Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
Diyarbakir

LA TENSIÓN REGRESA AL NEWROZ KURDO

El Año Nuevo para las naciones con influencia del zoroastrismo es, además, la fecha en la que el pueblo kurdo reivindica su resistencia contra el Estado turco y lucha por los derechos negados. Hoy, en una Anatolia sumida en la violencia, cientos de miles de personas se concentrarán en Diyarbakir.

Hace un año, el pueblo kurdo se dirigía hacia el parque del Newroz con la esperanza de escuchar un nuevo avance en el proceso de diálogo iniciado en 2013. Era la fecha del año nuevo kurdo pero, sobre todo, el día en el que se esperaba que Abdullah Öcalan pidiese al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) el abandono de las armas.

La misiva, escrita por Öcalan y leída por dos políticos kurdos, hablaba de un congreso kurdo para abordar esta causa, de la autonomía, en definitiva, de la paz. Estas palabras no colmaron las aspiraciones de los escépticos ni las del propio Erdogan, pero aun así marcaron el mayor avance en 30 años de conflicto. Lo que muy pocos esperaban es que todo cambiaría de forma vertiginosa en los siguientes meses, convirtiendo Kurdistán Norte en un terreno hostil, con centenares de muertes y decenas de ciudades destruidas.

Los cimientos de los más de dos años de conversaciones eran frágiles, dependientes de los deseos de un solo hombre: Recep Tayyip Erdogan. Las grietas se evidenciaron durante las protestas por Kobane, que dejaron en octubre de 2014 decenas de muertos en Kurdistan Norte, y se resquebrajaron después del pasado Newroz, a medida que Erdogan abrazaba el nacionalismo turco pensando en los comicios de 2015.

La retórica del presidente se volvió violenta con los kurdos y en abril aisló a Öcalan, el indiscutible líder del movimiento. Tal vez por eso los kurdos nunca llegaron a celebrar ese congreso y la tensión no dejó de crecer hasta desembocar en una nueva fase de lucha armada. Hoy, con la paz enterrada, los kurdos reivindicarán su lucha por los derechos pese a los posibles enfrentamientos con las fuerzas turcas.

Causas del malestar

Desde el colapso de las conversaciones, el pueblo kurdo se ha ido convirtiendo en un amasijo de decepciones y rencor. Motivos no les faltan: han visto decenas de sus barrios destruidos y no han podido salir a la calle en días, o meses en urbes como Cizre, Silopi y el distrito de Sur, en la ciudad antigua de Diyarbakir; la economía local se ha hundido; los colegios han cerrado sus aulas; y más de 355.000 kurdos son hoy desplazados. Es un drama en el mejor de los casos, o una guerra, viendo las imágenes de las ciudades y el férreo control policial.

«Somos nosotros quienes sufrimos. Tenemos la moral destrozada. Las madres ya no tienen a sus hijos. O han muerto o se han ido a la montaña», expresa angustiada Sehriban, quien cuenta que su familia ha abandonado Yüksekova.

«Tenemos que decir basta, pero el mayor problema es Erdogan. Si él quisiese detendría todo, pero quiere su maldito sistema presidencialista», se queja Yusuf Andi, un sonriente pescadero de 42 años.

Para Mehmet, sociólogo que disfruta de un té en un bar del centro de Diyarbakir, «el PKK tiene que parar y dejar la solución en manos de la vía política. Si Öcalan hablase podría parar todo, como hizo en el pasado».

Como dice Mehmet, una parte de la solución parece estar en las manos de Öcalan; la otra en las de Erdogan, quien sigue negando la palabra al encarcelado líder kurdo. El Gobierno ha afirmado que cuando esté listo para negociar lo hará con grupos kurdos minoritarios y líderes religiosos y tribales. El HDP, que representa al 90% de los kurdos, o el PKK, que es con quien el Estado tiene el conflicto, no entran en la ecuación del presidente. «No serán aceptados como homólogos ni la organización de terror separatista ni el partido bajo su control», sentenció Erdogan el 20 de enero. Poco después abrió la puerta a que la inteligencia turca negociase con Öcalan, quien, a diferencia del colíder del HDP, Selahattin Demirtas, no ha rechazado apoyar su sistema presidencialista.

«No perderemos la esperanza de paz, pero sin los derechos nunca llegará. Öcalan tiene el poder para acabar con todo, pero si intentan engañar a los kurdos, el PKK responderá. Eso es lo que ha sucedido cuando Erdogan inició su provocación porque no aceptábamos su sistema», recuerda Özgür, un joven de 30 años que regenta un bar frecuentado por jóvenes de izquierda.

Caos en Anatolia

La escalada bélica está arrojando cifras estremecedoras. El número de muertes se ha disparado desde diciembre, cuando el Estado aumentó el cerco sobre las urbes kurdas. Según el recuento de Crisis Group, desde julio más de 250 civiles han muerto, al igual que 350 soldados y policías turcos. Buena parte de los choques se han producido en los dos últimos meses. Las asociaciones de derechos humanos se han pronunciado en contra de las acciones de los militantes y del Gobierno: las autonomías democráticas del PKK son una violación de la integridad territorial turca, y los toques de queda prolongados del Ejecutivo, una violación de los derechos humanos. El problema es que ninguna de las partes parece querer ceder: el PKK ha repetido que extenderá su lucha al oeste de Anatolia y ha reforzado su resistencia en las ciudades, y Erdogan dice que no parará hasta «limpiar el país de terroristas».

En el céntrico barrio de Baglar, uno de los más pobres de Diyarbakir, las operaciones han comenzado la semana pasada. Los kurdos han abandonado sus pertenencias y están en casas de familiares o, como es el caso de Ahmet, en la calle. «Salimos con lo puesto y desde entonces vivo en este parque (Kosuyolu). No puedo regresar a mi casa porque no nos dejan entrar. Todas mis cosas están allí y cuando vuelva serán chatarra. Aunque por suerte se rumorea que los militantes podrían abandonar el barrio retirándose entre los civiles que quedan. Si así sucediese, sería un aviso para el Gobierno de lo que pueden llegar a hacer aquí», dice Ahmet, de 50 años.

Es el pueblo quien está pagando el precio más alto en esta lucha, que a diferencia de en los años 90 ha entrado en las ciudades. La libertad de expresión está condicionada por el miedo. Ambos bandos afirman haber incrementado el respaldo local en detrimento del adversario. Guerra sicológica. Mehmet asegura que «es pronto para evaluar quién está ganando apoyo y hasta cuándo podrá soportar el pueblo esta coyuntura». Para Yusuf, que por sus palabras parece un firme defensor del HDP, lo importante es terminar con esta situación. Tiene 5 hijos y no quiere que crezcan en un ambiente plagado de muertes y policías: «Yo he crecido en la guerra y no se la deseo a nadie pero, por desgracia, de cierta manera los años 90 han vuelto. Podría ser incluso peor, con grupos como el Estado Islámico y una crisis económica».

La evolución de los últimos meses indica que lo peor aún está por llegar. Mientras el Estado continúa imponiendo toques de queda en las urbes kurdas, la parte oeste de Anatolia está sufriendo atentados en intervalos de tiempo cada vez menores.

El abanico de enemigos del Ejecutivo es amplio, desde grupos de extrema izquierda hasta el Estado Islámico (ISIS) pasando por los Halcones de la Libertad de Kurdistán (TAK). De este grupo, que ha reivindicado tres ataques, poco se sabe. Oficialmente es una escisión del PKK, pero algunos analistas indican que podría actuar bajo las órdenes de Qandil en los atentados más sangrientos que incluso rechaza el pueblo kurdo.

«Ganaremos resistiendo»

Muchos anatolios votaron a Erdogan apostando por la ansiada estabilidad. Parecía ser el único garante de la misma, pero más bien se está demostrando que sus decisiones tienen el efecto contrario: Anatolia es un caos en todas las facetas y el miedo se está apoderando del país. Ya no es un lugar seguro para nadie, aunque así lo diga la UE, y los kurdos temen que hoy se produzca un atentado durante el Newroz, que este año cae en día laboral.

Esta intoxicada atmósfera rodea al Newroz, que coincide con la entrada de la primavera y se festeja en las naciones con influencia del Zoroastro. En Anatolia lleva celebrándose desde el día 17 y el eslogan principal dice «ganaremos resistiendo». En la mayoría de las ciudades los gobernadores no lo han autorizado y se han visto tibios enfrentamientos o calles cortadas para evitarlo, como sucedió el sábado en Estambul, donde hubo un centenar de detenciones. En cambio, Diyarbakir sí tiene el visto bueno para la fiesta del «nuevo día», que es lo que significa Newroz en kurdo, una acertada decisión que resta partículas de tensión a una jornada marcada por la resistencia y los derechos negados al pueblo kurdo.