Raimundo Fitero
DE REOJO

Tartamudez

Hubo un tiempo televisivo en el que abundaban los cuenta chistes que imitaban a tartamudas y gangosos. Era costumbre en reuniones familiares y de amigos hacerse el gracioso con el mismo recurso de reírse con el trastorno de comunicación, que no de lenguaje, que algunas personas tienen y que no es de fácil solución. Pues bien, en Portugal, del que tanto tenemos que aprender, han nombrado portavoz de un partido político a una mujer joven, de origen africano, que es tartamuda en un grado que causa una sorpresa bastante incomparable. 

Cuando uno la ve en diversas intervenciones parlamentarias, siente una extraña sensación pues sus atascos con algunas sílabas son realmente impresionantes. Su disfluencia se caracteriza por repetir algunos sonidos de manera constante durante unos segundos eternos. Se supone que esa diputada ha realizado todos los ejercicios y tratamientos precisos para acabar con esta falta de fluidez, que provoca ciertos problemas sicológicos, estrés y que socialmente es algo que se recibe con un respeto que puede acabar en una risa nerviosa incontrolable, cuando, como es este caso, su frecuencia y la intensidad de sus cortes de discurso son bastante notables.

En Portugal hay debate. Parece lógico porque es muy evidente. Hay una parte muy positiva, de inclusión, de visualización, de entender que la tartamudez no es una discapacidad intelectual, sino de comunicación, que le cuesta mantener la fluidez en el habla, nada más. Pero es cierto que cuando ella interviene en el parlamento se crea una sensación extraña. No es mala fe, ni falta de respeto, pero se entiende que muchos de los presentes deban hacer esfuerzos por no reírse. Y en una de sus intervenciones su compañera le acaba la palabra en varias ocasiones. Una reacción bastante comprensible.