Joseba ITURRIA

LOS AFICIONADOS FUERON LOS MÁS PERJUDICADOS POR LA TORMENTA DE ARCALIS

Los aficionados que subieron ayer a pie o en bicicleta a Arcalis con un sol y un calor insoportable vivieron una odisea cuando comenzó a llover y a granizar y bajaron las temperaturas sin posibilidad de refugio o ropa para cambiarse. Fue duro ver a niños tiritando con la ropa mojada.

El que acude a Andorra o a los Pirineos sabe que se expone a que cambie el tiempo y haya tormentas, pero pocos estaban preparados para lo que se vivió ayer en Arcalis. Para una vez que los organizadores de una etapa de montaña en el Tour y los policías dan facilidades para que los aficionados acudan a un alto, esto se convirtió en un problema. Porque hasta el mediodía las carreteras estaban abiertas para subir hasta los aparcamientos preparados por la organización y desde allí se subía a los aficionados en autobuses gratuitos a la primera explanada de la estación de Vallnord, a cuatro kilómetros de la meta. Desde allí los aficionados subían a pie y muchos llegaban hasta la cima.

También los aficionados que subían en bicicleta, muchos, estaban encantados porque pudieron subir hasta bien pasado el mediodía hasta que la organización les obligaba a bajarse a solo 500 metros de la meta. Pero las facilidades que encontraron ayer se volvieron en su contra porque en los últimos kilómetros no había posibilidad de refugio ninguno, los coches y las autocaravanas que habían subido el día anterior estaban más abajo, y no había escapatoria posible cuando se desató el diluvio invernal. Muchos agradecieron cuando las nubes taparon el sol y se refrescó el ambiente, pero cuando comenzó a llover resultó terrible porque no había más forma de bajar que la que utilizaron para subir. Los ciclistas, que como mucho llevaban un maillot térmico y un chubasquero, no podían bajar hasta que se evacuó a todos los participantes del Tour.

Ni autobuses ni lugares de refugio

Pero si ellos lo pasaron mal, porque bajar desde un alto que está a 2.240 metros de altitud y con la ropa empapada es un suplicio, peor fue lo que pasaron los que bajaron a pie con la esperanza de encontrar una evacuación en la explanada que les habían dejado los autobuses cuatro kilómetros más abajo. Allí no encontraron ni autobuses ni lugares para refugiarse del frío y de la lluvia. Muchos padres acudieron con sus hijos y fueron los pequeños los que más sufrieron.

En la explanada de los autobuses les comunicaron que éstos estaban arriba y que no había posibilidad de que bajaran. Se formó una cola en la intemperie en la que nadie quería perder su sitio para poder bajar cuanto antes y suplicaban a los conductores de coches acreditados que les bajaran al lugar donde tenían aparcado su vehículo. Así este periodista tuvo que bajar a una familia catalana con un niño congelado y dejarle ropa para que pudiera combatir el frío.

Y en el descenso se veían escenas dantescas con chavales vestidos de ciclistas tiritando de frío esperando que los policías andorranos les dieran permiso para poder acabar el descenso. Más todavía tenían que esperar los que subieron en coche para llegar abajo. Por si no tenían suficiente con el frío y la lluvia, cuando alcanzaban el coche les esperaba una carretera bloqueada y grandes atascos. Para una vez que pone la organización del Tour un final de Pirineos en domingo y ofrece facilidades para que vaya más gente, la climatología convierte una jornada de ocio en una auténtica agonía. Hubo niños y un adulto que tuvieron que ser evacuados con síntomas de hipotermia. También la aficionada que recibió un golpe de un ciclista mientras sacaba una fotografía. Fue un día terrible para los que subieron a Arcalis.

 

Menos público y aficionados vascos a pesar de tener más facilidades

Al disputarse en domingo y encontrarse con más facilidades, fueron muchos los aficionados que se acercaron a Andorra, aunque ni así se acercó la afluencia de público a la anterior llegada a Arcalis en 2009. Y eso que entonces la etapa se disputó un viernes. La diferencia principal es que la presencia de la afición vasca se ha reducido. Todavía van muchos vascos con sus ikurriñas, sus banderas de apoyo a los presos, sus camisetas naranjas, del Euskaltel, de la Real o del Athletic, pero el número es muy inferior al de los años en los que la marea naranja bañaba los Pirineos.

Una cuadrilla de Lazkao que se estrenaba en el Tour y que hizo noche a tres kilómetros del alto de Arcalis comentaba a GARA que Andorra queda lejos, pero estaba a la misma distancia hace siete años y los vascos casi rivalizaban con los catalanes, que eran mayoría ayer con sus esteladas. J. ITURRIA