Desde su fundación en 1987, la Universidad Pública de Navarra (UPNA) se ha ido desarrollando siempre con una carencia evidente, demasiado evidente. El visto bueno dado ayer por el ente estatal competente (ANECA) a la implantación de la carrera de Medicina la suple al fin. Y acaba con el monopolio que ostentaba la que lleva el nombre oficial de Universidad de Navarra desde 1952. Desde este setiembre, cualquier aspirante a médico podrá formarse en Nafarroa en el centro que desee: uno público y sin sesgo ideológico, otro privado vinculado al Opus Dei, lo que no es precisamente inocuo en una docencia que aborda aspectos como el derecho al aborto o a una muerte digna.

Con ello se cumple con creces uno de los compromisos programáticos del cuatripartito de cambio que aspira a repetir mayoría en las urnas el 26 de mayo. Pero el litigio revela sobre todo qué ha sido el denominado Régimen navarro y qué es hoy; sus fortalezas y sus debilidades.

De las primeras da fe que hayan sido necesarias más de tres décadas para cumplir esta demanda ciudadana y de sentido común: que existiera formación pública para médicos en Nafarroa. No hay que irse a los 80 para comprobar esas resistencias. El año pasado UPN y PP votaron en el Parlamento en contra de ofertar Medicina en la UPNA que dicen apoyar, con el muy cuestionable argumento de que ello ya estaba garantizado en la Universidad de Navarra.

En el otro lado de la moneda, que finalmente esos muros hayan caído demuestra que la resistencia numantina al cambio en Nafarroa sigue teniendo la fuerza de las inercias históricas y los poderes fácticos, pero ha perdido la batalla de las razones. Nada podía justificar en 1987, pero menos aún en 2019, que ese veto a la UPNA se mantuviera.

Ha ocurrido, por cierto, el día después de que la candidata afín al Régimen fuera derrotada claramente en las urnas por su rival al Rectorado. Sería ingenuo creer que son señales de cara al 26M, pero es importante entender que garantizar estos cambios pasa por esa jornada de urnas.