Raimundo Fitero
DE REOJO

Tonto

Es muy tonto ponerse a recordar lo que pudo haber sido y no fue. Pero hay días que uno se pone tonto. O le sale el tonto que esconde tras las gafas de la presbicia. Cada día un impulso para escribir y el que me atropella en una mañana resacosa que apunta a algo más clínicamente es lo tonto que resulta ser asegurar éxitos o fracasos. Las veces que desde este lugar nada equidistante hemos presagiado un gran éxito o un fracaso inmediato. Los días pares que me llegan estos pensamientos rebozados en rugosidades acostumbro a perdonarme. Es más, creo que he sido una suerte de adivinador o de asesor o de proscriptor que la clava a la segunda entrega de una serie. Pero los impares y si son festivos, peor, no lo soporto, me parece un ejercicio muy tonto. Y quien hace algo tonto, acaba siendo un tonto. O viceversa, que es lo que me parece.

¿Alguien se ha puesto a pensar las veces que hemos renegado de los espectáculos en los que se hace ver que asistimos a convivencias y experimentos sociales con gente encerrada en casas, escuelas de música u hoteles? Sí, los reality shows llegaron, colonizaron las parrillas de programación y se quedaron. Y cuando alguno sufre algún deterioro, es decir que baja algunas décimas en sus resultados de audiencia se crea un gabinete de crisis en la cadena y la próxima entrega sale reforzado. ¿Qué les parecería si le confesara que no he visto más de cinco minutos de la recién terminada edición de Gran Hermano, la 17? Pues negligencia o falta de responsabilidad en el ejercicio de mi labor de guardia de las malas costumbres televisivas. Pues así ha sido. No soporto más tiempo a Jorge Javier. No me interesó mucho ni el decorado. No me entretenían las cuitas de esos seres. Parece tonto, pero lo doy por un programa amortizado. Pero en unas semanas vuelve en la versión VIP. Tonto, tonto, tonto.