Alberto PRADILLA

El ataque racista y la relación EEUU-México

La actitud del presidente de EEUU, Donald Trump, hacia México, ha variado notablemente en los últimos meses. Comenzó con un discurso durísimo, culpando a Andrés Manuel López Obrador de permitir el tránsito de migrantes centroamericanos, para después acariciarle el lomo, agradeciéndole haberse convertido en su socio en el arresto y expulsión de hondureños, salvadoreños y guatemaltecos. La tragedia de El Paso, Texas, en la que un racista blanco mató a 20 personas, entre ellas siete mexicanos, supone un reto en la relación de ambos países. El asesino escribió un manifiesto contra la «invasión latina» horas antes de perpetrar la matanza. Existe un caldo de cultivo que explica el surgimiento de militantes del odio como Patrick Crusius.

Trump ha sacado a pasear todo el catálogo de explicaciones absurdas sobre la matanza. Las fake news, la enfermedad mental, Internet, los videojuegos. Condenó también «el racismo y el supremacismo blanco», y con eso parece que elude toda responsabilidad. En Euskal Herria sabemos mucho sobre el doble juego de la condena. Pronunciadas las palabras mágicas, podemos olvidar todo lo que Trump ha hecho para promover el racismo y el odio al diferente. El ataque a la migración forma parte del eje central de su discurso y, desde que comenzó la carrera por la reelección, no hay día en el que el presidente no lance alguna de sus incendiarias proclamas contra los extranjeros. Su propuesta de vincular el control al acceso de armas con nuevas leyes más restrictivas para los migrantes son la prueba de que, palabrería al margen, Trump es parte del problema. Con el atentado todavía reciente, sigue poniendo a los latinos en el punto de mira.

Hay que ver qué efecto tiene la masacre en la sociedad mexicana. La posición de López Obrador no es fácil. Ha soportado los ataques y desplantes de Trump con estoicismo titánico. Cedió al chantaje de los aranceles para convertirse en policía fronterizo de Estados Unidos. Ocho de cada diez mexicanos creen que la actitud de Estados Unidos es «irrespetuosa» con su país, pero el virus de la xenofobia, en este caso contra los centroamericanos, se ha extendido. La propuesta de López Obrador de presentar una denuncia por «terrorismo» y pedir la extradición de Crusius parece un modo de ponerse en valor ante un vecino del norte que tiende a comportarse como el abusón de la clase.

Honestamente, no veo muchas posibilidades de que Estados Unidos entregue al criminal a México. La extradición es un mecanismo que, en el caso de Washington, solo funciona en una dirección, la que beneficia a Washington. Sin embargo, solo el gesto de pedirla ya supone un cambio. López Obrador goza de una amplísima aprobación y decisiones como esta le presentan como alguien que trata de hacerse valer ante el Imperio. Aunque luego no tenga efecto alguno. Cosa distinta es la calificación de «terrorismo». Nuevamente, nos encontramos con una palabra mágica en la que cabe todo. En mi opinión, lo verdaderamente relevante es el ambiente de odio que viene generándose en los últimos años en Estados Unidos. Ahí está el reto para López Obrador y otros presidentes de la región: cómo gestionar la relación con un mandatario que cada día lanza ataques contra sus ciudadanos, pero del que, por desgracia, depende buena parte de su economía.