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«Talibés»: estudiantes sin presente ni futuro

En los núcleos urbanos de Senegal tiene lugar una práctica moderna de esclavitud infantil. Solo en la región de Dakar más de 30.000 niños y niñas procedentes del ámbito rural han sido separados de sus padres e internados a cientos de kilómetros de sus hogares en escuelas coránicas, donde viven en condiciones paupérrimas y son forzados a mendigar.


Una letanía de versos coránicos sale del interior de una casa a las afueras de la turística ciudad de M’bour. Es una daara, una institución religiosa informal de carácter ancestral en Senegal y en África occidental, que ha evolucionado mal con la modernidad. Es una escuela cuyo papel es el de enseñar y difundir el mensaje del Corán. Originariamente se sostenían mediante un sistema de relaciones sociales basado en la solidaridad, donde los niños eran ingresados para su educación y comían de lo que proporcionaban los campos del marabout o maestro coránico, que era ayudado por los estudiantes o talibés en labores agrícolas y de la casa, actividades que también formaban parte de la preparación del niño. Los periodos de malas cosechas eran superados por aportaciones de ropa o comida que hacían los padres o feligreses.

En el ámbito rural aún perdura con éxito esta fórmula; sin embargo, en los grandes centros urbanos ya no reinan los códigos tradicionales de solidaridad. Los patrones de conducta han sido modificados por la modernidad, pero las daaras y los padres que confían sus hijos e hijas a los marabouts se han quedado parados en el tiempo. Según el líder religioso Cherip Diop, un luchador incansable por la erradicación de la explotación infantil en las daaras,«los padres no aportan ningún dinero en efectivo, y los marabouts en las ciudades no disponen de tierras para cultivar, y tampoco pueden exigir a los progenitores una aportación económica obligatoria porque socialmente serían sancionados por la comunidad. Además, aunque el marabout no tenga recursos para alimentar a un niño, no puede rechazar su ingreso en la daara; este es el origen de la mendicidad». Con el tiempo ha degenerado, pasando de ser un ingreso de supervivencia a trasformarse en una lucrativa actividad económica donde los niños son forzados a mendigar durante exhaustas jornadas de trabajo. Un negocio con mano de obra gratuita que es muy tentador para buscavidas sin escrúpulos, en un país con una tasa de paro muy alta. Casi cualquiera, con ciertos conocimientos del Corán puede abrir una daara; no están sujetas a ninguna normativa por parte del Estado.

Separados e incomunicados de su familia. En una gran parte del país, sobre todo en las zonas rurales, las daaras y sus marabouts realizan una práctica correcta y equilibrada. En estos lugares, los niños no son explotados ni maltratados, están escolarizados oficialmente y después acuden a la daara para aprender el Corán. El problema tiene lugar básicamente en los grandes centros urbanos como Dakar, Kaolack o Saint Louis, donde muchas daaras se han trasformado en centros que reclutan a niños del ámbito rural para ser supuestamente educados en la ciudad, separándoles e incomunicándoles de sus padres para explotarlos. La mayoría de los talibés esclavos son de Senegal, pero el negocio es tan interesante que se ha establecido un mercado de trata con Guinea-Bisáu, que suministra niños.

En la puerta de la daara hay un talibé con la camiseta blaugrana de Leo Messi. Sobre la cabeza, en vez de sostener un balón en equilibrio, porta un bote de plástico que parece adherido a su pelo. Esta es su inseparable herramienta de trabajo, donde va guardando todo lo recolectado por la calle. Junto a él están apilados los botes que han ido depositando los casi cuarenta niños que tiene a su cargo D. Modou, el marabout que regenta esta escuela coránica. Nos recibe sosteniendo una niña del brazo, que luce limpia y viste ropa nueva. Su pulcritud desentona con el entorno. «Es mi hija», dice sonriente. Después de ordenar los botes con lo mendigado por sus talibés, cuenta que «es para que tengan algo que comer los niños. Si tuvieran comida, no saldrían nunca de aquí, porque nosotros no tenemos ningún otro interés, solamente nos preocupa la educación. El mendigar es para que ellos tengan algunos medios, porque a nosotros no nos pagan ningún salario y no tenemos de dónde sacarlo».

Son las 11 de la mañana, han llegado todos los talibés a la daara después de pasar cuatro horas pidiendo. En unas horas volverán al trabajo. Sus ropas están desgastadas, en ocasiones agujereadas, y sus caras tienen depositada una fina capa de arena del Sahel, fruto de las horas que han pasado a la intemperie deambulando en busca de alcanzar el irin. Según Àlex Estebanell, de Fundació Talibés, «el irin o mínimo que un talibé debe traer diariamente a su marabout podríamos decir que está estipulado en 300 francos CFA m (medio euro aproximadamente, en un país donde el salario diario promedio es de 3,5 euros), o bien un kilo de azúcar, un kilo de arroz o el equivalente en medicinas. Estas son las opciones establecidas. En el caso de no llevar esto hay consecuencias graves», como malos tratos físicos y psicológicos. Incluso los niños son a menudo encadenados, atados y coaccionados, según un informe de Human Rights Watch del pasado año. Estebanell no tiene dudas: «Son niños esclavos, que no tienen acceso a ninguno de los diez derechos fundamentales que la ONU resalta como punto de partida. Además, en la mayoría de los casos sufren anemia o malnutrición. Y sobre todo realizan trabajos forzados». La jornada de un talibé esclavizado es muy dura. En el mejor de los casos se levanta a las cinco de la mañana, pasa unas nueve horas mendigando en la calle, otras nueve recluido estudiando, tiene un par de horas libres y se va a la una de la madrugada a dormir para descansar solo cuatro horas.

La daara de D. Modou básicamente está formada por una pequeña habitación para su familia y un gran patio cubierto, que es la clase por el día y el dormitorio de los niños por la noche. Allí duermen todos apiñados sobre esterillas. Es hora de clase, que básicamente consiste en memorizar el Corán recitando sus pasajes o copiándolos sobre tablillas de madera. El ayudante del marabout se mueve entre los talibés con un látigo que blande compulsivamente sobre sus cabezas; es sorprendente la agresividad en los gestos del maestro y su ayudante cuando se dirigen a los niños. En todo momento son intimidados. Durante unas horas, y después de finalizar su jornada lectiva en la escuela oficial, un grupo de niñas se une a la clase de los talibés internos.

Niños y niñas con un futuro incierto. Las daaras es un sistema no reglado donde el francés no está presente. Cuando un talibé finaliza su formación, no tiene conocimientos para continuar sus estudios porque carece de preparación y por su desconocimiento de la lengua francesa, el idioma oficial del país. Según Estebanell, «el futuro de los niños cuando terminan su proceso formativo, vamos a llamarle su proceso de explotación por parte del marabout, no es muy halagüeño. Ocurren tres cosas: por una parte, algunos niños a partir de 14 o 15 años, cuando ya tienen una cierta fortaleza física pueden escaparse de sus explotadores. ¿Y qué hacen? Pues lo que han aprendido, se convierten en marabouts explotadores; otra parte son recuperados por las familias a edad temprana. Estos sí que pueden llegar a integrarse, pero son los menos. Y el resto quedan absolutamente fuera de la escena social senegalesa; es decir, no han aprendido francés, no se han escolarizado, no han tenido tiempo de aprender un oficio, con lo cual no tienen acceso a una vida digna».

Es imposible no preguntarse cómo unos padres pueden entregar a su hijo para que sea educado a cientos de kilómetros de distancia de su hogar, e incomunicado. ¿Desconocen la situación que viven las daaras urbanas? Algunos progenitores lo consideran una parte tradicional de la educación coránica y para muchos es la única opción de poder alimentar a parte de su familia. Cherip Diop indica que todo el mundo es conocedor del problema: «Los padres saben bien lo que está sucediendo en algunas escuelas coránicas que se han desviado. Tanto ONGs como el Gobierno se han ocupado de informar de esta cuestión. En los medios de comunicación, radio y televisión, se ven a menudo informes sobre la situación de los niños. Creo que no hay un padre que ahora pueda decir que está mal informado o que desconoce la realidad del fenómeno».

A pesar de que desde 2005 existe una ley en Senegal que prohíbe la mendicidad forzada de los niños y la trata, las autoridades hacen la vista gorda ante la cantidad ingente de talibés que mendigan. Solo en la región de Dakar hay censados 30.000 niños y niñas en situación de explotación. Del resto del país no hay datos. Un estudio de HRW de 2010 estimó 50.000, pero hay indicios de que esta cifra ha sido superada. Están por todas partes pidiendo, es imposible no verlos, pero para la Policía y el entramado judicial senegalés son invisibles. El Gobierno no aplica la ley con contundencia, ni está retirando los niños de las daaras abusivas y sus falsos marabouts, para protegerlos de la esclavitud a la que están sometidos. También existe un programa estatal de modernización de las daaras, que junto con la ley de prohibición de la mendicidad infantil, han sido más una operación de maquillaje para quedar bien ante la comunidad internacional, que unas medidas para solucionar el problema. «El programa de modernización de las daaras del Gobierno es como las meigas en Galicia», dice Estebanell: «Haberlas haylas, pero nadie las ha visto. No conocemos el proyecto, y el concepto de daara moderna pensamos que significa una escuela limpia, en condiciones, y en una regulación del proceso formativo de los niños y niñas, y en algún tipo de certificado para los marabouts. No olvidemos que cualquier persona que aprenda varias palabras en árabe puede hacerse pasar por un falso maestro coránico».

En las inmediaciones de Saly se haya una daara regentada por D. Mamadou, un marabout que presume de dirigir la escuela coránica más moderna de su ciudad. Incluso afirma que el alcalde la pone como ejemplo a seguir. Él no sabe cómo es el programa de modernización de daaras, pero ha comprendido que los tiempos han cambiado. «Me he adaptado a la evolución. No hay que cambiar radicalmente todo, pero sí hay que adaptase al mundo actual. Un talibé que combina la daara y la escuela francesa al mismo tiempo es algo que solo se ve aquí». Asegura que sus niños no mendigan y que siempre intenta que los padres entiendan que deben pagar, pero no siempre lo debe conseguir, pues en la entrada hay apiladas unas latas de tomate que parecen destinada a la mendicidad y las caras de los talibés están blanqueadas por una fina capa de arena que certifica que han pasado varias horas fuera de la daara.

«El Gobierno no da nada: habla siempre de los problemas de las daaras, pero solo subvenciona la escuela moderna. Todos somos ciudadanos. De la misma manera que el alumno de la escuela francesa es ciudadano, el talibé también. Y de la misma manera que el maestro de la escuela es ciudadano, el de la daara también», dice D. Mamadou. Es el vivo ejemplo del marabout joven que ha tomado conciencia de que la escuela coránica debe adaptarse a los nuevos tiempos, donde los talibés deben dejar de mendigar, los padres pagar la educación de sus hijos e introducir el francés para proporcionar un mejor futuro a los niños. Pero el desamparo al que le somete el Gobierno hace muy difícil actualizar este ancestral sistema educativo, que, por carecer de una regulación oficial, se ha convertido en la tapadera de una cruel esclavitud infantil moderna.