Raimundo Fitero
DE REOJO

Paquetes

Hemos asimilado conceptos complejos como llamar a «paquete turístico» a entregar nuestros euros, nuestro tiempo vacacional y nuestras posibilidades de conocimiento de otros lugares a una multinacional que logra unos precios especiales a base de apretar en los contratos con todos los puntos de la industria turística. Atados a una pulsera de colorines los seres humanos confunden la libertad con la entrega a una idea manipulada. Ser turista es una condena.

La quiebra de Thomas Cook, una de esas grandes empresas del turismo popular ha causado destrozos en cientos de miles de ciudadanos de clases medias que han visto comprometidas sus sesiones de fotos en paisajes obligados para compartir en sus redes. De miles de empleos en toda la cadena del valor añadido turístico. Hablamos de muchos millones de euros que se han volatizado, se han convertido en insatisfacciones, frustraciones y un movimiento sísmico en el negocio. Probablemente el nicho de mercado que ocupaba la empresa quebrada la ocupará otra, porque lo que nadie quiere cuestionar es el modelo actual de llevar personas de un sitio a otro para complacer una necesidad adoptada, provocada, publicitada, una suerte de identidad por el número de millas recorridas.

Esos buques que albergan a cinco o seis mil personas en cruceros organizados son el símbolo del gregarismo. La masificación como objetivo. Vivir en estresantes ciudades para convertirse durante una semana o dos en estadística dentro de una ciudad vertical que flota y que te invita a visitar otras ciudades en organizada fuerza compradora que asalta la vida ordinaria de ciudades costeras. La vida organizada en paquetes turísticos que crean una falsa idea del viaje. Crece la turismofobia como resistencia a este síntoma del apocalipsis ralentizado.