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BAMAKO

Mueren decenas de soldados tras un sofisticado ataque yihadista en Mali

Uno de los ataques más mortíferos de la historia en el Sahel, que dejó un saldo de decenas de soldados muertos en un cuartel de Mali y que aún puede aumentar, vuelve a dejar constancia del aumento en intensidad y de la propagación territorial del yihadismo en una región que se ha convertido en la línea del frente.

La jornada de ayer estará marcada en la historia de Mali por el ataque más sangriento que ha sufrido el país en los últimos años. Según el portavoz del Gobierno maliense, Yaya Sangaré, al menos 53 soldados y un civil murieron tras un asalto de tres columnas yihadistas compuestas por un centenar de atacantes contra un cuartel de la ciudad de Indelimane, en la región de Menaka, próxima a la frontera con Níger.

El ataque ocurrió un mes después de que otros dos contra cuarteles en Boulikessy, cerca de la frontera de Mali con Burkina Faso, dejaran un saldo de 40 soldados muertos, que según declararon diversas fuentes la agencia AFP fue minimizado. Un dato que confirma que los yihadistas se están coordinando mejor y dificultan cada vez más el control de aquella región a las fuerzas extranjeras comandadas por Francia y a los cascos azules de la ONU. Y también que están sabiendo sacar provecho a una geografía única, con un desierto sin fronteras reales entre países, sin vallas, sin puestos avanzados, con soldados acuartelados dentro de sus bases en las ciudades del norte de Mali.

Según las primeras informaciones, un centenar de yihadistas llegados en pick-ups y motos habría tomado todo el cuartel, llevándose consigo armas y material antes de destruirlo. El ataque habría comenzado coincidiendo con la hora en la que la tropa desayunaba, contó con fuego de mortero y participaron varios suicidas antes de que los yihadistas pudieran tomar la instalación ante la desbandada de los soldados malienses. Tras el ataque, en un modus operandi típico en esta región, los yihadistas cruzaron la frontera y buscaron refugio en la vecina Níger.

Los refuerzos del Ejército maliense, apoyados por la aviación francesa que participa en la operación internacional ‘‘Barkhane’’, llegaron al lugar de los hechos por la tarde y no pudieron más que recuperar los cadáveres y al menos otra veintena de heridos. Se informó de una operación de búsqueda y eliminación de los asaltantes, pero al parecer no habría tenido éxito.

Persistencia y propagación

Aunque el ataque no ha sido aún formalmente reivindicado, los expertos consideran como más plausible la autoría del JNIM (Frente de Apoyo para el Islam y los Musulmanes), el grupo más poderoso en la región que, tras las años de escisiones y guerras fratricidas, consiguió en 2017 unificar al AQIM (Al-Qaeda en el Magreb Islámíco), Al-Mourabitoun, Ansar Dine y el Frente de Liberación Macina.

El JNIM, entre cuyos líderes se encuentran el excomandante de la resistencia tuareg, Iyad ag Ghaly, y el veterano yihadista argelino, Mokhtar Belmokhtar, de cuya muerte se ha informado en multitud de ocasiones, es la fuerza más efectiva. Responsable de ataques anteriores a cuarteles, a hoteles y restaurantes de las capitales de los países vecinos y a convoys de la ONU y de las fuerzas militares occidentales, su área de influencia se ha extendido por toda aquella inmensa región, comparte inteligencia y tecnología de sus grupos fundadores y ha dejado atrás al ISIS, con quién tiene serias diferencias ideológicas.

La realidad es tozuda: la coalición militar de países occidentales que lidera Francia desalojó a los yihadistas que tomaron el control del norte de Mali en 2013, pero no ha podido evitar que los ataques yihadistas no solo persistan sino que se propaguen. Níger y Burkina Faso, vecinos de Mali, que entierran cada semana a decenas de personas, pueden dar fe de ello.

Desierto del Sáhara, nueva línea del frente para el yihadismo

Tras la caída del llamado «califato» del ISIS en Siria e Irak, los yihadistas que huyen de aquellos campos de batalla se dirigen, por razones obvias, hacia un nuevo frente: el inmenso desierto del Sáhara. Desgobierno, corrupción, divisiones étnica, sequía, pobreza, desempleo, cambio climático… una potente combinación que ofrece a los yihadistas una oportunidad única.

La llamada «década sangrienta» de Argelia (1991-2001), que comenzó con la cancelación de los resultados de las elecciones legislativas ante el previsible triunfo de Frente Islámico de Salvación y culminó tras una brutal guerra con 200.000 muertos, dejó grupos armados y conflictos de baja intensidad que aumentaron sus capacidades tras la guerra de Libia de 2011 y el caos que vino después.

Esos grupos islamistas que habían crecido, que se habían divido, reformado y reagrupado, extendieron sus tentáculos hacia el desierto. Se les unieron la franquicia del ISIS, Boko Haram, que operaban en el norte de Nigeria y en países limítrofes como Níger, Chad y Camerún, grupos islamistas de Mauritania, República Centroafricana y Burkina Faso, además de facciones de la resistencia tuareg.

En el Sáhara confluye todo ese universo yihadista. Y se libra una guerra secreta contra todas las fuerzas especiales de ejércitos como EEUU, Gran Bretaña y Francia. Sin duda, es la nueva línea del frente de la llamada «guerra contra el terror». GARA