Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Un amor de verano»

¿Siempre nos quedará París?

Siguiendo la estela de propuestas tan recientes como “La vida de Adèle”, Catherine Corsini ha compuesto un hermoso retrato emocional basado en la fuerza telúrica que emana de dos cuerpos unidos, una explosión vital e íntima que en manos de la cineasta se transforma en un paseo sensual teñido de emoción y, sobre todo, plena de vitalidad. Es esa sensación de constante exaltación de los placeres y la vida lo que sirve como motor de una narración que no aporta excesivas cosas y que basa su excusa en unos modelos arquetípicos –una de las protagonistas es urbanita y libre en su declaración de intenciones y la otra proviene de ese entorno rural al que se le presupone tímido– que confluyen en un tiempo cargado de simbolismo, los furiosos 70.

Teniendo siempre presentes estas bases, Crosini hace bien en delegar toda la fuerza de la película en las dos protagonistas que, encarnadas en unas magníficas Cécile de France e Izïa Higelin, logran transmitir a través de susurros, miradas, sonrisas y diálogos bien hilvanados el espíritu de una conducta que ellas comparten en mitad del fragor de unas calles sacudidas por el ansia de vivir y subvertir las normas establecidas.

Del asfalto a la campiña tan solo queda la distancia de un beso que, compartido por las protagonistas, se transforma en toda una aventura iniciática resuelta con una pasmosa y efectiva sencillez.

Inevitablemente, los miedos y las dudas se asoman en cada tramo de esta ruta íntima enmarcada en un entorno muy oportuno ya que el propio paisaje se transforma en un protagonista más dentro de la historia y subraya cada una de las sensaciones que De France y Higelin alimentan en cada uno de los episodios que comparten mediante una complicidad arrolladora.