02 NOV. 2025 PSICOLOGÍA Ganar o jugar (Getty Images) Igor Fernández {{^data.noClicksRemaining}} Para leer este artículo regístrate gratis o suscríbete ¿Ya estás registrado o suscrito? Iniciar sesión REGÍSTRARME PARA LEER {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Se te han agotado los clicks Suscríbete {{/data.noClicksRemaining}} Muchos juegos giran en torno a la competicion. Dos personas se enfrentan en la persecución y consecución de un mismo objeto de deseo, con una pugna por disponer de los recursos y oportunidades que vayan acercando a uno de los contrincantes a dicho objetivo, a expensas del otro. Para muchas personas es precisamente esa pugna lo estimulante de jugar, el tira y afloja, el arrebatamiento, el ingenio que da sus frutos en el sometimiento del otro… O al menos en la simulación de todo ello. Y es que ningún juego se mantendría si no fuera una simulación. En el momento en el que ese juego deja de contener ese elemento, es solo cuestión de tiempo que el juego termine. Pensemos en dos niños que juegan con una pelota a marcarse goles mutuamente. Si uno de ellos se lo toma de forma personal y empieza a quedarse solo con su deseo, si el objetivo de ganar empieza a pasar por encima del de jugar, el de emplear el tiempo jugando, es fácil que la brusquedad irrumpa, después la falta de equidad, la ausencia de alternancia o el ejercicio de algún tipo de fuerza no acordada. Entonces los cuerpos empiezan a tensarse, el juego se vuelve más rudo y desconsiderado, incluso revanchista, hasta que una de las partes estalla y rompe el juego -y puede que también la relación-. Las actividades, proyectos y relaciones que desarrollamos las personas unas con otras, conllevan el diálogo constante de los dos componentes de esta díada, la competición y la colaboración. En ese equilibrio encontraremos los límites y la mutualidad de la participación conjunta, nuestra fuerza y potencial pero, al igual que con los juegos, es siempre necesario un pacto implícito previo, una noción más que de simulación, de temporalidad: vamos a jugar juntos, es una actividad en la que ambos nos necesitamos y tenemos derecho de jugar y esto es lo que estamos haciendo ahora. O “este proyecto tiene sentido porque es nuestro, no solo mío o tuyo”, “merece la pena la competición porque es beneficiosa para ambos después, aunque sea intensa”. Sin esa consideración previa, sin ese pacto más allá, el juego, la relación, el proyecto, será breve, acabará en cuanto una de las partes perciba que está siendo utilizada en lugar de aprovechada, en lugar de honrada y respetada como integrante legítima y necesaria. Cuando los proyectos, las actividades, las relaciones están en peligro, conviene preguntarse por cómo se ha respetado -o no-, el pacto de juego, el acuerdo por el cual el resultado para una de las partes no es más importante que el resultado para el conjunto, y que dicho resultado no es más importante que mantener nuestro apoyo mutuo; y es que la participación conjunta puede crear nuevos proyectos, maneras, relaciones, lo que hace que avancemos, cambiemos y nos adaptemos. Sin embargo, cuando uno de los jugadores se enamora de sus maneras en lugar de hacerlo de su compañía, es una garantía para que el juego se termine.