EDITORIALA
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Cierre de Garoña y bases para una nueva política ecológica

El cierre de la central nuclear de Garoña supone una gran victoria para la sociedad vasca y muy especialmente para quienes defienden un modelo de desarrollo humano y medioambientalmente sostenible, opuesto al sistema imperante. Evidentemente, no cabe obviar que para la industria eléctrica el cierre de esta central es en parte táctico, asumido como necesario solo para poder mantener un sistema centralizador, ineficiente y rentista, basado en el oligopolio. Tampoco que, incluso cerrada, la central sigue albergando una amenaza nuclear latente que hay que vigilar y controlar tanto o más que hasta ahora. Ni las instituciones ni la sociedad deberían asumir que los beneficios económicos de esta energía fuesen privados y todos los costes vayan a ser públicos.

Bienvenidos al ecologismo

La progresiva conversión en ecologistas –aunque solo sea de discurso– de quienes promovieron y más se han beneficiado de la energía nuclear en Euskal Herria muestra un cambio social relevante. En apenas tres décadas para la clase dirigente vasca la energía nuclear ha pasado de ser prioridad de futuro a rémora del pasado.

La capacidad para adaptarse a esos cambios sociales es sin duda una gran virtud política, pero esa capacidad de patrimonialización de las luchas sociales no puede ser entendida como hegemonía social; es signo de una centralidad institucional y muestra de esa inteligencia.

Visto el desarrollo de la lucha antinuclear desde Lemoiz hasta Garoña, el misterio del PNV no es tanto que al país le guste que ellos gobiernen –eso es tanto mérito suyo como demérito del resto–, sino lo poco que en el fondo les gusta a ellos, en demasiados aspectos, la sociedad vasca. La influencia que ellos imprimen a su acción de gobierno es limitadora, en gran medida retrógrada, mientras que la influencia que reciben por parte de la sociedad es, básicamente, progresista. Dependiendo de los periodos que se analicen la resultante no es tan clara como alguno podría pensar en un principio.

En todo caso, el cierre de Garoña debería servir como impulso para uno de esos debates de país que todas las fuerzas vascas, de una u otra manera, reivindicaron en campaña electoral. Un debate crucial, visto el grado de degradación medioambiental que sufrimos, la urgencia de buscar alternativas y el liderazgo necesario.

Marcos para un debate de políticas públicas

Frente al habitual adanismo dialéctico vasco, existe una base interesante para iniciar una dinámica política e institucional sobre este tema. En el plano institucional en Hego Euskal Herria hay al menos tres documentos que pueden servir de referencia para un debate sobre las políticas públicas en torno al cambio climático, la sostenibilidad, la economía circular, la política energética… en definitiva, sobre cómo acordar y desarrollar una política pública ecológica para nuestros territorios.

Para empezar, ahí están los dos acuerdos programáticos que sostienen los gobiernos de Iruñea y Gasteiz, entre PNV y PSE, por un lado, y entre Geroa Bai, EH Bildu, Podemos e I-E, por otro. En ambos hay apartados con propuestas legislativas interesantes que se pueden mejorar e implementar si se abre un mínimo debate social y técnico sobre la materia.

Existe un tercer documento que contiene aportaciones interesantes sobre la economía ecológica, el desarrollo sostenible y la soberanía energética. Se trata del documento “Denon herria. Un país compartido”, para el que Arnaldo Otegi contó con un grupo de expertos en el contexto de su abortada candidatura a lehendakari. En el apartado «Natura» hay una batería de medidas que suponen un buen punto de partida para el debate, la negociación y, llegado el caso, el acuerdo.

Un tiempo precioso, una gran responsabilidad

Según desvelaba un reciente estudio del Instituto “Energy and Policy” de EEUU, las eléctricas eran conscientes hace casi cincuenta años del cambio climático, de sus consecuencias y de su responsabilidad. Decidieron ocultarlo y negarlo por intereses bastardos. La clase política se lo permitió y se sumó. Centrales como Garoña son monumentos a esa política suicida.

Siendo conscientes del desgaste letal que soporta el planeta a manos del ser humano y del limitado tiempo para revertir esa situación, el equilibrio entre el beneficio inmediato y la razón a treinta años no es ya sostenible. Hay que actuar con reponsabilidad y premura.