Pablo L. OROSA
Sihay

LA OTRA HERENCIA COLONIAL EN KENIA: LAS MADRES QUE MUEREN ANTES DE LLEGAR AL HOSPITAL

Casi la mitad de las muertes y un tercio de las discapacidades en países en desarrollo podrían evitarse si la población tuviera acceso a una asistencia médica de urgencia. En Kenia, más de 6.000 mujeres perecen cada año al dar a luz en casa sin asistencia.

Lo más probable es que una de las jóvenes embarazadas que acuden regularmente a la clínica que desde hace tres años atiende a las comunidades agrícolas de Sihay, en la Kenia fértil que casi es Uganda, muera este mes. Si no, lo hará otra al mes siguiente. Por pura estadística. Cada día fallecen en el país 17 mujeres por causa relacionadas con el embarazo. 6.300 al año, según las cifras oficiales. Sihay es, tras los condados del norte fronterizos con Somalia y Etiopía, la región con mayor tasa de mortalidad materna de Kenia.

«Por la noche, los piki-piki –las motocicletas que sirven de medio transporte en la zona– no trabajan, así que no hay manera de salir de aquí. La situación es especialmente complicada para las madres a punto de dar a luz. Si prevemos que puede haber problemas ya programamos el nacimiento en el hospital, pero hay veces que se ponen de parto en plena noche y surgen complicaciones, a menudo con la placenta. Entonces, la madre puede morir desangrada».

Mientras habla, Wilfreda atiende a la última de las jóvenes embarazadas que se ha acercado a la clínica. Antes que ella lo han hecho otra madre con una herida contusa, una pequeña en período de control por desnutrición, siete chicos a los que han realizado una evaluación completa y otro al que la prueba de VIH ha dado negativa. Pero a Wilfreda, que lleva toda la vida, y eso son más de cincuenta años, ejerciendo de enfermera en estas aldeas que también son la suya, lo que más le preocupa es la chica. El embarazo va bien, el bebé tiene el peso y el tamaño correcto, pero cada parto en Sihay es siempre de alto riesgo.

Pese a ser uno de los estados más desarrollados del continente, Kenia continúa siendo uno de los diez países del mundo en los más mujeres fallecen al dar a luz. El ratio de mortalidad materna es de 488 por cada 100.000 habitantes. Más del doble que la media mundial. «Tratamientos especializados limitados, falta de preparación por parte de los profesionales de la salud y baja cobertura de las instalaciones sanitarias son las principales razones de estas cifras», reconoce la ONU.

El país cumple con las exigencias numéricas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Comisión Lancet: los servicios de atención obstétrica y quirúrgica de urgencia están a menos de dos horas, concretamente a poco más de una hora, en el hospital de Busia, pero una lectura dérmica de la realidad revela miles de mujeres muertas. 17 al día. «El problema viene cuando surgen complicaciones por la noche, porque no hay manera de llegar al hospital», insiste Wilfreda.

Desde hace 4 años, la comarca dispone de una ambulancia sufragada por la cooperación internacional para atender emergencias. Pero de poco sirven cuando las lluvias convierten en intransitables los caminos o las aldeas se vuelven ilocalizables porque nadie sabe llegar hasta ellas o porque sus habitantes no confían en médicos que no conocen. Es lo que los investigadores del Kenya Medical Research Institute (KEMRI) Paul Ouman e Imelda Okiro definen en su estudio como problema de accesibilidad. Lo que Wilfreda simplemente llama «la desconexión rural».

«Madaktari wa kijiji»

A Sihay, 430 kilómetros al noreste de Nairobi, apenas a 50 de Uganda, no llega la atención pública. Históricamente nunca lo ha hecho. La presión colonial vetó la llegada de la OMS al continente hasta 1952 y su influencia impidió el desarrollo de los sistemas sanitarios públicos. «Al intentar situar los orígenes de la actual crisis de salud pública, debemos considerar no sólo las formas en que los regímenes europeos activamente subdesarrollaron estos territorios, sino cómo sus intentos de salvaguardar la soberanía colonial impactaron en la capacidad de invertir en infraestructura sanitaria africana», escribe la profesora Jessica Lynne en su libro “The Colonial Politics of Global Health: France and the United Nations in Postwar Africa”.

La asistencia sanitaria en estas aldeas se reduce a una clínica privada situada a algo menos de diez kilómetros y 250 chelines (algo más de 2,1 euros) entre coste de las pruebas y desplazamiento. «Mucha gente, la mayoría, no se lo puede permitir», subraya Wilfreda. El centro levantado por Hesed Africa Foundation en 2015, un edificio de planta baja, sin medicamentos ni antimaláricos suficientes, es la única respuesta sanitaria con la que cuentan. Un practicante, una enfermera y una trabajadora comunitaria son todo el personal. «Ella», dice Wilfreda refiriéndose a Ayuanita Ayuoyo, bata blanca impoluta y un pañuelo de cuadros verdes que tapa algunas arrugas, mientras ésta termina de apuntar en un cuaderno los datos sobre el embarazo de la joven que se acaba de ir, «es quien realmente es fundamental. Las trabajadoras comunitarias son el enlace con las comunidades: las que tienen la confianza de las otras mujeres».

Amref Health Africa, entidad heredera de los Flying Doctors que todavía sobrevuelan los cielos del continente para llevar asistencia sanitaria a los lugares inaccesibles, lleva años formando y reivindicado la labor de los madaktari wa kijiji (doctores de aldea, en suajili): exigen que sean reconocidos como personal laboral y remunerados. De lo contrario, muchas aldeas se quedarán sin ningún tipo de asistencia sanitaria.

Ayuanita, que no domina a la perfección el inglés pero sí las lenguas locales, sabe lo que esto significa. Ha visto morir a demasiada gente en Sihay. Por eso reclama más medios: doctores, medicamentos y un laboratorio donde hacer pruebas. «Nosotros no podemos confirmar los diagnósticos, los tratamos por los síntomas», explica Eliphas, el joven que no es médico todavía pero ejerce como tal.

Este centro, vacío hasta que bien pasado el mediodía vuelven las familias de mimar las cosechas, es el primer eslabón y también el más débil en la respuesta sanitaria. Es aquí donde se detienen las epidemias y desnutrición crónica. Si ambos son un problema en los informes gubernamentales es porque faltan medios en la atención primaria. Según el estudio del KEMRI, casi la mitad de las muertes y alrededor de un tercio de las discapacidades en países en desarrollo podrían evitarse si la gente tuviera acceso a una asistencia médica de urgencia. En África, emergencias significa accidentes de tráfico, complicaciones durante el embarazo, VIH, enfermedades crónicas y malaria.

Salvar a las madres y a los niños

Al menos una vez al mes, Wilfreda y Ayuanita tienen que atender un parto nocturno en casa. «Hay meses que nos ha pasado hasta tres veces», matiza la enfermera. Aunque esto, en principio, no debería ser un problema, a la menor complicación puede suponer una víctima mortal. Según Unicef, apenas el 61% de los partos en Kenia son atendidos por personal adecuadamente preparado y organizaciones como Maternal Health Task Force rebajan la efectividad de los cuidados prenatales en el país al 9% y de la atención durante el alumbramiento, al 17%.

«La calidad de la atención a las madres es significativamente peor para las mujeres más pobres. Sólo el 8% de las mujeres con pocos recursos tienen acceso a la atención de parto adecuada en comparación con el 24% de las mujeres de mayor nivel económico», señala esta última entidad en alusión a una investigación realizada en 550 centros de salud del país en 2017.

La mayoría de las veces, las comadronas de Sihay sacan el parto adelante. Aunque también han visto morir a muchas. Para las que sobreviven, la preocupación es inmediata: la temida ventana de los mil días para evitar la desnutrición crónica. «Podemos recibir 3-4 niños al mes con problemas graves de desnutrición. Para un sitio como este es mucho», insiste Wilfreda.

Aunque se trata de una de las regiones más fértiles del país, la desnutrición aquí es estacional. «Depende de las cosechas», resume Ayuanita. Cuando se acaba el maíz, la cassava y los cereales brotan los problemas. «El ugali –la harina de maíz que acompaña cualquier comida en África del Este– sigue siendo la comida principal. Y el ugali no es suficiente nutricionalmente. Le faltan proteínas y vitaminas. Las podrían conseguir con la fruta, pero tampoco está siempre disponible», explica Eliphas.

Por eso, una de las obsesiones de los sanitarios de Sihay es enseñar a las madres a alimentar a los niños durante «la época mala», de abril a junio. Huevos y alubias son sus principales aliados. «También hacemos acompañamiento familiar, aconsejamos a los chicos sobre el uso del preservativo para prevenir la expansión del VIH y realizamos campañas de vacunación continua». Una vez a la semana, grupos de entre 30 y 40 chiquillos reciben sus dosis contra el sarampión, la polio y otras nueve enfermedades.

«A las madres», continúa la enfermera, «les aconsejamos cómo mantener limpia la casa y los montes cercanos, a evitar que se estaquen las aguas y los síntomas iniciales de la malaria. Es importante que los reconozcan para que traigan a los niños pronto al centro. Este simple gesto puede salvar muchas vidas».

Porque en Kenia, buena parte de los muertos se producen por llegar tarde al hospital. O por no llegar nunca.