Beñat ZALDUA
OBITUARIO

La historia, ese martillo que tanto rompe como construye

Catalunya está de luto. O debería estarlo. También todo aquel que tenga cierto aprecio por el estudio de la historia. Ayer murió, a los 86 años, Josep Fontana, referencia fundamental en el estudio de la historia contemporánea. Murió viviendo en su piso del Poble Sec barcelonés, en el que residía desde los seis años, a dos pasos del Molino, en plena avenida del Paral·lel.

La historia, en forma de trincheras erigidas para defender Barcelona durante la guerra del 36 al lado de su casa, lo interpeló de inmediato. Para 1956, en una Barcelona derrotada, gris y oscura, empezó a militar en el PSUC, ese partido –ente casi mitológico hoy en día– que logró mantener vivo el hilo entre República y resistencia antifranquista y que, sin embargo, no sobreviviría a las transacciones de la transición, valga la redundancia. El PSUC de aquella época dejó, sin embargo, unos cuadros de una talla intelectual y humana difícilmente repetible. August Gil Matamala, Manuel Vázquez Montalbán o el propio Fontana como ejemplos.

De forma paralela a la militancia clandestina se fue formando en la Universitat de Barcelona, al abrigo de nombres propios como Jaume Vicens Vives, el que ayer murió como uno de los historiadores más reconocidos de Catalunya, el Estado español y buena parte del mundo hispanohablante, con cinco nombramientos de doctor honoris causa en la mochila. Propios y extraños le reconocieron, sobre todo en las últimas dos décadas de su vida, el esfuerzo por explicar de manera conjunta la historia política y económica de una época, o de un fenómeno. Ya fuese la configuración del Estado español a lo largo del siglo XIX, la evolución de las haciendas públicas en Europa, la formación de la identidad catalana o la historia del mundo a lo largo de la segunda mitad del siglo XX.

El compromiso político fue a menudo el motor que motivó la búsqueda historiográfica de Fontana. También, a veces, la frustración generada por la abismal diferencia entre aquel ideal prometido y la cruda realidad. De la frustración con la historia que tenía que ser y no fue tras la segunda guerra mundial y los felices 30 nació, por ejemplo, “Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945”. Una obra canónica publicada en 2011 cuyas 1.022 páginas conviene desempolvar de vez en cuando.

Nota a pie de página: el compromiso como motor no contamina el análisis historiográfico en Fontana. La inquietud política abre la puerta a un trabajo riguroso –reconocido hoy en día por todo el espectro político a ambos lados del Ebro– en el que las conclusiones nunca están preestablecidas. El rigor y la honestidad como virtudes revolucionarias.

En este tiempo en el que la historia ha vuelto a llamar a la puerta en Catalunya, todos buscaron el abrigo de Fontana, horrorizado ante la posibilidad de que su palabra fuese interpretada como aval histórico a posición ninguna. Optó por repartir amores. A los herederos oficiales de aquel PSUC les dejó incluir su nombre en la candidatura de Colau en 2015. Al independentismo le dijo que sí, que estaba de acuerdo con la independencia siempre que nadie resultase dañado. Aunque sobre la materia ha dejado un libro de referencia que vale su peso en oro –“La formació d’una identitat. Una història de Catalunya”–, no era esta su guerra.

El último tema que movió al sabio fue el análisis histórico de las desigualdades, un tema al volvía de forma recurrente. También en la entrevista que concedió a ‘‘Zazpika’’ en 2014, en la que hablaba de la historia como un martillo de múltiples usos; cualquier cosa menos neutral. La historia de las desigualdades la abordó parcialmente en su última obra publicada, “El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914”, en la que muestra sin paliativos que solo la lucha y la existencia de una alternativa al capitalismo permitieron, durante un tiempo, frenar las desigualdades.

Ya para acabar, y por si fuese cierto que el mejor homenaje a los referentes es su relectura, así se despidió Fontana en València en 2016: «En la tarea común de cartografiar el panorama del mundo en el que vivimos, para encontrar caminos hacia el futuro que nos devuelvan la esperanza, a los historiadores nos toca ahora revisar la visión establecida en la que se basaba el viejo relato sobre el avance imparable del progreso social, para reinterpretarlo como una lucha por la libertad y la igualdad, que se ha desarrollado de manera incierta, con victorias parciales y una larga derrota final que amenaza nuestro futuro».