12 ENE. 2025 Lo que está bien querer Nicole Kidman, en la imagen junto a Harris Dickinson, en una escena de «Babygirl», película por la que se llevó el premio a la Mejor Actriz en el Festival de Venecia. (Niko Tavernise) Mariona Borrull Lo confieso, me siento saboteade por los semáforos verdes de Filmaffinity. En el Festival de Venecia, donde “Babygirl” tuvo su estreno internacional, las reacciones de la crítica fueron muy negativas y, cómo no, muy audibles. ¡No fueron pocos los abucheos en el primer pase! Pero quizás es cosa mía, que viví aquella película muy desde dentro de mi pecho y reaccioné demasiado… Porque hoy repaso las críticas en el agregador pensando que, desde luego, tan mal no se la puso, y Nicole Kidman acabó ganando a Mejor Actriz. En cualquier caso, esto también puede ser sintomático de una película personalísima, levantadora de ampollas para el cuerpo de “periodistos” acreditados. Va así. Romy se dirige a su lujoso despacho en Manhattan, café carísimo en mano, cuando ve a un enorme perro rabioso siendo amansado por un joven, que lo abraza con fuerza y le da una galleta. El perro se doblega sin dolor… A ella, que lo tiene todo controlado, también le gustaría que la subyugasen. Pero ella, que lleva diecinueve años felizmente casada sin haberse corrido a gusto ni una vez, sabe que sus deseos más hondos abrirán también el cajón de la vulnerabilidad más profunda. En fin, no hay dominación sin miedo. Al rato, Romy llega a la oficina para conocer a su nuevo becario, que es -sorpresa, sorpresa- el mismo joven de la calle. Un momento, ¿le acaba de preguntar si quiere una galleta? Quizás leí las críticas de “Babygirl” desde lo más personal porque no había otra forma de hacerlo. Una paradoja, al cargar el trío de protagonistas con todo el peso simbólico de las grandes estrellas: Romy es Nicole Kidman, icono enrocada en el deseo prohibido “Eyes Wide Shut” o “Moulin Rouge”. Su marido, el imposible de odiar Antonio Banderas, un dandy al que se le ha permitido envejecer mucho mejor. Harris Dickinson (“El triángulo de la tristeza”), el becario, aún mantiene en tierras ambiguas su carisma innegable. Como actor, siempre deja algo de espacio para la duda. Pero la película de Halina Reijn pide ser leída en primera persona porque así se expresa, dibujándose con rigor dentro siempre de la subjetividad de la protagonista, una mujer que no quiere convertirse en la Tár de la función, ni quiere cambiar radicalmente su vida familiar, pero que ahora se sabe más cerca que nunca de aquello que desea con todas sus fuerzas. No intentar conseguirlo sería una tragedia. He aquí la base misma del melodrama, la clave por la que “Babygirl” funciona tan y tan bien. Sí, la ópera prima de Reijn, “Instinto” (Filmin), llevaba el juego del deseo mucho más lejos, sumergiéndolo en el lodazal de la psicopatía… Pero ¿qué haces cuando te explican con amabilidad que los deseos a la sombra no son un monstruo del que huir, si no un refugio al que aspirar? ¿Cómo vuelves al recto camino de lo que está bien querer?