Janina PÉREZ ARIAS
DONOSTIA
Entrevista
FRANçOIS OZON
DIRECTOR DE CINE

«Los franceses no muestran ninguna curiosidad por los alemanes»

Con «Frantz», el aclamado realizador pone el listón más alto y pasa con sobresaliente todas las pruebas. En esta conversación narra la génesis y desarrollo de este excelente filme, de sus intenciones como director y adelanta algo de su próximo proyecto.

Cae la tarde en Donostia. Esta es la última entrevista del día para François Ozon (París, 1967), quien se acomoda en la terraza del Teatro Victoria Eugenia, donde presentó el pasado mes de setiembre ante el público de Zinemaldia su más reciente película, “Frantz”.

«No me siento totalmente cómodo hablando en inglés, pero vamos a intentarlo». Le teme al cansancio, ya que su breve visita al festival ha sido ardua e intensa. A su paso por la barra, en espera de acomodo, desbarata la pequeña perfección de un montadito de jamón. Desecha el pan, y con avidez degusta el fiambre. Después de la segunda vez –de las cuatro que repite– , se disculpa sonriente por no comerse «la envoltura».

Siendo uno los directores franceses más reconocidos y respetados, durante casi 30 años de trayectoria, Ozon ha explorado terrenos muy diversos; muchas veces le ha dado por provocar (como muestra están “Joven y Bonita” o “La Piscina”), pero también quiso profundizar en la sicología humana tal como “En la casa” y en “El Refugio”, aunque a veces más bien ha querido divertirse, así lo hizo con “Potiche” y “8 Mujeres”.

Pero “Frantz” es diferente. Protagonizada por Paula Beer y Pierre Niney, se desarrolla en la época posterior a la I Guerra Mundial, y cuenta la historia de una joven viuda (Beer), quien se enfrenta al dolor de la pérdida, así como a un misterioso visitante (Niney).

Este filme le viene ocupando la vida a François Ozon desde hace muchos meses, y tras su estreno en la Mostra de Venecia (donde le otorgaron el premio Marcello Mastroianni a su protagonista Paula Beer), no para de generar buenas críticas. Un hecho que a Ozon le complace ya que esta vez había jugado todas las cartas.

Más allá de la relación amor-odio entre Alemania y el Estado francés, ¿qué le motivó trabajar con alemanes?

Soy un gran admirador de Alemania. Sé que esto es algo muy sorpresivo viniendo de un francés (se sonríe), ya que aún persiste una opinión muy hostil hacia los alemanes a causa de la II Guerra Mundial. Pero cuando era niño, lo primero que descubrí fue Alemania porque mis padres tenían familiares allí, entonces íbamos muy a menudo, y se produjo una suerte de intercambio entre niños de mi edad. Disfrutaba de esos viajes, siempre me interesé por la cultura alemana, y cuando vas a Alemania te das cuenta de que los alemanes tienen mucha curiosidad hacia la cultura francesa. Pero los franceses no muestran ninguna curiosidad por los alemanes (risas) No me extraña que la gente, sobre todo en mi país, se haya sorprendido cuando anuncié que estaba haciendo esta película en Alemania, pero para mí era una manera de introducirme en la cultura germana, de trabajar en una lengua que me parece muy musical, por eso quería matar todos los clichés que tenemos hacia ese idioma. Por otra parte, en la productora alemana se quedaron muy sorprendidos y contento con el hecho de que un francés quisiera hacer una película con alemanes, donde no había nazis y en la que ellos no eran “los malos” de la película (risas).

También usted reflexiona sobre la guerra, algo que tampoco había hecho hasta ahora.

Para mí también fue una sorpresa. Yo quería hacer una película sobre la mentira, pero cuando descubrí esta obra (“El hombre al que amé”, de Maurice Rostand) con un trasfondo histórico tan importante, decidí trabajar con ese material, y me puse a investigar. Además de interesante, para mí representó un desafío real ya que nunca antes había trabajado con ese contexto. En Francia se ha estudiado mucho la I Guerra Mundial, de manera que existen muchas investigaciones, y además películas. Así se me hizo bastante fácil reconstruir ese periodo.

Sin embargo en Alemania esa reproducción de la época fue más difícil, ya que están más perturbados a causa de la II Guerra Mundial por razones obvias. Y es que la I Guerra Mundial básicamente se desarrolló en Francia, no en Alemania. En la película muestro que en efecto el territorio francés fue destruido casi por completo, lo cual no ocurrió en Alemania.

No es la primera vez que toma una historia ajena para llevarla al cine. ¿Cómo hace usted para hacer muy suya una historia?

El hombre que amé es una obra de teatro escrita por un francés en los años 20. Me encantó la historia de ese soldado francés que va a Alemania para llevarle flores a la tumba de un soldado alemán. Era seguro que le iba a hacer cambios para lograr una mejor adaptación, pero cuando me enteré que Ernst Lubitsch había hecho ya una adaptación de ese material en los anos 30 (“Broken Lullaby”, 1932, en español se titula “Remordimiento”), me decepcioné y suspendí todo, porque después de Lubitsch, ¡cómo iba a venir yo a hacer qué! (se sonríe) Sin embargo vi la versión de Lubitsch y me di cuenta de que su punto de vista estaba centrado en el soldado francés, y mi idea era más bien contar la historia desde la perspectiva de los perdedores de la guerra, es decir, los alemanes, y más concretamente desde el punto de vista de la chica. De manera que me percaté de que mi filme iba a ser completamente diferente, y que sería como una respuesta de un realizador francés a esa historia.

¿El trabajo de Lubitsch influenció en la estética de tu película?

La idea original era hacer el filme en color, pero cuando empezamos a buscar las localizaciones, encontramos lugares fantásticos en Alemania del Este, y un día cuando estaba dando un paseo donde filmamos, vi algunas fotos de época de esa ciudad en blanco y negro, entonces me di cuenta de que nada había cambiado, te daba la sensación de estar en 1919. Así que tomé la decisión de rodar en blanco y negro, lo cual fue un reto. El productor se mostró decepcionado porque no era lo que habíamos acordado, pero sentía que era una decisión acertada, porque le daría más realismo a la historia, y es que todos los recuerdos que tenemos de aquella época son en blanco y negro. Tenemos la sensación de que esa guerra fue en blanco y negro porque el color no existía ni en fotos ni en películas. Mi intención era involucrar más a la audiencia en la historia, que crean en lo que ocurrió, y en la ambientación de la época.

En la historia hay un gran misterio, ¿cómo se logra jugar con los sentimientos de los personajes pero también con los del público?

El hecho de que el punto de vista se centre en la chica, pone a la audiencia en su lugar, es decir, no saben lo que ocurre, por qué ese soldado ha ido a Alemania. Y como a la chica, le creemos lo que él nos cuenta. Entonces la audiencia comparte los mismo sentimiento que Anna (Beer). Quería jugar con el público tal como Adrien (Niney) lo hace con Anna y su familia, y con todos esos elementos creé el suspense.

¿Por qué decidió mostrar a Frantz?

Decidí que era importante, sobre todo mostrarlo como una historia de amor entre él y Adrien en el flashback. Como también fue importante para mí mostrar las pesadillas de Anna.

Por lo general sus personajes en todas sus películas tienen un comportamiento bastante extremo, mientras que en «Frantz», tal vez a causa de la época, son muy contenidos. ¿Cómo fue para usted enfrentarse a esta particularidad?

Estaba muy consiente de eso. La historia está dada por el comportamiento de los personaje. Hay que pensar en que fue una época en la que murieron 11 millones de jóvenes en la guerra, el único deseo que tenía la gente era estar viva. Y todos los personajes en esa historia son de una u otra manera víctimas de la guerra.

¿Qué diferencia hay en trabajar con actores alemanes y con franceses?

El trabajo es siempre el mismo. Tienes que adaptarte a tus actores. Cuando hice “8 Mujeres” (2001) al trabajar con Isabelle Huppert, Catherine Deneuve y todas esas actrices, fue diferente porque no fue el mismo modo de hablar, por ejemplo. En el caso de actores jóvenes, primero necesitaba entablar un nexo de confianza entre nosotros, lo cual es muy emotivo para mí porque me dan mucho y muestran sus emociones, como también es conmovedor verles luego nacer en la pantalla.

Fue un largo camino hasta dar con Paula (Beer) porque no conocía a las actrices alemanas, así que el casting duró mucho tiempo. Cuando conocí a Paula me sorprendió mucho porque era muy joven, y muy madura para sus 20 años; tenía una especie de melancolía en los ojos que era exactamente lo que andaba buscando. Luego probamos si había química con Pierre Niney había química, y resultó. Paula fue muy valiente porque lleva sobre sus espaldas casi toda la película.

Cada vez que se da la noticia de un nuevo proyecto suyo, es muy emocionante porque no se sabe con qué va a venir…

¡Ni yo! (risas)

¿Cómo logra que cada una de sus películas sean tan diferentes una de la otra?

No sé si son tan distintas. Lo que intento es retarme a mí mismo, experimentar cosas nuevas. Es cierto que en el caso de “Frantz” se trata de una novedad, por haber filmado en Alemania, por el hecho de que sea en blanco y negro, por ser una película de época. Lo que siempre me emociona de mi trabajo es tener el deseo de experimentar en otros terrenos, de manera que siempre siento la necesidad de tomar riesgos.

¿Qué hace una historia atractiva para usted?

Creo que cuando me empieza a obsesionar. Cuando la pienso, la sueño, cuando me despierto y el primer pensamiento es para esa historia en particular. Entonces es cuando sé que es una historia que quiero contar. Dejo que mi subconsciente y mis sueños trabajen en ello.

¿Ya tiene en mente su próximo proyecto?

(se sonríe) “Frantz” es un filme muy casto, con tan solo una escena de un beso, así que mi próxima película será de homosexuales. ¡Voilá!