Martxelo DÍAZ

Inmigrantes cuidadoras internas, el sostén invisible del sistema público

Unas 10.000 mujeres inmigrantes realizan en la CAV labores de cuidadoras y de trabajo doméstico como internas. Son invisibles. Realizan una labor que no se ve pero que sostiene el sistema público, según destaca Silvia Carrizo, de Malen Etxea.

Según los datos de afiliación a la Seguridad Social recogidos por Ikuspegi, el observatorio de la inmigración, en la CAV hay 11.374 mujeres extranjeras dadas de alta en el régimen de Servicio de Hogar. De ellas, 1.871 proceden de estados integrados en la Unión Europea, especialmente de Rumanía, Portugal y Bulgaria. De las extracomunitarias, la mayoría procede de Nicaragua (2.198), Paraguay (1.550), Bolivia (1.339) y Honduras (972). El sector de las tareas domésticas suponía el 38,8% del total de las mujeres de origen extranjero ocupadas en la CAV en201 y ha pasado a ser el 50,2% en 2014. Es decir, una de cada dos mujeres extranjeras ocupadas en la CAV trabaja en el sector de las tareas domésticas. «Cuando llegás acá solo tiene dos opciones: o limpiar mierda o la prostitución», resume gráficamente Carrizo.

Estos datos aparecen a su vez recogidos en el informe “Trabajos iguales para todas” elaborado por la asociación Malen Etxea, con sede en Zumaia y que agrupa a mujeres inmigrantes que trabajan en este sector. Su autora, Silvia Carrizo, lo presentó recientemente en la Semana Antirracista de Iruñea, destacando que se trata de un sector extremadamente precarizado pero que resulta imprescindible para que el sistema público de atención a la dependencia se pueda mantener en pie.

Hay una frase en el informe de Ikuspegi que saca de sus casillas a Carrizo. Es la que señala, para indicar que se está superando la crisis, que «la clase media vasca siente un suelo más firme, solicita inmigración. La población femenina latinoamericana es uno de los mejores indicadores de la salud económica de la sociedad vasca. Cuando aquella crece, la situación económica mejora o se estabiliza».

«Esto no sería un conflicto ni una contradicción si no fuera porque el afianzamiento de las clases medias se hace sobre el trabajo en condiciones que están muy lejos de ser condiciones laborales que pueden ser consideradas legales en una sociedad democrática. El buen estado de la salud económica de la sociedad vasca se celebra pudiendo contratar en el mercado global mano de obra barata para el cuidado de personas dependientes y como segunda opción la limpieza del hogar, porque lo que no dice la estadística es que bajo el paraguas de ‘empleo de hogar’ se esconde la función principal que cumplen las trabajadoras extranjeras en los hogares vascos:cuidado de personas mayores», destaca Carrizo en su informe.

Estas condiciones laborales pueden ser calificadas, sin exageraciones, de mano de obra esclava: 24 horas al día, 365 horas al año y cobrando un sueldo ínfimo, en torno al SMI. «Estas condiciones no se pueden poner en un contrato. Son completamente ilegales», destaca Carrizo. De hecho, los contratos recogen jornadas de trabajo de 40 horas semanales, que evidentemente no se cumplen. Además, generalmente, no pueden salir de la casa en la que trabajan para realizar gestiones personales sin permiso de sus empleadores.

En este sector, además de una feminización de las tareas, se ha producido una «inmigrantización» de las mismas. Las familias vascas no quieren solo que sean mujeres quienes cuiden a sus mayores o dependientes. Quieren que sean dulces, cariñosas, afectuosas. Que no protesten, que sean sumisas. Se trata del rol que se adjudica a las inmigrantes sudamericanas.

«La atención a la población dependiente que requiere cuidados no puede ser asumida de forma privada, individual, por las familias. Y tampoco puede ser asumida íntegramente por las políticas públicas. No se puede hablar de calidad en los cuidados cuando ese trabajo lo prestan mujeres semiesclavizadas», destaca el informe de Malen Etxea.

«Se buscan Qs de calidad para el sistema de dependencia vinculadas a un trabajo precario y esclavo que realizan las mujeres inmigrantes», subrayó Carrizo en la presentación del informe en Iruñea.

Malen etxea, mapundungún y euskara

Un grupo de estas mujeres se ha autoorganizada en torno a la asociación Malen Etxea (Malen significa mujer en mapundungún, el idioma mapuche), que tiene su sede en Zumaia. Nació hace ya más de diez años para responder a la necesidad de estas mujeres, que viven fuera de su entorno, de juntarse. «Es una tabla de salvación», explicó Carrizo.

Junto a ello, buscan visibilizar la situación de las mujeres inmigrantes en Euskal Herria y defender los derechos de las trabajadoras inmigrantes. El 90% de las socias de Malen Etxea trabajan como empleadas de hogar internas. Además, disponen de un albergue para mujeres sin recursos en Zestoa, en una vivienda cedida por la parroquia. Acoge generalmente a mujeres jóvenes recién llegadas o a quienes tras trabajar quince años pierden su empleo, quedando completamente desprotegidas en tierra extraña.