Raimundo Fitero
DE REOJO

Infancia


Hay noticias que solamente pueden provocar náuseas. La última que escapa a cualquier consideración política condescendiente es el secuestro de doscientas treinta niñas estudiantes por un grupo armado llamado Boko Haram en Nigeria. La supuesta motivación es que consideran que las mujeres deben estar en casa y que estudiar no les corresponde. Un pensamiento reaccionario, canalla y que retrata sin paliativos a este grupo que, para darle mayor dramatismo a su acción, amenaza con vender a las niñas para la prostitución o el esclavismo.

Si en un principio todas las creencias son respetables, cuando se manifiestan con esta rotundidad en su carácter machista y violento, merecen todo el repudio. Exactamente el mismo que merecen las declaraciones, actitudes y comportamientos similares, aunque en otra graduación, de algunos miembros de las sectas religiosas cristianas, concretamente la católica, que tanto nos afectan y que las consentimos con una complicidad que nos señala. En todos los casos es la mujer la que sufre todas las vejaciones, ya sea con la ablación o con el impedimento de hacer con su cuerpo lo que le dé la gana, como es la prohibición del aborto libre. Esto es un asunto muy delicado, de largo recorrido, mucha profundidad como para solucionarlo con cuatro frases.

No obstante lo que realmente nos coloca ante la barbarie global es el maltrato general e indiscriminado a la infancia. Cuando los miembros de Boko Haram dicen que venderán a esas niñas, hay que pensar que unos señores europeos muy atildados están preparados para pagar por mantener relaciones sexuales con esas niñas. Que existen niños en los países en vías desarrollo que son prostituidos por señores con tarjetas de créditos expedidas por bancos vascos, españoles, alemanes, norteamericanos. Que vestimos ropas y pisamos alfombras con zapatos, manufacturados por niños a los que se les esclaviza y roba su infancia. Si somos planetarios, debemos sentir esta realidad como propia e intentar luchar contra su cronificación. De vez en cuando la televisión nos ofrece reportajes serios sobre estos asuntos que tienen audiencias residuales. No queremos ni ver la miseria que engendramos.