Beñat ZALDUA
ELECCIONES AL PARLAMENTO PORTUGUÉS

La redención socialdemócrata pasa por Portugal

Portugal acude hoy a las urnas tras una legislatura inédita marcada por el fin de la austeridad y los acuerdos parlamentarios de tres partidos de izquierdas. La victoria del Partido Socialista de António Costa está fuera de toda duda; la pregunta es si conseguirá la mayoría suficiente como para prescindir de sus hasta ahora socios de la izquierda.

Portugal pone fin con las elecciones de hoy a una legislatura fascinante e inédita. La geringonça –artefacto defectuoso que inexplicablemente funciona– ha cumplido los cuatro años de legislatura en contra de las profecías de la derecha, y lo ha hecho dejando al país en una situación francamente mejor de la que atravesaba en 2015. La victoria del centroizquierda en las urnas está fuera de duda, pero el reparto de equilibrios que decidan portugueses y portuguesas determinará las posibilidades de repetir el invento.

En 2015, la coalición de la derecha –ahora se presenta separada– ganó con el 38% de los votos, dejando al Partido Socialista en un 32%. Pero el candidato socialista, António Costa –hábil negociador, talante afable– sumaba los votos necesarios para ser investido si conseguía el apoyo del Bloco, partido de izquierda con similitudes con Podemos –pero con 20 años de trayectoria–, y de un Partido Comunista (PCP) de los de antaño, pero con la suficiente cintura como para entrever una ventana de oportunidad.

Porque en 2015 Portugal estaba hecha trizas. La intervención de la Troika en el país luso fue directa y la presión social sobre los partidos de izquierda para poner fin a la austeridad –en un país en el que el líder de la derecha explicitó la voluntad de «empobrecer al país»– fue tremenda, incluyendo las bases de un PS que nunca antes había querido mirar a su izquierda.

Revertir la austeridad

El Bloco, con el 10% de los votos, y el PCP, con el 8%, no reclamaron un espacio en el Ejecutivo, al considerar que no había confianza suficiente entre los actores. De hecho, la legislatura arrancó con Bruselas obligando al Gobierno luso a vender a precio de saldo un banco rescatado, lo cual habría hecho saltar por los aires un gobierno de coalición. El acuerdo se basó así en una serie de puntos a cumplir por parte de todos los actores, dejando vía libre a la izquierda para oponerse en cuestiones en las que el PS no quería avanzar.

El agotamiento de un país maltratado por la austeridad fue el sustrato para un acuerdo basado, precisamente, en poner fin a los recortes de las legislaturas anteriores. Se devolvieron cuatro festivos a los trabajadores, se subió el salario mínimo, aumentaron las pensiones, se recuperó la jornada de 35 horas –se había elevado a 40–, se rebajó el IVA a la restauración –del 23% al 13%– y se exploraron nuevos tipos impositivos –a las bebidas azucaradas–. También se recuperó parcialmente la participación de la masa salarial en el PIB nacional, y aunque sea tímidamente, se han empezado a tomar medidas para pinchar la burbuja inmobiliaria que ha elevado a las nubes el precio de la vivienda.

Los resultados macroeconómicos, al calor de una coyuntura internacional hasta ahora favorable, con el petróleo barato y la llegada de numerosa inversión extranjera, han sido notables. El déficit ha pasado del 4,4% al 0,2%, la deuda se ha reducido del 129% al 116%, y el desempleo ha caído del 13% al 6%.

Porque eso conviene subrayarlo: todo se ha hecho respetando las normas impuestas por Bruselas. Fue la condición que fijó el PS y que, viendo las alternativas, Bloco y PCP aceptaron. Recordemos que estamos hablando de 2015, con el castigo infringido a Grecia operando como lección en ambas direcciones. En Lisboa, la tortura aplicada a los griegos espantaba; en sectores de Bruselas, por contra, existía la conciencia de que la credibilidad del proyecto europeo pasaba por ofrecer algún caso de éxito. Esta confluencia de intereses acabó con el ministro portugués de finanzas, Mario Centeno, presidiendo el Eurogrupo. Por cierto, otro socialista, António Guterres, dirige la ONU; no está mal para un país de 10 millones de habitantes.

En Portugal no ha ocurrido ninguna revolución durante esta legislatura –ya la tuvieron, y de verdad, en 1974–, pero hay una lección que convendría tener en cuenta ahora que se anuncian nuevas turbulencias económicas con epicentro en Berlín, profeta del rigor presupuestario. Los buenos resultados macroeconómicos portugueses vienen favorecidos en gran medida por la coyuntura internacional, pero con medidas antiausteridad, Portugal ha crecido más que el Estado español, donde ha reinado la continuidad –baste recordar que siguen en vigor los presupuestos de Montoro–. La geringonça es, ante todo, una enmienda a la receta neoliberal contra la crisis. Y de hecho, así la ha asimilado la familia socialdemócrata europea, que ha encontrado en Costa un referente con el que redimir su papel en las últimas décadas.

Cuentas pendientes

Evidentemente, no es oro todo lo que reluce. Las medidas de austeridad no se han revertido a través de un mayor gasto presupuestario, sino redistribuyendo lo que había, una operación que ha dejado lagunas importantes, sobre todo en Sanidad, a la que se dedica solo un 4,8% del PIB –supera el 6% en el Estado español y roza el 10%, por ejemplo, en Alemania–. Educación, en concreto, y la función pública, en general, han sido también campos de batalla en una legislatura que ha vivido más jornadas de huelga que los anteriores cuatro años, cuando los hombres de negro de la Troika estaban instalados en Lisboa.

La espectacular reducción del paro no esconde la precariedad de la mayoría de empleos creados, igual que las buenas cifras de inversión extranjera no ocultan que se dan en sectores como el turismo, convertido en monocultivo en Lisboa y Oporto. En cuanto a la política laboral, además, el PS ha preferido mirar y pactar con el centro-derecha, haciendo oídos sordos a las demandas del Bloco y PCP.

El Parlamento, protagonista

Otra de las derivadas del equilibrio portugués, con un Gobierno en minoría, ha sido el traslado del eje político al Parlamento. Esta legislatura ha vivido apasionantes debates, no solo sobre el rumbo económico o político de la acción de gobierno, sino sobre cuestiones de calado que modelan lo que un país es o quiere ser. Por ejemplo, la eutanasia –no salió adelante porque el PCP y la derecha se opusieron– o la gestación subrogada, ley que el Tribunal Constitucional ha tumbado hasta en dos ocasiones, al considerar no cubiertos suficientemente los derechos de la gestante.

Son solo dos muescas de una vida parlamentaria fascinante, estimulada por una clase política con un nivel intelectual por encima de la media europea, y facilitada por el tamaño y la homogeneidad del país, dos elementos que abren una brecha inabarcable en cualquier comparación con el Estado español. Portugal tiene sus fantasmas identitarios, relacionados con un pasado colonial de memoria compleja, pero no tiene naciones que reclamen sus derechos. Conviene no olvidarlo, porque en la campaña electoral que viene oiremos hablar de Portugal.

 

La mayoría absoluta, más lejos de lo que parecía

«Queremos estabilidad, no entremos en un impase a la española». Las palabras son del primer ministro y candidato del PS, António Costa, en el cara a cara con Rui Rio, jefe de la oposición y candidato del Partido Social Democrata (PSD, de centroderecha), el pasado lunes. Apelaba así a un contundente resultado, mayoría absoluta a poder ser, para gobernar sin depender de nadie. Todas las encuestas auguran que la victoria será suya por cerca de diez puntos sobre el PSD, pero lo que a comienzos de campaña parecía una mayoría absoluta a tocar –alimentada por los buenos resultados del PS en las municipales de hace un año y en las recientes elecciones de Madeira–, se ha ido diluyendo hacia una victoria menor, consecuencia del escándalo de un robo de armamento militar –hay un exministro socialista imputado en el caso Tancos– y del buen desempeño de sus rivales.

El PSD, con un Rio centrista, ideológicamente no demasiado alejado de Costa, ha ido recortando distancia al PS –llegó a ser de más de 16 puntos–, y no parece que el Bloco y el PCP vayan a perder gran cosa. Tampoco los sondeos les auguran un gran avance. Si no hay mayores sorpresas, la radiografía será parecida a la actual, lo que dejará la pelota en el tejado de Costa, que tendrá que decidir si sigue mirando a su izquierda o regresa a lo que fue la normalidad antes de la “geringonça”, es decir, a las alianzas con el centroderecha. Eso siempre que no le baste con el PAN, el partido de las Personas, los Animales y la Naturaleza, cuyo mediático líder, André Silva, proclama sin pudor que «la izquierda y la derecha pertenecen al pasado».B.Z.