Entrevista
TERENCE DAVIES
DIRECTOR DE CINE

«Las grandes historias se nutren del choque entre rigor y benevolencia»

Nacido en Liverpool en 1945, su prestigio como cineasta se ha mantenido intacto desde «Voces distantes» (1988) y «El largo día acaba» (1992). Tras un tiempo en el que le costó encontrar financiación para nuevos proyectos, a los 70 años está en plena efervescencia creativa. Acaba de estrenar «Historia de una pasión», aproximación a la vida y obra de la poetisa norteamericana Emily Dickinson.

Jaime IGLESIAS| MADRID

En las distancias cortas Terence Davies parece una proyección de sus personajes, imbuidos de esa mezcla de rigor y bondad que, según él, no solo está en la base de las mejores historias, sino en la propia vida. De carácter vehemente (muchos apuntan a que ese ímpetu le ha jugado en contra a la hora de levantar proyectos, lo que explicaría una filmografía tan apasionante como exigua), su sincera emoción a la hora de evocar episodios de su propia vida y ponerlos en conexión con su obra, no le hace perder la sonrisa afable. Una dualidad de carácter que guía su aproximación al personaje de Emily Dickinson en “Historia de una pasión” al punto que, parafraseando a Flaubert, el cineasta británico bien podría afirmar: «Emily Dickinson soy yo».

Usted lleva a cabo un acercamiento a la figura de Emily Dickinson casi en clave teológica, presentándola como una mujer que reivindica para sí su alma negando, con ello, la idea de Dios. ¿Fue esto lo que más le interesó de su personalidad?

Digamos que ese rasgo de carácter que apuntas quizá sea el que me hizo vincularme de un modo más directo con ella. Yo recibí una educación católica y de joven me recuerdo rezando de rodillas implorando un perdón a mis pecados que nunca sentí que llegase. Eso me llevó a tener una adolescencia terrible hasta que me convencí de que no podía esperar nada de Dios. Por eso una de las cosas que más me interesó abordar en la película es el conflicto que se da en Emily cuando se pregunta: ¿Realmente tenemos un alma? Y si la tenemos, ¿es algo que nos sobrevive? Y, en caso contrario, ¿cómo podemos responder ante Dios si carecemos de alma?

Entre los muchos conflictos que aborda la película está la relación entre fe y pulsión creadora. ¿Cree que la religión resulta un estímulo o un freno para la producción artística?

Creo que todas las religiones son perniciosas si atendemos a la doble función que constituye su razón de ser y que no es otra que, en primer lugar, reprimir la sexualidad y, después, lograr la aceptación de la muerte. En lo primero pueden tener más o menos éxito pero lo segundo se antoja algo absurdo. Nunca vamos a aceptar la idea de morir porque, para todos nosotros, la muerte es algo que le ocurre a los demás. Lo fascinante de Dickinson es que ella sí que fue clarividente en ese sentido. A partir de ahí supo librarse de ese terror que le era común al resto, sintiéndose ligera de equipaje en su periplo vital. Pero por sintetizar mi respuesta, te diré que cualquier religión me parece opresiva y aquello que te oprime difícilmente puede resultar un estímulo para la creación.

Como poetisa, Dickinson apenas alcanzó reconocimiento en vida. En un momento del filme ella, hablando sobre esto, apela a la idea de posteridad. ¿Hasta qué punto asume haber conseguido redimir, con esta película, su figura y su legado?

Ella apelaba a la posteridad, sí, pero en ese diálogo al que te refieres Emily termina por añadir: «Se trata de un concepto tan incómodo como la idea de Dios». El ser humano es vanidoso por naturaleza y necesita verse reconocido para sentirse realizado, cuando te niegan ese reconocimiento resulta doloroso pero cuando te lo niegan siendo un genio, como lo era ella, es además humillante. Quizá mi película contribuya a acercar su figura y su obra a un mayor número de personas pero, honestamente, ¿de qué le sirve a ella ese reconocimiento póstumo a estas alturas? Tampoco para mí constituye un consuelo. La idea de redención se me hace insoportable.

¿En qué medida cree que esta película está conectada con las preocupaciones desarrolladas por usted en el resto de su filmografía?

Todas las grandes historias se nutren del choque entre rigor y benevolencia y eso, que es algo que está en la vida misma, creo que lo he ido incorporando de manera inconsciente en todas mis películas. En este caso, ese conflicto está fortalecido por la relación que existe entre Emily y su hermana, que es una relación plagada de amor y comprensión pero donde a su vez choca el carácter apacible de Vinnie con la exigencia de perfección de Emily, que la lleva incluso a creer que merece ser repudiada cuando su hermana le dice: «La integridad llevada al extremo resulta tan cruel como la imperfección».

 

Ofrecerle el personaje de Emily Dickinson a una actriz como Cynthia Nixon que, en el imaginario colectivo, permanece asociada a su papel de la calculadora Miranda de «Sexo en Nueva York» ¿No fue una elección de riesgo?

Para mí no, porque siempre creí que era la mejor opción posible para interpretar al personaje. A Cynthia la conocía de unas pruebas que le hice para una película que nunca llegamos a rodar pero siempre me quedó el deseo de trabajar con ella y lo cierto es que cuando escribí el guion de esta película la tuve en mente todo el rato. Estaba tan seguro de que Emily era ella que incluso le dije a mi productor «haz la prueba de superponer una foto de Cynthia al único retrato que conocemos de Emily Dickinson». Lo hicimos, ¡y encajaba! Pero mi convicción iba más allá del parecido físico. Cuando elijo a alguien para un papel, mis decisiones son más viscerales que racionales.

El hecho de que estemos ante un personaje del que se saben tan pocas cosas, le dejaría un amplio margen de libertad a la hora de aproximarse a él...

Sí pero, en todo caso, nunca quise construir un relato biográfico sobre Emily Dickinson. Me interesaba más la dimensión espiritual del personaje. Por eso es tan importante el uso de la luz que hemos desarrollado. De la iluminación minimalista que escogimos para evocar su juventud vamos pasando progresivamente a tonos más sombríos para reflejar no solo su encierro y su enfermedad, sino ese carácter gótico que va impregnando su poesía en todo lo referente a la búsqueda del amor en un ser imaginario proveniente del más allá, un ser que, según ella, sería al único al que se entregaría. En la exaltación de ese ideal está la negación de la realidad como algo que, forzosamente, termina por corromper la pasión.

¿Es consciente de lo transgresor que resulta en el cine actual un estilo como el suyo, tan despojado pero, a la vez, de inspiración tan clásica en la construcción del relato?

Supongo que eso es un elogio, ¿no? Muchas gracias (risas). Bueno, ya sabes que dicen que hacer una película es dar muerte a tres ideas: tu punto de inspiración que se diluye en el guion, la muerte de aquello que has escrito cuando después lo ruedas y, finalmente, la muerte de lo que has rodado cuando lo montas. En esas tres muertes queda definido el estilo de una película. Lo que queda de la idea inicial es apenas un subtexto y en la sala de montaje tienes que encontrar la melodía adecuada para darle eco. En este sentido, es muy importante saber desechar aquellas escenas que enturbien el sonido de esa melodía, por muy bien que hayan quedado en el momento de ser rodadas.

«El entorno familiar, con ser un ámbito restrictivo, es también  depositario de nuestra mayor felicidad»

Frente a sus anteriores largometrajes, donde los exteriores tenían tanto protagonismo, ¿fue la necesidad de enfatizar ese conflicto íntimo que libra el personaje consigo misma lo que le llevó a plantear la película casi como una obra de cámara?

Sí, aunque me esforcé por evitar el lugar común desde el que se ha venido representando a Emily Dickinson como una mujer de temperamento oscuro que vivió prácticamente recluida. Ella no fue así, fue una persona con muchas inquietudes: la literatura, la repostería, la botánica… Lo que ocurre es que para Emily el entorno familiar siempre fue algo muy importante, el hogar era su zona de confort y hasta puede decirse que incluso fue un escenario mágico para ella. Y eso, lejos de ser algo sombrío, creo que aporta luz y riqueza al personaje.

Pero, ¿no resulta contradictorio encontrar esa fuerza y esa luz para la creación poética en la reclusión del hogar?

El entorno familiar, con ser muchas veces un ámbito restrictivo, es también el depositario de nuestros momentos de mayor felicidad. Y esa aparente contradicción resulta un elemento de inspiración tremendo para el artista: basta con leer a Ibsen, a Chejov y a tantos grandes creadores. En este sentido, yo también me siento muy próximo a Emily Dickinson. Uno de los momentos más duros de mi infancia fue asistir a la agonía de mi padre, que murió de cáncer tras dos años luchando contra la enfermedad. En aquella época las dosis de morfina para pacientes desahuciados estaban restringidas y creo recordar que él solo tenía derecho a una o dos inyecciones a la semana.

Mi padre era un hombre ya de por sí violento pero el dolor le hacía volverse más violento aún. Y una vez hubo muerto, recuerdo encima que el cadáver estuvo siendo velado en casa durante casi una semana. Sin embargo, no puedo negar que esos recuerdos tan atroces han sido una fuente de inspiración permanente para mí, tanto en esta película como en el resto de mi obra.J.I.