09 OCT. 2016 de azpeitia a manresa el espíritu y la carne del camino ignaciano En 1522 Iñigo López de Oñaz salió de su casa de Azpeitia en dirección a Barcelona, con Jerusalén como meta. Tuvo que parar en Manresa, donde, como resultado de aquel viaje espiritual, se «transformó» en Ignacio de Loyola. Ni Iñigo –soldado leal a Castilla– ni Ignacio –fundador de la Compañía de Jesús, santo y patrón– dejan indiferentes a nadie. La ruta que hizo hace casi 500 años busca ser alternativa al masificado Camino de Santiago. Lo místico rima aquí también con turístico. Amaia Ereñaga {{^data.noClicksRemaining}} Para leer este artículo regístrate gratis o suscríbete ¿Ya estás registrado o suscrito? Iniciar sesión REGÍSTRARME PARA LEER {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Se te han agotado los clicks Suscríbete {{/data.noClicksRemaining}} Hasta hace escasamente cuatro años no era corriente encontrarse con peregrinos en Azpeitia, Urbia o Araia. Tal vez hasta hubiera dado pie a pensar que se habían perdido y que se habían desviado, vete tú a saber por qué razón, de algunas de las rutas del Camino de Santiago, la vía de peregrinación por antonomasia. En lugar de las flechas amarillas y la concha, símbolos del antiquísimo Camino de Santiago, estos caminantes avanzan con la referencia de las flechas naranjas y el sol naciente, distintivos de un camino, el Ignaciano, creado en 2012 por la Compañía de Jesús. En sus 650 kilómetros de recorrido, se recrea el viaje, tanto geográfico como espiritual, realizado en 1522 por Iñigo López de Oña desde su casa familiar de Azpeitia a una cueva de Manresa, donde se «convirtió», camino de Roma y Jerusalén. Aquel camino supuso también su transformación en líder espiritual y en Ignacio, el nombre que adoptó, y el germen de lo que, en poco tiempo, sería la activa y poderosa orden de los jesuitas, una compañía extendida por todo el mundo y de vida muy agitada. Hay dos conmemoraciones claves para entender la razón de la creación, en el siglo XXI, de esta ruta por parte de los jesuitas: una, la reciente celebración del Año Jubilar del Camino Ignaciano –entre el 31 de julio del 2015 y el 31 de julio de este año–, y la segunda y más importante, que es la proximidad del 500 aniversario del viaje del santo, que será celebrado también con otro Año Jubilar entre 2021 y el 2022. Lo que hace presuponer que, con toda probabilidad, las zonas por las que discurre esta nueva ruta de peregrinación notarán un fuerte aumento de visitantes. Peregrinos, pero también turistas. De acuerdo, podría pensarse, esta es una iniciativa religiosa. ¿Entonces por qué la apoyan las instituciones públicas? Tanto la Agencia Catalana de Turismo como Basquetour, la agencia de turismo de la CAV, se han involucrado activamente en el Camino Ignaciano y, de hecho, han firmado un acuerdo para un paquete turístico conjunto. «Nosotros lo afrontamos desde el punto de vista turístico. Además, es diferente lo que pueda pedir un peregrino a las necesidades de un turista. Hay que tener en cuenta que el Camino de Santiago también tenía un origen religioso, pero hoy en día quienes lo hacen tienen diferentes motivaciones y puntos de vista», apunta Arantza Madariaga, directora de Basquetour-Agencia Vasca de Turismo, refiriéndose a cuestiones como naturaleza, deporte u ocio. «Para nosotros supone una oportunidad para dar a conocer el interior de Euskadi, algo muy importante desde el punto de vista turístico. Queremos que vengan a hacer el camino y que quieran volver, dejarlos con el caramelo en la boca», añade. No hay datos concretos, pero este año, que ha sido pistoletazo de salida de la promoción de la ruta, han contabilizado en Loiola unos 200 peregrinos que han recorrido todo el camino, es decir, los 650 kilómetros. De los que lo han hecho a tramos no hay datos de momento. Desde 2012, lo habrían recorrido unos 1.500. Con la vista puesta en los años 2021-2022, uno de los mayores retos a los que se enfrenta el camino en general y la parte vasca en particular es la falta de infraestructuras turísticas, en especial de alojamientos. Y eso es lo que están tratando de incentivar, animando a los inversores privados y coordinando a instituciones como diputaciones o ayuntamientos. Otro dato: el turismo religioso o de caminata mueve a millones de personas cada año. Hace pocos años, la Organización Mundial del Turismo cifraba esta actividad en más de 300 millones de personas. Madariaga, quien no tiene empacho en calificar a Ignacio de Loiola como el «primer turista vasco universal», apunta que «tenemos que aprovecharnos de su figura, porque nosotros tenemos lo más importante: su casa natal y que era vasco». En Catalunya, con menos, le han sacado chispas: «Son la bomba: cuando fui a Manresa, que si el puente ignaciano, la casa ignaciana... y cuando pregunté: ¿Cuánto tiempo estuvo aquí? Me respondieron: ¡solo diez meses! Se me quedó clavado». Camino a Manresa con el fundador. No muchos pueden decir que sean los «padres» de una ruta de estas característica, pero Josep Lluís Iriberri es una excepción. Este jesuita, profesor en la Facultad de Turismo Sant Ignasi, es un gran conocedor del Camino de Santiago. Por eso lo eligió su provincial: «Estuve trabajando en Marruecos tres años con los refugiados y, cuando acabé esta misión, me encomendaron otra: el camino de Ignacio». Contactamos con él en el pueblo riojano de Fuenmayor, donde ha llegado guiando a un grupo de dieciséis anglófonos, en la que es parte de la séptima etapa de la ruta. Salieron de Loiola con objetivo Zumarraga, de ahí a Arantzazu, para acceder a tierras alavesas a través de las alturas de Aizkorri y Urbia. De ahí bajaron a Araia y a Genevilla, y luego Guardia, para llegar a Fuenmayor y luego Navarrete, donde se juntarán con el Camino de Santiago. Allí es curioso que peregrinos de uno y otra ruta se crucen... aunque algunos no sepan de dónde salen aquellos que van en dirección contraria. Son parte de las 27 etapas en las que está estructurada esta ruta de gran riqueza paisajística y patrimonial que, tras atravesar La Rioja, sigue más o menos el antiguo Camino Real para entrar en Tutera y de ahí, por tierras aragonesas, culminar en Manresa. Han recreado el viaje original, adaptándose al cambio de los tiempos y a las necesidades de la ruta. Es la sexta vez que Iriberri anda el camino en lo que va de año y admite, sin ambages, las críticas: algunas etapas son largas y duras –alguna de 37 km–, la señalización falla o desaparece en algunos lugares –«creo que son los guardas forestales, que no las conocen», dice– y la falta de infraestructura, sobre todo de alojamientos. «Hay una etapa que acaba en el vacío, en el desierto de los Monegros, y pongo en la guía que allí hay que dormir bajo las estrellas. Tiene su sentido, porque cuando se recuperó el Camino de Santiago en los años 70 había alguna etapa de 50 km, porque no había sitio donde pararse. Cincuenta años más tarde, cada 5 km tienes un refugio. Lo que esperamos es que poco a poco haya gente con iniciativa, aunque la iniciativa privada no existe si antes no está la pública». Paulatinamente ya empiezan a notar los cambios incluso con la apertura de albergues, que es lo que, por ejemplo, se trató recientemente en la reunión con el alcalde de Legazpi. «Los signos que estamos viendo son muy positivos– agrega–. En los años 70, al Camino de Santiago llegaban 200 peregrinos y ahora se cifra en 250.000 en 2015. Si seguimos con esta progresión, estamos muy por encima del Camino de Santiago en sus inicios». De momento, se podría decir que la tipología del peregrino que va por el Ignaciano es la del «pionero» –es decir, que echa a andar y duerme donde salga– y el «internacional», como el nutrido grupo de filipinos que hace pocos días sorprendieron a los vecinos de Fuenmayor o las neozelandesas que «aparecieron» en Urbia... el anecdotario es larguísimo. Por cierto, sobre el camino existen varias guías: la más reciente es la titulada “La guía del Camino Ignaciano” (Sergi Ramis, Daniel Burgi y César Barba), editada por Sua. La editada por los jesuitas se titula “Guía del Camino Ignaciano” y está firmada por el propio Iriberri y Chris Lowney. ¿Quién era Ignacio o Iñigo? El historiador Iñigo Bolinaga se hace la misma pregunta en “¿Quién era San Ignacio de Loyola” (Txertoa, 2016), la biografía con la que la editorial donostiarra acaba de inaugurar una nueva colección sobre la historia de Euskal Herria. La elección del personaje tiene sentido, ya que nadie duda de que sea el vasco más universal, el más conocido internacionalmente. «La primera respuesta a la pregunta es la más evidente: fue el fundador de los jesuitas, de una de las compañías religiosas más influentes, sino la que más, de toda la historia –explica Bolinaga–. Una orden que se extendió por medio mundo al poco de nacer. Al margen de esto, era una persona emprendedora, con mucho carisma y que estaba muy convencida de lo que hacía. Él siempre quiso ser lo mejor en lo que se dedicara: como guerrero, peregrino, estudiante, fundador y dirigente». «Físicamente era delgado, de rubicunda melena rizada con bucles, tirando más a bajito que a alto», escribe Bolinaga. Nada que ver aquel Iñigo López de Oñaz de 1,58 m de altura con el santo moreno que pintan las estampas. Era el más pequeño de una familia de jauntxos de Azpeitia, nacido en un «clan» oñacino; es decir, estaba vinculado a la corte castellana, al contrario que los gamboínos, afines a la navarra. Eso explica que, tras ser paje del conde de Nájera, aquel cortesanito algo «bala» que gustaba de vestir trajes coloridos derivara en soldado y terminara su «carrera» en uno de los episodios que le ha valido ser considerado «traidor» a la causa navarra –«es simplificar un poco la historia», matiza Bolinaga–. Iñigo capitaneó con fervor la defensa de la Iruñea ocupada por Castilla contra el Ejército que cruzó los Pirineos para restablecer la independencia del viejo reino. «Una bala lombarda le destrozó una pierna y le dejó tocada la otra. Cuando entraron los agramonteses se encontraron con un Loyola, una persona de calidad. Ni le castigan, ni le torturan, ni le cogen prisionero... Está un tiempo en casa de un agramontés y luego le mandan a casa». Lo demás ya es sabido: enfebrecido por la lectura de libros de santos durante su convalecencia, salió en dirección a Tierra Santa y por el camino fue dejando su espada, su cabalgadura y sus ropajes, así como su nombre. «Tiene dos caras interesantes: la espiritual, porque es una persona que tiene visiones y audiciones (oye músicas celestiales), pero a la hora de poner en práctica sus ideas utópicas lo hacía con mucho pragmatismo y sabiendo perfectamente qué suelo pisaba». Un personaje tan apasionante como la historia de la orden que creó, los «soldados de Cristo» de la Contrarreforma. «Los jesuitas han sido capaces de hacer lo mejor y lo peor –dice Bolinaga–. Es una orden muy polémica, pero muy combativa: desde su origen tienen la idea de que son la vanguardia del catolicismo y lo han ejercido y posiblemente lo siguen ejerciendo».