Pablo L. OROSA
ELECCIONES EN SUDÁFRICA

La victoria del ANC, un paso más hacia su derrota hegemónica

Pese a revalidar otra vez su mayoría, el ANC vuelve a caer y obtiene el menor respaldo de su historia en unas generales. El presidente Cyril Ramaphosa ha logrado frenar la hemorragia provocada por la corrupción, pero deberá enfrentar de nuevo un desafío mayúsculo: la guerra interna. Con la crisis económica y la desafección como telón de fondo.

En círculos próximos al presidente, en entornos mediáticos pero también en la calle, se pedía un voto masivo al Congreso Nacional Africano (ANC) no porque lo mereciera, sino como solución menos mala. Apoyar una vez más al partido que ha gobernado el país desde la caída del régimen segregacionista, el que ha mejorado los servicios básicos y la vida de miles de ciudadanos aplastados durante el apartheid, el mismo que lo ha saqueado todo y ha incumplido su promesa de acabar con la desigualdad, no implicaba avalar su retahíla de escándalos de corrupción ni los apagones que marcan el día a día de los sudafricanos. Era, decían, una decisión posibilista: la oposición no tiene la fuerza suficiente ni el respaldo de haber cambiado nada donde ha gobernado; no hacerlo, dejar el apoyo al ANC por debajo del 50%, era armar con tanques la guerra en el partido. Es decir, permitir que la facción que ha desvalijado el país durante más de una década, hoy representada en su secretario general y exgobernador de Free State, Ace Magashule, volviera a tomar el poder.

El resultado de los comicios del miércoles no ha acabado por despejar las incógnitas. El ANC ha vuelto a ganar, pero el apoyo a Ramaphosa es el más bajo obtenido por el partido en unas elecciones generales. La caída, del 62,15% de 2014 al 57,6% de 2019, es de casi 5 puntos. Un resultado ligeramente mejor (54%) al de las elecciones locales de 2016, cuando el ANC perdió el control de Johannesburgo y Pretoria. Una primera lectura revela que Ramaphosa ha logrado frenar la sangría de votos que se escapaban del ANC con cada nuevo escándalo de corrupción. Lo que no significa que vaya a poder controlar el partido y por ende el Gobierno.

Sudáfrica es una república parlamentaria en la que se vota a partidos que eligen al presidente. De ahí que, al menos hasta que la demografía cambie los equilibrios de poder como pronto en 2024, la política sudafricana seguirá dominada por las dinámicas internas del ANC: «Si a un presidente su partido le pide que renuncie, ese es el fin de su papel como líder y también como presidente. Eso fue lo que ocurrió con Zuma en 2018 y anteriormente con Thabo Mbeki», escribía recientemente en Foreign Policy el reputado analista Eusebius McKaiser.

Sin la mayoría abrumadora que reclamaban sus voceros para poder completar la limpieza, el «nuevo amanecer» abanderado por Ramaphosa tendrá que esperar un nuevo día. Nombres manchados por los escándalos y la mala gestión, como el exministro Bathabile Dlamini definido por la Corte Constitucional como «imprudente y extremadamente negligente» o el responsable de minas, Gwede Mantashe, seguirán mandando dentro y fuera del partido acercando cada día más la profecía de la liberación. La del día en el que el país se libre de los que lograron su liberación.

Si en palabras del investigador del Wilson Center Terence McNamee la conferencia de Polokwane de 2007 en la que Zuma se hizo con el control del partido será definida por los historiadores «como el inicio del fin» del ANC, estos comicios son un paso más hacia su derrota hegemónica: a medida que los diamantes negros, los hijos universitarios asiduos de Instagram de la clase media criada en el mito de la nación arcoíris, copan el electorado, el ANC pierde su sostén del 50%. Algunos se alinean con los postulados neoliberales en los que han sido educados y se van con Alianza Democrática (DA). Otros, menos, enarbolan la bandera de la raza y la «identidad de clase» y optan por Economic Freedom Fighters (EFF). Para 2024, dice la profecía demográfica, el escenario será ya multipartidista.

El camino de los pactos pasa por Gauteng. Con Ciudad del Cabo en manos de DA desde hace una década, el foco de interés en estas elecciones, también provinciales, radicaba en Gauteng, el principal motor económico del país con Johannesburgo y Pretoria como parte de su diminuto territorio. A falta de completar las últimas mesas del escrutinio y de posibles impugnaciones, el ANC ha logrado salvar la mayoría por apenas unas décimas, lo que supone un alivio inmenso para Ramaphosa: no tendrá que elegir compañero de viaje, ni liberales ni populistas, lo que le permitirá seguir gobernando como lo hicieron sus antecesores, hablando a izquierda y a derecha.

Porque si un escenario temía el presidente era el de tener que definirse. Con los indicadores macroeconómicos átonos y la población descontenta por sus salarios y, sobre todo, por la falta de ellos, la receta económica de Ramaphosa pasa por políticas liberales y privatizaciones, aplaudidas por empresarios y organismos internacionales, los mismos que recelan de que haya incluido en su programa las expropiaciones de tierra sin compensación por la presión del EFF. Pero no le quedaba otra alternativa, Ramaphosa necesitaba hacer un guiño a sus bases, especialmente cuando sus opositores dentro del partido tratan de acercarse al EFF.

Conservar la mayoría en Gauteng le permite al presidente mantener abiertas todas sus posibilidades antes de que la próxima década inaugure definitivamente en Sudáfrica la «era de los pactos»: hacerlo antes supone dar munición a una oposición que tendrá también que repensar su estrategia. Pese al desencanto y las ganas de cambio, DA pierde apoyos por primera vez y el EFF crece hasta el 10%, pero ligeramente por debajo de sus expectativas.

El verdadero nubarrón en el horizonte tiene forma de posdemocracia. La trama de injerencia rusa desvelada esta semana por el “Daily Maverick” y los siempre explícitos movimientos norteamericanos se enmarcan en un contexto de desafección rampante: la participa- ción cae a máximos históricos y la juventud espera un nuevo redentor que ocupe el trono de Mandela. Sea quien sea.