Nora FRANCO MADARIAGA
SEMIRAMIDE

Dos diamantes para una joya

Semiramide”, en palabras de su director musical Alessandro Vitiello, «representa el culmen del clasicismo operístico». Está a solo un paso de traspasar el umbral del romanticismo y, como tantas otras obras de transición, tiene un cierto matiz de belleza adolescente capaz de mezclar juego y seducción, inocencia y sabiduría, rebeldía y sobriedad.

Pero este aire de transformación no debe llevar a engaño: no es una obra de juventud. Es una ópera muy bien construida tanto musical como teatralmente que despliega a lo largo de sus más de tres horas una evidente calidad dramática que solo un compositor de la madurez de Rossini podía haber creado.

Y para construir una obra de esta envergadura musical e interpretativa eran necesarios unos buenos mimbres que la sostuvieran y, en este caso, Abao-Olbe no ha podido hacer mejor elección. La mezzo Daniela Barcellona en el papel travestido de Arsace ha demostrado una vez más que domina este tipo de complicados roles consiguiendo no solo un absoluto dominio de la voz, carnosa, corpórea, andrógina en su punto justo, ligera en la coloratura y poderosa en la emisión, sino también un completo control de la escena y la transmisión. Por su parte, la soprano Silvia Dalla Benetta como Semiramide ha exhibido iguales cualidades vocales e interpretativas, con una voz deliciosamente versátil que sabe imprimir un matiz y una intención distinta a cada nota elaborando un personaje de gran profundidad.

Junto a estas dos grandes cantantes es necesario citar también al bajo menorquín Simón Orfila, de voz potente y precioso color aunque algo más irregular, capaz de fraseos exquisitos, pero también de momentos de excesivo vibrato que afeaban sus coloraturas.

En el resto del reparto, muy bien José Luis Sola en su debut como Idreno, aunque de menor volumen vocal. Correctos Richard Wiegold como Oroe, con un buen registro central, y la soprano bilbaína Itziar de Unda en su papel de princesa. Muy acertado también el trabajo del coro desde su poco habitual colocación en el foso, que favoreció su empaste y sonoridad pero que al mismo tiempo hace más difícil pasar por alto pequeños desajustes, debidos probablemente a la no siempre clara batuta de Vitiello. Fenomenal también la BOS –pese al gesto poco definido del director– tal y como nos tiene acostumbrados últimamente, principalmente en sus trabajos en el foso.

La limpia y casi estática dirección escénica de Luca Ronconi supuso el engarce perfecto para que esta joya luciera con el brillo de sus dos grandes damas.