18 SET. 2016 PIERRE GONNORD Retratos de culturas en peligro de extinción Como escapado de una de las leyendas recopiladas por Joxemiel Barandiaran, a modo de mairua o gentil constructor de menhires, el aizkolari de Urruña Arthur Van der Putten «Turo» alza un saco de paja. Encarna a la fuerza, pero no únicamente a la física en «Indarra», la exposición de fotógrafo Pierre Gonnord que puede verse en Biarritz. Última actualización: 19 SET. 2016 - 10:17h Amaia Ereñaga {{^data.noClicksRemaining}} Para leer este artículo regístrate gratis o suscríbete ¿Ya estás registrado o suscrito? Iniciar sesión REGÍSTRARME PARA LEER {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Se te han agotado los clicks Suscríbete {{/data.noClicksRemaining}} Detrás de cada retrato hay una historia. La frase podría aplicarse a cualquier retrato, sea fotográfico o pictórico, hasta incluso, si lo llevamos al extremo, a nuestras fotografías de vacaciones. Pero para que la imagen tenga «eso» que nos haga pararnos frente a unos ojos que rezuman bondad, unas manos como garras de tanto trabajar o el rictus de la boca de una niña que más parece una vieja sabia, tras el objetivo de la cámara debe de haber alguien que quiera comprender a esas personas, a lo que las mueve y a la cultura de la que proceden. Esto último, intentar comprender –y, a su vez, que quienes vean sus fotos lo hagan– es también lo que mueve a Pierre Gonnord (Cholet, Estado francés 1963), un fotógrafo cuya trayectoria le ha convertido en una suerte de retratista de los desheredados y las culturas ancestrales, muchas de ellas en vías de desaparición, de esta parte de Europa: mineros de Asturias, gitanos de ciudad –de las Tres Mil Viviendas de Sevilla– y rurales, como los nómadas portugueses; estudiantes de la Yeshiva del gueto de Venecia o, en su último trabajo, el mundo del deporte rural vasco posan para su cámara, convertida en testigo de las historias cinceladas en la piel y los ojos de unos seres humanos que, aunque pobres en lo material muchos ellos, rezuman dignidad y una riqueza cultural que este siglo XXI está a punto de engullir. Fotógrafo autodidacta, por su temática tan social, la obra de Pierre Gonnord a priori no parecería que fuera a interesar a los museos y galerías de renombre. «Es cierto, para mí este siempre ha sido un trabajo creativo que, en el fondo, hago para mí mismo», nos reconoce. Sin embargo, su obra, de estilo inconfundible, ha sido expuesta y publicada a nivel internacional, aunque su proyección en el Estado español es mayor que en el francés, tal vez porque su centro de operaciones sea Madrid, donde se instaló en 1988 y donde también le representa alguien tan potente como la galería Juana de Aizpuru. Tribus aisladas del epicentro. Sus retratos de los desheredados de la sociedad forman parte de colecciones institucionales, como las del Museo de Arte Contemporáneo de Chicago, el Reina Sofía de Madrid o la Maison Européenne de la Photographie de París. Para hacerse una idea: estos meses hace doblete en Euskal Herria con “De Laboris”, expuesta en el Museo de la Universidad de Navarra, e “Indarra”, en Biarritz. La raíz de la primera es un encargo del museo navarro para que participara con un proyecto en la serie “Tender Puentes”, basándose en las colecciones fotográficas del museo, principalmente en obras de Napper o Laurent, pero sobre todo Tenison. “Indarra”, por su parte, incluye su trabajo más reciente, el realizado a principios de este mismo año a invitación de Donostia 2016 y el Bellevue de Biarritz, dentro de la programación de la capitalidad cultural donostiarra. El director de Donostia 2016, Pablo Berastegi, conoce además muy de cerca el trabajo del fotógrafo francés, no en vano fue coordinador general del centro de creación contemporánea Matadero de Madrid y del festival de fotografía PhotoEspaña, y no duda en afirmar que Gonnord está «reconocido como uno de los mayores exponentes del retrato social en Europa». «Hay muchas maneras de llegar a la fotografía, de acceder al retrato. En una época en que nuestro planeta tiene la cabeza saturada, bombardeada de imágenes, nuestra mirada desnaturalizada, cansada, destacada ha, tal vez, olvidado que ver no es mirar –escribe Gonnord para el catálogo de Biarritz–. He optado por el individuo solo y anónimo, pero parte de un clan social bien definido, con raíces bien arraigadas en una cultura ancestral. El individuo consciente de su identidad cuando la nuestra se desencaja. Personajes originarios de tribus aisladas del epicentro y de un bienestar material, del ruido de la uniformidad de nuestra sociedad urbana. Rostros que brillan con una luz diferente y de una extraordinaria energía. Me gustaría romper el silencio que existe a su alrededor, pero preservando el misterio». Involucrase en la vida y la historia de la gente. Los viajes de Pierre Gonnord a la búsqueda de sus historias son como una especie de «expediciones», en las que, ante todo, invierte mucho tiempo. Parece como si fuera una mezcla entre etnógrafo y artista, aunque algunos le hayan comparado con aquellos retratistas ambulantes que antaño recorrían los pueblos, cargados con sus cámaras, sus telones y sus focos. «Bueno, eso es un poco exagerado. Primero organizo el viaje y hago una cita, como por ejemplo en el caso del monte A thos, donde retraté a los monjes griegos. Lo primero que hago es explicar mi trabajo y les digo que soy un fotógrafo que quiere conocer y comprender. El primer día fui sin cámara, el segundo también y luego ya llevé la maleta con el material. El 99% te dice que no». De su convivencia con ellos surge la empatía, el aprendizaje y la elección de los protagonistas de sus fotografías, personas con mucha historia por detrás y un carisma que Gonnord sabe reflejar. «No puedes entrar en la vida de la gente, pero sí te dejan estar cerca de ellos. Son gente de comunidades en cierta manera en peligro de extinción, personas con mucha dignidad, fuerza e historia. Alguna vez se ha dicho que retrato a marginados, pero no es cierto, porque lo son solo si los vemos desde nuestra perspectiva», explica. Así entró en el gueto judío de Venecia, donde posaron para su cámara cinco estudiantes de la Yeshiva; en las comunidades de los gitanos de A Raia, un grupo nómada perseguido durante siglos como todos los de su raza y que vive a caballo entre el Estado español y Portugal –«los gitanos son así de felices», dice con una sonrisa–; en la barriada marginal de las Tres Mil Viviendas de Sevilla; o en las minas de carbón de León y Asturias, donde dio testimonio de una actividad que poco después desapareció con el cierre de las minas. Lo hace a través de los rostros tiznados de quince mineros que miraron a su objetivo pocos minutos después de emerger a la superficie de la tierra tras una dura jornada de trabajo. Sobre un fondo oscuro, sin maquillaje ni adornos y vestidos con su propia ropa –hay forros polares, sombreros de domingo... de todo, pero en tonos oscuros, porque «la ropa tiene que realzar el rostro, mira cómo brilla la piel aquí...»–, posan sin trampa ni cartón. Llama la atención de la dignidad que destilan. «Suelo hacer las fotos en cinco minutos y las repito durante varios días, aunque no alargo el proceso porque no quiero convertirlos en modelos. Al contemplar una foto, como esta de un gitano de A Raia, ves que representa la fuerza de lucha y la fuerza vital de un hombre que te está retando y te dice: ‘Estoy aquí y estoy vivo. Al verme dirán que soy gitano, y mira, aquí estoy yo’. Son fotos dignas porque son todos bellos. Las fotos embellecen mucho, pero no mienten». En primer plano, de cuerpo entero o busto, mirando hacia el infinito. Para mirar estos retratos hay que tomar una cierta distancia, debido a su gran tamaño. «Soy producto de mi tiempo y de generación, porque si hubiera empezado a hacer fotos hace cincuenta años, las hubiera hecho en blanco y negro y en pequeño. Las hago así por las exposiciones, pero también funcionan en pequeño. Acabo de hacer una exposición para un pueblo que está al lado de donde crecí, al sur de Bretaña, en la zona del Loira, y como el alcalde me dijo que no tenían un duro hicimos treinta impresiones pequeñas y solo con retratos de gente del campo. ¡No sabes cómo reaccionó la gente! En Nueva York no hubieran reaccionado igual. Allí las miraban en silencio: se acordaban de sus padres y sus abuelos, entendían las cosas. Si les enseñas el retrato de Basilisa, una mujer mayor de Finisterre que posa cuando acaba de ordeñar a sus vacas, enseguida comulgan con ella». «Lo que yo hago es invitar a la gente a ir al individuo –agrega–. Lo que me atrae del ámbito rural es que tenga una historia arraigada, una estructura social muy solidaria. Eso me parece conmovedor en una sociedad que va perdiendo su cohesión» Más allá del folclore. A la galería de personajes de Pierre Gonnord se han unido harrijasotzailes, aizkolaris e incluso un buey durante su entrenamiento en la playa de Orio. Son ocho atletas de la fuerza vasca en total, fotografiados a principios de este mismo año y son también los que dan nombre a la exposición en Biarritz. Es “Indarra”, un título que engloba en cierta manera toda su obra. Porque lo que él busca es la fuerza, pero la fuerza vital de sus personajes, aunque en el caso concreto de Euskal Herria juegue en la fina línea de una actividad que, aunque ancestral, está unida a una imagen más bien folclórica de nuestra cultura. «Estas fotos más que en encargo son una invitación. Tal vez digas ‘yo soy vasca y, en mi opinión, esto no representa a la fuerza vasca’, pero cuando se invita a un autor no puedes pretender que su visión sea igual que la tuya. Podía haber hecho solo retratos de bertsolaris u otras cosas, pero no quería hacer viejos en el campo... Esto tiene que tener una continuidad y por eso seguiré viniendo para terminar de pulir esta serie. El deporte rural era solo un punto de partida», puntualiza. En la recámara se le han quedado la serie de fotos tomadas a la harrijasotzaile guipuzcoana Idoia Etxeberria –la primera mujer en alzar una piedra de 140 kilos; una lástima porque así habría presencia de mujeres en esta serie, sobre todo teniendo en cuenta la sensibilidad que el autor demuestra en sus retratos femeninos– o a la factoría Albaola de Pasaia, donde se construyen embarcaciones históricas como la Nao San Juan. Pero Pierre Gonnord promete que volverá. “Indarra”, de Pierre Gonnord, está expuesta en Le Bellevue de Biarritz hasta el 2 de octubre. Abre todos los días, excepto los martes. “De Laboris” se puede ver hasta el 30 de octubre en el Museo Universidad de Navarra de Iruñea.