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Entrevista
Brendan Gleeson

«Nacionalismo para mí significa sacar lo mejor de ti. La política de odio es otra cosa»


Durante mucho tiempo Brendan Gleeson (Dublín, 1955) fue profesor de inglés y gaélico en un instituto de secundaria. Formado como actor, la vida escolar le brindaría el sustento para sacar adelante a su familia. La interpretación pasó entonces a la «liga semi-profesional», entre alguna que otra obra de teatro o algún que otro papel televisivo, hasta que, próximo a entrar en el segundo tiempo de su treintena, el irlandés se presentó al casting de una película. «El problema de la escuela es que estás obligado a aprender», bromea cuando rememora su antigua actividad profesional. Lo que pasó después de aquel 1991 es toda una hazaña. Lo extraordinario de la carrera de Gleeson no radica en el número de producciones en las que ha participado hasta la fecha, sino en lo variopinto de los personajes que ha interpretado, ya sea de protagonista como de secundario, en el cine o en la televisión.

Su rostro y corpulencia han dado vida a Winston Churchill (en la miniserie “Into the Storm”, 2009), al Alastor Mad-Eye Moody de “Harry Potter” (2005, 2007 y 2010), al padre James Lavelle en “Calvario” (de John Michael McDonagh, 2014), o al sicario Ken en la comedia negra “Escondidos en Brujas” (Martin McDonahg, 2008), por nombrar apenas un par de personajes de los más de sesenta largometrajes, algunos dirigidos por celebridades como Martin Scorsese (“Gangs of New York”, 2002), Neil Jordan (“Michael Collins”, 1996) o Steven Spielberg (“A.I. Inteligencia Artificial”, 2001), pero también por realizadores noveles y poco conocidos. Y no es de extrañar que dos de sus cuatro hijos (Brian y Domhnall) le estén siguiendo los pasos. «De tal padre…», se ríe, al tiempo que subraya que se siente «muy orgulloso» de ello.

Gleeson no ha parado últimamente. El próximo día 12 llega a las pantallas comerciales “Assassin’s Creed”, la versión cinematográfica del popular videojuego, en la que interpreta al padre de Michael Fassbender. Y con el nuevo año se estrenará “Vivir de noche”, el thriller dirigido y protagonizado por Ben Affleck en el que el actor irlandés forma parte de un elenco en el que también están actrices como Sienna Miller o Zoe Saldana. Esta vez nuestra excusa para hablar con Brendan Gleeson es su papel en “Alone in Berlin”, el tercer intento en la dirección del actor suizo Vincent Pérez, quien se embarcó en la difícil tarea de llevar al cine “Solo en Berlín” de Hans Fallada, la primera novela antinazi publicada en tiempos de postguerra.

Basada en la historia real del matrimonio Hampel –que en la pantalla grande pasan a ser Otto y Anna Quangel–, la película narra cómo, tras la pérdida de su hijo durante la guerra, ambos progenitores emprenden un pequeño pero significativo acto subversivo consistente en escribir postales contra el régimen nazi que dejaban por toda la ciudad, una acción que les llevaría al paredón de fusilamiento. En esta historia, Brendan Gleeson encarna a Otto Quangel. Y como todo lo que toca, el actor irlandés le ha puesto corazón y entrañas, tal como lo ha venido haciendo en sus casi tres décadas de carrera artística profesional, después de que tomara la decisión tardía de dedicarse de lleno a la actuación.

En una sala del Hotel Regent, la cual ostenta el nombre de un músico de la época del Romanticismo, Gleeson, con traje y camisa gris, lleva horas desmenuzando el personaje en las entrevistas con la prensa. Ya la oscuridad empieza a caer sobre Berlín, pero la sonrisa bonachona del irlandés no amenaza con apagarse, y menos cuando la historia de Fallada-Pérez nos conduce al aquí y ahora.

¿Qué le atrajo de trabajar con un asunto como el planteado en «Alone in Berlin»?

Tengo que decir que yo no escojo un rol por sus implicaciones políticas, ya que para mí es mucho más importante la calidad del trabajo. Me interesó el material y es que, en general, a la hora de asumir un personaje para mí tiene mucho peso la calidad del guion, así como la exploración humana del personaje. En este caso la historia fue fundamental, pero también el hecho de que trabajaría con Emma Thompson (interpreta a Anna Quangel). En este matrimonio hay tantos silencios que el grosor del trabajo se basó en negociar con esto, así como en explorar el viaje emocional de nuestros personajes. Fue un honor interpretar a Otto Quangel, quien representa a la clase obrera en la peor época que se vivió en Europa; al retratar su vida se demuestra que no todos fueron cómplices del nazismo, y que no todos sucumbieron ante el miedo. Todos esos aspectos, incluyendo el político, pasaron a formar parte del proceso de creación, porque se trata de una historia humana, verdadera y altamente dramática.

¿Qué opina usted del resurgimiento de los nacionalismos en Europa?

Existen nacionalismos positivos. Yo soy irlandés, y a lo largo de nuestra historia el nacionalismo ha fluido, ha sido la causa también de muchas cosas malas, pero también ha servido para desarrollar nuestro sentido del orgullo, y el sentimiento de que eres igual de bueno que el tipo que te oprime. Bueno, puedes decir que el nacionalismo es una cosa muy amplia, pero para mí significa sacar lo mejor de ti; en este punto, la política de odio es otra cosa. Cuando una persona dice tener la solución a los problemas, una gran parte de la población le sigue, da igual si es un sacerdote o un político, y claro que es muy fácil decir que lo único que tenemos que hacer para salir del atolladero es aborrecer al otro. Es muy sencillo odiar y sembrar el odio.

¿O sea que usted sí le ve un lado positivo al nacionalismo?

Al conmemorarse los cien años de la I Guerra Mundial, se recuerda que muchos irlandeses lucharon en esa guerra en una época en la que en Irlanda también había conflictos. Eso es una lección para nosotros. Es interesante ver que, por un lado, tenemos una combinación de una violencia cultural, como la que tenemos aún en Irlanda del Norte; y, por otro lado, olvidamos que los irlandeses éramos algo parecido a ciudadanos de segunda clase, y cuando tratas a la gente como si fueran menos que tú, lo único que se puede esperar es un desenlace fatal. Si consecuentemente pisoteas los valores de seres humanos, tiene que llegar un momento en el que hay que detenerlo. Eso fue lo que pasó en Irlanda. El nacionalismo nos unió el tiempo suficiente como para dejarnos de sentir inferiores. Pero fue un proceso muy duro. Francamente a mí no me gustan las respuestas simplistas, y al preguntarnos qué va a pasar en Europa con la crisis de los refugiados, o con la Unión Europea… todo es muy incierto y, al parecer, no hay respuestas satisfactorias, porque todo es realmente más complicado de lo que aparenta. Lo que sí puedo decir es que es mejor buscar las soluciones para afrontar todos esos problemas, en lugar de preguntarnos si se hace algo o no.

Trabajando en otros continentes, ¿siente que su identidad irlandesa se ha vuelto más fuerte?

(Sonríe) Vivo en Irlanda y sí que me siento irlandés cuando estoy en otros países. Mi valentía tiene su origen en mi cultura, y mucho más desde que trabajé en películas como “Braveheart” (dirigida y protagonizada por Mel Gibson, 1995), cuando me di cuenta de que muchos escoceses desconocían su propia historia. Pienso que como la independencia la conseguimos relativamente hace poco, hemos vivido nuestra historia con algo de romanticismo. Es muy importante revisar la historia y más aún no olvidar lo que sucedió. Cuando las tropas inglesas llegaron al norte de Irlanda, la gente empezó a cantar canciones rebeldes, se desencadenó la violencia y, como no se quería que los jóvenes fueran masacrados, por un tiempo se dejó de cantar esas canciones: se llegó a la conclusión de que no era sano y eso no significa olvidar a la gente que ha luchado por sus ideales, lo que representa es que se debe iniciar otro proceso, que se tiene que reajustar los valores humanos. Y eso es lo que tenemos que hacer hoy en día. Es importante empezar a renegociar la manera como percibimos nuestra cultura, sobre todo ahora con los inmigrantes. Por ejemplo, Nueva York es un verdadero conglomerado de diferentes culturas, y ¡es genial! Es un reto hacer que la gente se sienta bien con eso, que no se atemorice y que se respeten a las otras culturas.

Hacer una película en Europa también implica la mezcla de muchas culturas.

(Se ríe) Es un reto, pero funciona muy bien. Si no funcionase, sería una mala propaganda para la diversidad. Hay que llegar a muchos acuerdos, empezando por el tipo de acento que se quiere tener. No es una tarea fácil, porque hay que tomar en cuenta muchas cosas y se corre el riesgo de que el público no lo acepte. Por ejemplo, “Alone in Berlin” se rodó en inglés y, al ser una historia alemana, habrá quienes critiquen la elección del idioma en el que se filmó, pero yo les respondería que la novela de Hans Fallada (publicada en 1947) fue traducida al inglés (la versión en ese idioma se publicó en 2009), lo cual le proporcionó un impacto internacional mayor.

El espíritu del cine es el de unir diferentes talentos y fuerzas. Es tan arriesgado como emocionante, pero cuando haces una película, para que no se convierta en un desastre, tienes que concentrarte y trabajar en beneficio de la audiencia. Es muy difícil echar adelante un proyecto, y la mayoría de las veces debes tener involucradas a muchas compañías productoras. Puede que esta no sea la manera más eficiente de trabajo, porque aunque haya dinero de Portugal financiando una película, no necesariamente hay que incluir un personaje portugués (risas). Ese puede ser el problema de las maravillosas cooperaciones europeas, y por eso hay que tener mucho cuidado a la hora de tomar decisiones a favor de compromisos.

¿Esos «acuerdos» también existen en Hollywood?

¡Oh, sí! Y la mayoría de ellos tiene que ver con el dinero que se ha invertido, del tamaño de la producción. Todo lo que haces está relacionado con dinero. Es difícil hacer una pieza pura de arte en el cine sin tener en cuenta el aspecto financiero. Hacer cine es caro, y muchas veces como realizador no quieres hacer una película para un pequeño grupo de cinéfilos, porque deseas que tu trabajo tenga una mayor proyección.

¿Cree usted que el cine cambió su actitud hacia la actuación?

Tuve que aprender mucho antes de entrar en el cine. Antaño disfrutaba mucho del teatro, algo que perdura hasta hoy en día aunque ya no lo hago tan frecuentemente. En el cine las posibilidades que te da la cámara resultan muy interesantes para los actores, porque a través de ella se logra una intimidad extraordinaria. ¡Es maravilloso! Por otra parte, el cine ha sido fantástico para el desarrollo de la humanidad. En mi caso, mientras más películas haga, mi deseo de mejorar como actor es mucho mayor.

¿Le da importancia a las críticas hacia su trabajo?

Este es un negocio que se basa en la comunicación. Parte de este trabajo es ponerte en la situación de ser juzgado. Es cierto que empecé en el cine bastante tarde, de manera que he ido aprendiendo día a día a ejercer la profesión, y también me he hecho a mí mismo al observarme. Como receptor de mi propio trabajo, he tratado de identificar en qué ha fallado la comunicación que he intentado de entablar, lo cual es muy humillante, pero es un proceso por el que debo pasar. Conscientemente trato de mejorar, porque se supone que no le quiero ofrecer a la gente una basura de trabajo (se ríe). Cuando leo las críticas, siempre me pregunto qué tanto por cierto de verdad hay, qué tanto de razón tienen los críticos, pero también cuenta el valor que yo le doy al trabajo que he realizado. Por otra parte, a veces es muy sano confiar en la audiencia, porque, aunque sabes como actor que no ha sido el rol perfecto para ti, el público es el que va al cine y se lo pasa bien, se divierte y luego vuelve a casa. En resumen, tienes que tomar en serio tanto lo que opinan los críticos como lo que dice el público.