30 NOV. 2025 PSICOLOGÍA Nómadas (Getty Images) Igor Fernández {{^data.noClicksRemaining}} Para leer este artículo regístrate gratis o suscríbete ¿Ya estás registrado o suscrito? Iniciar sesión REGÍSTRARME PARA LEER {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Se te han agotado los clicks Suscríbete {{/data.noClicksRemaining}} A veces tenemos la desagradable sensación de que algunas situaciones se nos repiten, de que algunos escenarios relacionales parecen seguir un patrón reiterativo y nos vemos una y otra vez en las mismas. Incluso podemos sentir que los escenarios que se nos repiten no son solo fuera de nosotros, de nosotras, sino también dentro, que esos escenarios son mentales, internos. De pronto, por mucho que intentamos tomarnos las cosas de manera diferente, nos sentimos igual que otras veces en situaciones similares, o nuestro análisis de las cosas no nos sirve para encontrar una solución, o las conclusiones a las que llegamos son siempre las mismas, en una confirmación constante de lo ya sabido, lo que puede ser claustrofóbico. ¿Será que no hay salida? ¿Será que las cosas son simplemente así? Bueno, podría ser. Es una opción que lo que pensamos o sentimos describa la realidad como es, que no sea solo nuestra experiencia, sino la naturaleza de las cosas y que nuestros temores se encarnen en la realidad; pero también podría no ser así y que estemos en un bucle, en un circuito cerrado en el que, por muchas vueltas que le demos, pasamos siempre por lugares conocidos que lleven a conclusiones predecibles. Es entonces cuando nosotros mismos, nosotras mismas, no somos suficientes y hay que salir fuera. Como los nómadas que emigran cuando sus tierras dejan de ser fértiles, en busca de otros pastos, quizá tendríamos que ser un poco más nómadas de nosotros mismos y habituarnos a buscar fuera lo que parece agotarse dentro. Pero, ¿adónde vamos? Pues… a los otros. Solo cuando entran nuevos estímulos vamos a poder crear nuevas respuestas. Incluso nuestra creatividad para hacer (nuestras) asociaciones o resolver (nuestros) problemas va a depender de algún nuevo input. Y no solo informativamente, no solo con mirar la manzana en el árbol nos vamos a alimentar, tenemos que cogerla y tragarla. En el caso de las interacciones con los demás, esas personas que son las nuestras, nuestros amigos, parejas, familiares, pueden mirar a lo que nos da vueltas por dentro, pero con una diferencia, pueden entenderlo de una forma cercana a la forma en la que lo hace nuestra mente y añadir, matizar, quitar un elemento. Una conversación profunda sobre el tema, una actividad conjunta que distraiga, una emoción intensa compartida o un grito de “¡No puedo más!” puede ser el estímulo que cambie el orden de las cosas internamente, y reinicie nuestra creatividad para asociar de forma nueva ideas viejas. No es que vayamos a sustituir nuestro mundo por el del otro, no funciona así, pero sí que la diferencia puede motivar nuestro movimiento, nuestra curiosidad, y nuestra capacidad de adaptación; aspectos que quizá queden dormidos y se anquilosen si simplemente nos miramos a nosotros mismos, a nosotras mismas. Descansar de sí, al igual que la tierra en barbecho, ‘fertiliza’ nuevamente nuestro mundo interno.