maquilas fabricando por 45 dólares al mes muchas de las prendas que vestimos ignorando la situación de sus artífices. Vanessa Sánchez {{^data.noClicksRemaining}} Para leer este artículo regístrate gratis o suscríbete ¿Ya estás registrado o suscrito? Iniciar sesión REGÍSTRARME PARA LEER {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Se te han agotado los clicks Suscríbete {{/data.noClicksRemaining}} El paisaje urbano de Phnom Penh tiene algo de medieval. Y es que lo componen conjuntos de gremios. Nos trasladamos en tuk-tuk –popular triciclo motorizado– al barrio textil que agrupa docenas de pequeños comercios que venden máquinas de coser y bobinas de hilo de colores. Ahí está la sede de The Messenger Band, en una casa como tantas hay en Camboya: con puertas abiertas y sandalias y chancletas en la entrada, ya que siempre hay que descalzarse para acceder. Llegamos con la emoción de ir a conocer a una mujer valiente. Es Vun Em. «No tengo miedo», nos dice, «pero en este país nunca se sabe qué puede pasar». La líder del grupo de folk compuesto por seis extrabajadoras de la industria textil recuerda cómo el 3 de enero de 2014 las fuerzas especiales del Ejército disolvieron a balazos una manifestación por mejoras salariales en el sector. El grupo apoyaba a las huelguistas desde lo alto de tuk-tuks. Cuatro manifestantes murieron, una desapareció y otras 23 fueron detenidas y puestas posteriormente en libertad. Este dramático suceso inspiró su último tema titulado “3 de enero”. El grupo canta en khmer o camboyano. «No abogamos por la violencia. Solo pretendemos informar de cómo los acuerdos internacionales afectan a nuestras vidas para que las trabajadoras decidan después qué hacer con las suyas», comenta con una serenidad que se mantiene a lo largo de todo el encuentro. «Desde aquellos sucesos hemos ido recuperando poco a poco la confianza de las mujeres», añade. Los tristes mensajes de las mujeres. «Somos la banda de las mensajeras porque trasladamos los tristes mensajes que nos transmiten estas mujeres». The Messenger Band se creó en 2005 por iniciativa de la ONG Womyn’s Agenda Change. Está registrada como organización camboyana sin ánimo de lucro y lucha por empoderar a trabajadoras textiles, agrícolas y del sexo. La financian diversas instituciones y organizaciones internacionales como IWDA (Agencia Australiana para el Desarrollo Internacional de la Mujer), Oxfam-Solidarity Bélgica y las estadounidenses Global Fund for Women y Mc Knight Foundation. Vun Em no dudó en presentarse a la audición a la que se apuntaron sesenta trabajadoras del sector manufacturero. «Desde pequeña soñaba con ser cantante, ser famosa, pero vivía en el campo, era pobre y a los 16 años me trasladé a la ciudad a trabajar en una fábrica textil china subcontratada por marcas internacionales como Gap, Adidas o Banana Republic. En la factoría ganaba 45 dólares al mes y me daba para ahorrar algo. Pero al cabo de 5 años me cansé de ser la niña buena que se supone que tienes que ser. ¿Por qué crees que el sector textil es eminentemente femenino? Porque en Camboya a las mujeres nos enseñan a obedecer y callar. Ya casi no hay hombres en el sector, porque son más combativos», apunta. La cantante dice que «trabajar para la ONG me ha abierto los ojos. Sigo teniendo un salario bajo pero he aprendido inglés. Me alegro de ser famosa si contribuyo a cambiar las cosas con el análisis de nuestras canciones. Aunque lo cierto es que las condiciones laborales han empeorado desde que el grupo se creó hace casi once años. Es verdad que el Gobierno subió en octubre de 2015 el salario mínimo a 128 dólares, pero debido a la inflación ya no da ni para ahorrar. Además, cada vez hay más contratos de corta duración y se discrimina a las embarazadas», apostilla. El nuevo salario mínimo queda bien por debajo de los 177 dólares que la alianza internacional Asia Floor Wage, compuesta por sindicatos y organizaciones de derechos humanos, reclamó a multinacionales como la española Inditex con el fin de dignificar la vida de las trabajadoras que fabrican muchas de las prendas que vestimos a día de hoy. En esta situación, Vun Em teme por la salud de las empleadas. «El sistema de producción en cadena las presiona tanto que casi no les deja tiempo ni para beber agua ni comer. Está diseñado para fomentar la competición entre las propias trabajadoras, que pasan entre 8 y 12 horas sentadas de lunes a sábado, con mucho calor y manejando químicos», advierte. Camboya es un país eminentemente agrícola que en los años 80 empezó a levantar cabeza después del genocidio al que durante cuatro años lo sometió el régimen de los Jemeres Rojos, de inspiración maoísta. El sector textil ha contribuido al constante crecimiento de la economía del país desde los años 90. Emplea a unas 700.000 personas (un 10% de la fuerza laboral) y supone un 80% de las exportaciones, con ingresos de 5.000 millones de dólares, según el Ministerio de Comercio del país. «El crecimiento del 7% del sector manufacturero en 2015 aumenta, sin embargo, la brecha entre ciudadanos y crecen los enfrentamientos sociales», según Eglise d’Asie. En el informe que publicó en marzo de 2016, esta agencia de noticias católica añade que «Policía y Justicia apoyan a los industriales». Según la campaña Ropa Limpia, constituida por ONGs, sindicatos y organizaciones de personas consumidoras, «alrededor de un 85% de las fábricas textiles de Camboya están en manos extranjeras, principalmente bajo el control de inversores de China, Taiwán, Singapur y Malasia, que se mudaron al país en los años 90 para aprovecharse de la mano de obra barata camboyana y de que el país tenía acceso con cuota libre a los mercados de Estados Unidos y de la Unión Europea. Las cinco mayores marcas con intereses en Camboya son H&M, GAP, Levi Strauss & Co, Adidas y Target». «Me indigné cuando la ONG (Womyn’s Agenda for Change) me informó de que por cada 100 dólares de beneficio, 90 se destinan a la marca, 9 a la fábrica, y solo 1 a la trabajadora», cuenta Vun Em. Le preguntamos si las trabajadoras no temen que las empresas cierren y se trasladen a otros países igualmente «baratos» como Bangladesh, Filipinas o Vietnam si se les presiona demasiado exigiendo mejoras. «Las condiciones del sector textil son, en general, malas en todo el sudeste asiático. Hay que entender que el problema es global para poder solucionarlo a escala global. No se solucionará subiendo puntualmente los salarios. El Gobierno no es nuestro enemigo. La grandes marcas son las principales responsables de la situación del sector». Vun Em nos dice que tiene que ir a recoger a su hijo a la escuela. «Cuando pienso en él, sí que tengo miedo a lo que me pueda pasar». La otra cita que no pasa por alto es la de los domingos, en el centro de reunión con las trabajadoras. «Ya sé que no puedo cambiar el mundo. Pero me siento feliz de contribuir a la concienciación por un futuro, algún día, mejor».