EDITORIALA
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Experimento positivo, limitado, y pendiente de otros impulsos

Teniendo en cuenta los equilibrios y desequilibrios de poder existentes en Portugal; el resultado de las elecciones anteriores; la crisis del capitalismo y el contexto europeo –con la Troika y Grecia en el retrovisor–; considerando los límites explícitos que los partidos plantearon al firmar sus acuerdos de gobierno; evaluando los recursos económicos disponibles; y valorando el resultado logrado en estos cuatro años, se puede afirmar que, desde el punto de vista de izquierda, la gerigonça ha sido un experimento relativamente exitoso. Para la inmensa mayoría de la izquierda europea, para quienes tienen como referencia en Portugal a alguna de las fuerzas del acuerdo de progreso, esto es un hecho.

No obstante, habrá quien crea que son demasiados condicionantes, demasiados «teniendo en cuenta…». Siendo sinceros, seguro que hay más. Negar esos condicionantes con principios ajenos a las relaciones de poder o esquivarlos con dosis de idealismo no es una opción política real. Todo indica que no había alternativa posible mejor. No en el mundo de las ideas, claro, sino en Portugal en 2015-2019. Otra cosa es que esas fuerzas lo hubiesen podido hacer mejor; eso es casi seguro.

Pero incluso dentro de esos límites, la gestión y el resultado de la fórmula portuguesa han sido bastante satisfactorios para las fuerzas de izquierda y, en consecuencia, para las clases populares que representan.

Pedagogía política

Una de las razones de esa valoración positiva es que nadie engañó a nadie. Desde un principio, los partidos de izquierda establecieron clara y públicamente los límites del acuerdo en base al porcentaje de votos logrado y a sus prioridades. Establecieron un mandato democrático coherente con las demandas sociales y con los resultados: revertir la austeridad y enmendar así la receta neoliberal que estaba arrasando al pueblo y al país.

Es la definición de un programa de mínimos, solo que además desarrollado bajo la coacción de los poderes comunitarios. Con todo, el experimento ha sido un intento de recuperar cierta soberanía nacional.

Más allá del balance de la izquierda o de los analistas, hoy en las urnas se dará la verdadera evaluación de la gerigonça. El resultado ofrecerá un nuevo equilibrio político –o no–, pero en todo caso dará elementos para juzgar mejor los límites y la capacidad inspiradora de la experiencia portuguesa. Como siempre en política, una cosa son los resultados y otra lo que se hace con ellos.

Cómo definir utopías y vertebrar alternativas

Portugal demuestra que, en general, la izquierda no tiene problemas de realismo político. Es parte de su tradición materialista. En todo caso, es el realismo el que a menudo tiene problemas con la izquierda. El sistema siempre apuesta por el caos antes que por la izquierda.

En este sentido, los liberales prefieren el Brexit a Corbyn, o Europa prefirió antes la ruina que Syriza. La repetición electoral en el Estado español es un ejemplo paradójico. En este caso, y en comparación con Portugal, la falta de cultura democrática y el factor nacional eclipsan otras razones. Por el contrario, con diferentes resultados y equilibrios, el realismo ha regido en Nafarroa en esta legislatura –por ahora–, y sin duda en la anterior.

Lo cierto es que pocas veces la izquierda rechaza por principios acuerdos que mejoren la vida de las clases más desfavorecidas, de la mayoría de la sociedad. No tiene por lo tanto un problema con el pragmatismo, ni con el balance de sus experiencias de gobierno.

Sin embargo, el caso portugués muestra que sí tiene problemas para ver e ir más allá de esos límites. Tiene problemas para ensamblar su ideal democrático con los grandes retos actuales, para establecer un norte común, para definir un programa y unos plazos. Los límites de la política dentro del sistema rebajan sus ambiciones y postergan los debates de otro rango. Así, no acierta a definir nuevas utopías que beban de sus mejores tradiciones sin caer en la nostalgia. No consigue acordar, formular y desarrollar un sistema alternativo al capitalismo, al neoliberalismo y al patriarcado; un programa político y simbólico a la altura de la amenaza que supone la hibridación actual de esos sistemas.

Quizás esa alternativa no se despliegue hoy en día como lo hizo en sus orígenes el socialismo, pero debe ser capaz de proyectar sus valores centrales, compilar sus experiencias más fructíferas y articular el capital humano que lucha en favor de las personas y los pueblos.