7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

La sociedad del alivio

(Getty Images)

Cuando tratamos de entender la motivación, lo que mantiene una conducta en una dirección determinada, sabemos que no es lo mismo dar un premio que retirar un castigo.

En concreto, que nos levanten un castigo nos alivia, pero no garantiza que no volvamos a hacer aquello por lo que se nos castigó, ni que aprendamos una conducta alternativa a aquella por la que recibimos dicho castigo. En cambio, cuando recibimos un beneficio suficientemente relevante para nosotros por algo que hacemos, esto es más probable que permanezca con nosotros más tiempo, que lo fijemos como algo que nos acerca a lo que nos viene bien. En resumen, nos motiva más ir a conseguir algo que tratar de evitar algo.

Y es que en la sociedad que estamos construyendo parecería que con evitar los dolores, los malestares, las inclemencias, es suficiente para seguir adelante, pero realmente no lo es. Quizá por eso nos es tan difícil la adhesión a modelos de vida que en el fondo giran entorno a ‘evitar’ un malestar, más que a ‘conseguir’ un verdadero bienestar; quizá por eso la ansiedad o la depresión crecen exponencialmente, incluso hasta llevar a mucha gente al borde de un abismo de insatisfacción vital. Cuando la vida gira en torno a “evitar sentirse mal en el trabajo, deseando con fuerza llegar al fin de semana”, “evadirse como sea, consumiendo desde sustancias a compras o contenido digital”, “soñar con irse de vacaciones”, “terminar de estudiar cuanto antes para salir hasta reventar”… Algo -o mucho- de desmotivación se acumula poco a poco.

Para convencernos de que es suficiente, actuamos compulsivamente (repetimos) lo que se supone que nos debe motivar, intentamos con vehemencia elegir el alivio como la motivación principal, pero no funciona por sí mismo para sentir la satisfacción. Hacemos esfuerzos por que nos sea suficiente con “tener trabajo”, “ir tirando”, “poder irse algún día de vacaciones”, “soñar con que nos toque la lotería”, evitar el malestar.

Y, en ese sentido, quizá lo primero sea darse cuenta del laberinto de tareas, de expectativas, de roles o de contexto. Quizá lo siguiente sea detectar los peligros que nos acechan en ese laberinto y sí, tratar de evitarlos; pero quizá lo próximo sea aspirar, no dejar de aspirar a no estar en un laberinto. Y es que la impotencia, la indefensión y la evitación generan fácilmente una sensación depresiva de lo que es caminar por la vida, y quizá no solo en los individuos, sino también en los grupos e incluso, quién sabe, en las comunidades nacionales.

Si lo que tenemos y somos es suficiente, entonces no necesitaremos buscar alivios, pero si nos vemos enredados en un ciclo de desmotivación del que solo queremos salir, quizá sea porque con cubrir el expediente -que otros nos han asignado y hemos aceptado- no nos está siendo suficiente, y necesitemos sacudirnos.