Mikel INSAUSTI
«Yuli»

En Cuba el bailarín es como una gran estrella del rock

Alo largo de su carrera la cineasta Iciar Bollaín ha ido sustituyendo la frescura de sus comienzos por una profesionalidad amparada en la corrección y la eficacia sin sorpresas ni riesgos. No es que “Hola, ¿estás sola?” (1995), “Flores de otro mundo” (1999) o “Te doy mis ojos” (2003) fueran mejores que sus posteriores “Mataharis” (2007), “También la lluvia” (2010), “Katmandú, un espejo del cielo” (2011), “En tierra extraña” (2014) o “El olivo” (2016), pero tenían otro encanto. Es lo que falta asimismo en su noveno largometraje “Yuli”, cuyo cambio de temática y de escenarios tampoco sirve como el esperado revulsivo, y todo transcurre según lo previsto, incluido el trabajo de su compañero sentimental Paul Laverty, por más que resultara premiado en el SSIFF donostiarra como el Mejor Guion de la competida Sección Oficial.

El planteamiento es muy formulario, partiendo del tiempo presente en el que el protagonista aparece ya como una figura consagrada de la danza que, durante la preparación de su nuevo espectáculo, rememora los pasos de baile y de vida que tuvo que dar para llegar hasta donde ha llegado finalmente.

Carlos Acosta se interpreta a sí mismo, a través de la recreación de la complicada relación que mantuvo con su padre, quien se empeñó en que fuera bailarín en contra de la voluntad de un hijo que todavía no era consicente de sus grandes facultades. El hombre sabía que a su pequeño le esperaba una vida mejor y la posibilidad de viajar por el mundo.