EDITORIALA
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No asumir el pasado para no encarar al presente

La petición del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, al rey de España y al Papa de una lectura crítica de la sangrienta conquista de hace cinco siglos y los 300 años de colonización posterior tiene lógica en el marco de las relaciones internacionales y de la teórica centralidad de los derechos humanos. Sin irse tan lejos en el mapa ni tan atrás en la Historia, la Presidencia y el Parlamento alemán pidieron perdón por el bombardeo de Gernika, más recientemente el entonces premier británico David Cameron entonó disculpas por el «Bloody Sunday» y hace unos meses el mandatario francés, Emmanuel Macron, lo hizo con la viuda de Maurice Audin, militante por la independencia de Argelia. Todos estos gestos tienen su anverso, no son completos ni en algún caso sinceros siquiera, pero muestran que la apelación del mandatario mexicano no es ninguna boutade.

La respuesta española, sin embargo, ha ido a tono con su pasado imperial y también con su presente unionista. La respuesta de la vicepresidenta de un ejecutivo que se declara progresista, Carmen Calvo, no se mueve un milímetro de la que hubiera dado hace dos décadas Aznar o hace ocho Franco «El jefe del Estado no tiene que pedir perdón a ningún país, no va a ocurrir». Pero para captar que no se trata de mero escapismo sino de auténtico negacionismo es mejor recordar lo que dijo el ministro de Exteriores, Josep Borrell, hace un par de meses en una charla en una universidad: «Estados Unidos tiene poca historia detrás, lo único que habían hecho era matar a cuatro indios».

Borrell ha vuelto al Gobierno catapultado por su liderazgo anti-«procés». Y Calvo, por su labor en el asalto a la autonomía vía 155 como negociadora del PSOE. Ciertamente España hoy ya no «mata cuatro indios», 2019 está muy lejos de 1492, pero sigue empeñado en una batalla contra pueblos que quieren decidir. Aquel pasado marca este presente. Y este presente explica en parte por qué no quiere asumir aquel pasado.