31 JUL. 2016 un preámbulo marcado por el dopaje RÍO: ENTRE FÁRMACOS Y VIRUS El zika pero sobre todo los asuntos relacionados con el dopaje han protagonizado la antesala de los Juegos Olímpicos de Río, que ha resultado especialmente convulsa para Rusia. La actualidad ha estado más presente en despachos y tribunales que en los recintos deportivos, con decisiones inéditas que marcarán la competición. Última actualización: 01 AGO. 2016 - 10:31h Miren Sáenz {{^data.noClicksRemaining}} Para leer este artículo regístrate gratis o suscríbete ¿Ya estás registrado o suscrito? Iniciar sesión REGÍSTRARME PARA LEER {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Se te han agotado los clicks Suscríbete {{/data.noClicksRemaining}} Varias de las sedes olímpicas, por no decir la mayoría, tuvieron sus «peros» previos, pero lo de Río de Janeiro va camino de batir todos los récords. La ciudad brasileña acogerá desde el próximo viernes hasta el 21 de agosto los primeros Juegos Olímpicos organizados en Sudamérica –segundos en Latinoamérica tras los de México’68–, con el país anfitrión envuelto en una importante crisis política, económica y social. Por si esto fuera poco, los «bichos» han echado más leña al fuego. Entre el virus del zika y las bacterias, que en los meses previos han acampado a sus anchas en la playa donde se disputará la natación de aguas abiertas y en los canales de remo y piragüismo, se ha activado la alarma sanitaria. Algunos jugadores de baloncesto estadounidenses, varios tenistas y unos cuantos golfistas –la organización confirma la presencia de 120, aunque ninguno de los cuatro primeros del ranking encabezado por Jason Day– han renunciado a su billete por miedo a contraer el virus. O, al menos, esa es la excusa oficial. Los jugadores de la NBA llegan de una temporada agotadora y al golf, que regresaba al programa olímpico tras 112 años de ausencia, le ocurre como a otras modalidades –fútbol, tenis, ciclismo…– cuyos torneos o carreras, con calendarios demoledores, son para ellos más importantes que el evento de los aros. Ni siquiera les ha convencido que la cita se celebre en el invierno de allí, la época de tiempo seco y fresco en el que la multiplicación del mosquito Aedes Aegypti se interrumpe y las infecciones disminuyen hasta niveles bajísimos. En el lado contrario se sitúan los representantes de China, 416 deportistas, entre ellos 35 campeones olímpicos, y ninguna baja anti-zika. Pero ni los virus ni las lesiones, tan habituales en los deportistas, han logrado desplazar al dopaje y sus consecuencias como los principales responsables de las bajas no deseadas. La utilización de sustancias prohibidas que ayudan a mejorar el rendimiento es el asunto que más ha marcado el preámbulo de la megacompetición en la Cidade Maravilhosa. El deporte, en general, y el atletismo, en particular, han salido mal parados, con Rusia encabezando la lista de escándalos. Todo empezó por un documental en la televisión alemana en diciembre de 2014 y aún no ha acabado. A finales de 2015, la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) decidió suspender a la Federación de Atletismo Rusa de las competiciones internacionales, siguiendo la recomendación de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA), que les acusaba de dopaje sistemático alimentado desde el propio Estado. Con este panorama, no hubo atletas rusos ni en los Mundiales de Portland en pista cubierta, ni en el circuito de reuniones de la Diamond League, ni en el Europeo de Amsterdam, ni los habrá en Río. La ola fue creciendo hasta implicar a otros deportistas, como la totalidad del equipo anfitrión que ganó los Juegos de Invierno en Sochi'2014 y a sus responsables, en una trama digna de una película de suspense repleta de esteroides anabolizantes y manipulaciones en los análisis de orina, La publicación del Informe McLaren encargado por la AMA, a menos de tres semanas del comienzo de los Juegos, dio la puntilla a Rusia. En los despachos donde se decide el futuro del atletismo, no han estado por la labor de permitir la presencia de los 68 atletas rusos que recurrieron al Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) en última instancia, y han apostado por un castigo colectivo que deja en casa a la pertiguista Yelena Isinbayeva, una de las grandes de la pértiga, mientras sus compatriotas se preguntan por qué al estadounidense Justin Gatlin, y a otros tantos deportistas que engrosaron la lista de tramposos y pasaron por la suspensión correspondiente, nadie les ha puesto pegas para ponerse en los tacos. La totalidad del equipo ruso ha estado al borde de la exclusión, aunque el pasado domingo el COI pasaba la pelota a las federaciones internacionales para que ellas decidieran qué deportistas rusos pueden competir en Río. No se admitirá a ninguno que haya dado positivo, mientras se requiere que hayan competido fuera de sus fronteras y hayan sido sometidos a los correspondientes análisis antidopaje, por los que deberán pasar una vez más antes de debutar en los Juegos de 2016. El deporte rey de los Juegos sigue en caída libre. Rusia es la segunda potencia del atletismo, solo superada por Estados Unidos, y tras la desaparición de la URSS ha amasado un botín de 26 oros olímpicos y 51 mundiales. En los Juegos de Verano suma 397 medallas, de ellas 133 de oro, cosechadas en diversas disciplinas. Un adversario que llegará muy mermado por las consecuencias de un problema global tan extendido como el dopaje, que ha tenido más protagonistas. Sin ir más lejos, Kenia y Etiopía han perdido la inocencia. En ambos casos se ha pasado de hablar de sus genéticas privilegiadas para afrontar grandes distancias, que las tienen, a la sospecha de mejora por ayudas farmacológicas. Hace casi un año, Kenia ganó en el Nido pequinés los últimos Mundiales de atletismo. Para entonces ya había comenzado la pesadilla, que continuó con las advertencias de todos los organismos competentes. A Etiopía tampoco le ayudan los positivos de campeonas mundiales como Abeba Aregawi, que tiene doble nacionalidad y Suecia le ha dejado fuera del equipo, o las operaciones policiales que ponen el foco de atención en Genzebe Dibaba, su actual estrella, tras la detención de su entrenador acusado de tráfico de EPO y anabolizantes. Hay más ejemplos porque el año está siendo pródigo en positivos y en algunos casos de reincidentes, como el marchador Alex Schwazer, oro en Beijing hace ocho años y de nuevo cazado. Al cierre de 7K, porque en estos momentos y en la enrevesada situación del deporte casi todo es posible incluso cambios de última hora, así están las cosas. Tampoco desde el pasado más reciente llegan buenas noticias. Una vez revisados los análisis efectuados en Beijing'2008 y Londres'2012, van por la segunda tanda y han dejado otras dos para después de los Juegos de Río, se han desvelado más positivos para las infladas cuentas –en la primera 53 y en la segunda 45– que afectan a distintos deportes de países diversos. En algunos casos pertenecen a medallistas. Uno de ellos es Nesta Carter, componente del relevo jamaicano que arrasó en el Nido pequinés, lo que de rebote puede dejar a Usain Bolt sin uno de sus seis oros olímpicos. No le quita el sueño al Rayo, convertido en la máxima figura de un deporte tremendamente castigado por un fraude que se extiende a diversas disciplinas. También los encargados de efectuar los análisis de sangre y orina a los deportistas durante estos Juegos han tenido problemas. A mes y medio de la ceremonia de apertura, la AMA suspendió al laboratorio de la sede carioca por no cumplir las normas internacionales, aunque finalmente ha vuelto a ser acreditado justo a tiempo y durante la competición espera poder analizar cerca de 5.000 muestras de orina y sangre. Otros Juegos también tuvieron sus inconvenientes. No es el dopaje sino el zika la razón por la que más de un centenar de científicos llegaron a sugerir la posibilidad de posponer o incluso cambiar de sede la inminente 31ª edición para evitar la propagación del virus al resto del planeta. Lo cierto es que otros Juegos vivieron suspensiones y cambios. Así, en 1908 los que se iban a realizar en Roma se trasladaron a Londres por los problemas financieros que asolaron a Italia, incrementados por la erupción del Vesubio. Ocho años después se cancelaba la edición que iba a celebrarse en Berlín por la Primera Guerra Mundial, mientras los de 1940 y 1944 corrieron la misma suerte por la Segunda Guerra Mundial. En Montreal’1976, cerca de una treintena de estados africanos rechazaron la invitación del COI por la admisión a Nueva Zelanda, cuya selección de rugby había jugado contra la de Sudáfrica en tiempos del apartheid. Fue el primer boicot en la historia de los Juegos, que se repetiría en los siguientes cuando Estados Unidos y sus aliados boicotearon Moscú’1980 tras la entrada de las tropas soviéticas en Afganistán. En 1984, la URSS se tomó la revancha al no acudir a Los Ángeles. Asociaciones pro derechos humanos hicieron campaña contra Beijing'2008, aludiendo el incumplimiento de los mismos, pero al final el único que faltó fue el maratoniano etíope Haile Gebreselassie, asegurando que no quería poner en riesgo su salud por la contaminación, el otro tema estrella. En Atlanta'1996 no se habló tanto sobre derechos humanos, aunque Amnistía Internacional recogió 500.000 firmas que entregó al gobernador de Georgia con un manifiesto titulado “Estados Unidos. Pena de muerte en el Estado Olímpico: racista, arbitraria e injusta”. En la ciudad de las multinacionales con forma de refresco, tan ligadas al COI, se habló de la excesiva comercialización de los Juegos, los primeros donde la financiación íntegra se realizó mediante las ventas de entradas, publicidad, patrocinios e inversiones privadas. 120 años después de que el barón de Coubertin restaurara el invento griego e ideara una competición para los deportistas amateurs, cuyos dirigentes quisieron evitar los peligros de los intereses comerciales, los Juegos son todo lo contrario y se han instalado en el gigantismo. Si en algo coinciden la mayoría de las ediciones es que siempre andan justos de tiempo para completar infraestructuras y todo parece poco para alimentar al monstruo. Se manejan presupuestos escandalosos, instalaciones a capricho –algunas tan inmensas que, una vez transcurrida la competición, tienen un futuro incierto o una utilización nula–, hasta el punto de que los sobrecostos se consideran parte del proyecto. De hecho, son la marca de la casa. Todas las ediciones han sobrepasado sus presupuestos: si la ciudad rusa de Sochi batió los récords invernales, los veraniegos más caros han sido en Londres'2012 (14.800 millones), Barcelona'92 (11.400) y Montreal'1976 (6.000) y es probable que Beijing'2008 se hubiese incluido en este podio, pero las autoridades chinas no han dado a conocer las cifras oficiales. El Mundial de fútbol primero, y ahora los Juegos, le están resultando excesivos a este Brasil de 205 millones de habitantes, que al final ha tenido que recortar en ladrillo y hasta en voluntarios. Y es que estos acontecimientos deportivos, que incluso transforman ciudades –sin ir más lejos ahí están Barcelona o Sochi– se arriesgan a dejar «cañones» e hipotecar países, como le ocurrió a Atenas'2004, que ya tuvo problemas para construir las instalaciones y luego no ha sabido qué hacer con ellas. Según un sondeo reciente el 50% de los brasileños se opone a la celebración de los Juegos. El 63% de los encuestados opinó que les depararán más perjuicios que ventajas, mientras el 29% dice creer en sus beneficios. Antes de llegar los próximos ya estamos con los siguientes. Serán en Tokyo'2020 y tienen cuentas pendientes. La sede japonesa sufre del mal congénito del evento en cuestión: hay sospechas de sobornos. También una cosa más, relacionada con el surf, que precisamente se estrenará como deporte olímpico. Algunos surfistas vascos han denunciado la destrucción de tres de sus mejores olas para construir una escuela de vela. Las reformas del COI –propuestas bajo el mandato de Thomas Bach en la Agenda 2020, que buscan un formato más sostenible– entrarán en vigor a partir de 2024. Cambiar para mantenerse. Siempre hay una primera vez y, para algunas, hasta una octava Afortunadamente, en la competición –pretendidamente «pura», y sin duda «dura»–, habrá un montón de buenos momentos. 10.500 deportistas han entrenado a fondo para llegar y para la mayoría el proceso de selección ha resultado bastante más exigente que el momento de la magia. Lo sabe bien Oksana Chusovitina, quién sumará sus séptimos Juegos en un deporte tan complicado y exigente como la gimnasia. En 1991 la uzbeka consiguió su primer título mundial en suelo. Llegará con 41 años, un mérito añadido teniendo en cuenta que, a partir de los 16, las gimnastas empiezan a perder velocidad. Resiste también la nadadora sueca Thérèse Alshammar, de 38 años, que participará por sexta vez. Triple medallista en Sydney'2000, acapara 72 preseas internacionales. Alguna, incluso, repite hasta por octava vez. La georgiana Nino Salukvadze es toda una recordwoman e iguala a la piragüista Josefa Idem-Guerrini en número de participaciones. A sus 47 años, la triple medallista olímpica en pistola de aire, compartirá estancia y deporte con su hijo Tsotne Machavariani, de 19. Serán la primera madre e hijo en unos Juegos que sí contaban con los precedentes de madre-hija, padre-hijo y padre-hija. Hay además otra relación inédita, unas trillizas estonias que han conseguido clasificarse para el maratón. Leila, Liina y Lily Luik eran bailarinas de hip-hop hasta que decidieron calzarse las zapatillas y lanzarse al asfalto. Tienen marcas que superan las 2 horas y 37 minutos, lo que las aleja del podio. Pero ese no era el objetivo. Entre los estelares nadie como Michael Phelps, con posibilidades de ampliar su inigualable colección de medallas en sus quintos Juegos. El deportista más laureado del olimpismo posee 22, 18 de ellas de oro. Pese a sus 31 años, el nadador de Baltimore es aún una garantía; como su joven compatriota Katie Ledecky, a la que se cuelgan tres o cuatro oros antes de que se zambulla en la piscina. Deportistas poderosos que por un instante se codearán con los que afrontan muchos problemas con escasos recursos. Es el caso de la selección palestina, integrada por seis deportistas, nuevo récord de participantes desde que debutara en Atlanta’96. Dos nadadoras, dos atletas, un judoca y un jinete de doma clásica pretenden hacer deporte y patria. Habrá además un equipo de diez refugiados, seleccionados por sus méritos deportivos, que abandonaron Siria, Sudán del Sur, Etiopía o la República Democrática del Congo. Desfilarán con la bandera y el himno olímpico por delante del país anfitrión y se instalarán durante esos días en la villa olímpica. Por primera vez en unos Juegos, los transexuales podrán competir sin tener que someterse a una cirugía para certificar su cambio de género. De esta manera, hombres y mujeres participarán junto con los deportistas de su género actual y no el de su nacimiento.