Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
Struga
MACEDONIA DEL NORTE

MACEDONIA DEL NORTE, EL PAÍS DE LAS VIDAS PARALELAS

Las dos décadas de tensión entre las comunidades macedonia y albanesa dejaron demasiados rencores y prejuicios y, posteriormente, se aceptó la segregación como mal menor en Macedonia. Como resultado, los jóvenes no sienten la necesidad de interactuar con la otra comunidad.

La extrema segregación de Macedonia del Norte se parece demasiado a la Luna cuando atraviesa la fase de cuarto menguante: los albaneses, la minoría, ocupan la parte iluminada, mientras que los eslavos son la mayoría que representa su oscuridad. Sus fronteras están bien delimitadas, subrayadas con la intensidad del conflicto de 2001. Desde entonces, aunque todo comenzó antes, eslavos y albaneses apenas cruzan al otro lado de su país o ciudad. En Skopje, que como capital concentra a todos los grupos sociales que buscan oportunidades, los únicos puntos de convivencia son la Universidad de los Santos Cirilo y Metodio y el centro histórico: los albaneses cruzan el río Vardar principalmente para ir de compras al centro comercial VERO-JUMBO, y los macedonios se aventuran poco más allá de los bazares. La excepción a la norma es la ciudad de Struga, que hace honor a la famosa frase Kako Struga nema druga (como Struga no hay otra) y que presenta una segregación inferior y menos evidente: no es por barrios, como en Skopje, sino por locales de ocio, equipos de fútbol o agencias de viajes.

«Struga no ha cambiado mucho, aunque la segregación ha aumentado porque los políticos utilizan el nacionalismo en su discurso. Aquí la situación es mejor que en otras ciudades, pero cada vez hay menos contacto porque los jóvenes no encuentran el espacio para juntarse: estudian en diferentes colegios y van a diferentes bares», explica Bosko Nelkoski, eslavo oriundo de Struga.

Shadie Ademi, albanesa de 29 años, apunta a un cambio en las costumbres que dificulta la interacción no solo en Macedonia, sino en todo el mundo: «Las condiciones de vida han mejorado, pero en el pasado todo era más vívido, feliz, y la mayoría del tiempo lo pasábamos en la calle. Ahora es triste decir que las nuevas generaciones pasan su tiempo libre en casa». A diferencia de Nelkoski, rechaza que la segregación esté aumentando: «Es menor, al menos en Struga. Cuando cursaba mis estudios, la segregación era más activa: se producían problemas entre albaneses y macedonios durante el Ramadán, o cuando se pegaban en medio de un partido de fútbol. Hoy esto es menos común porque la juventud lo ha entendido todo: políticos y medios de comunicación comparten información incorrecta».

Sus palabras reflejan un pasado en el que las dos comunidades encontraban al menos el espacio para pelearse, aunque la ausencia de conflicto puede tener su razón en el aumento de la segregación. El estudio de 2016 “How to achieve integrated education in Macedonia?” destaca que la segregación en el sistema educativo se ha incrementado para «evitar situaciones de conflicto entre los pupilos de diferentes etnias».

Jovan Bliznakovski, experto de la Universidad de Milán, recuerda el génesis del conflicto recurriendo al contexto educativo: «La gente recordaba las décadas de los 70 y 80, cuando todo era bilingüe en Yugoslavia. A nivel educativo, los albaneses tenían todo antes de la independencia de Macedonia. Pero tras ella, de repente, con nuestros políticos influidos por la ola nacionalista de Milosevic, perdieron derechos. Desde 2003, todo es de nuevo bilingüe por ley, pero esas dos décadas que incrementaron la segregación complican el presente: no se encuentra la fórmula para juntar a las comunidades y reducir la desconfianza. Por tanto, la segregación es importante, mayor que en Yugoslavia, sobre todo porque los albaneses hoy no sienten la necesidad de integrarse».

Struga

En Macedonia, los albaneses ocupan la parte oeste del país, aunque tienen presencia en todas las ciudades importantes. Struga es una zona de choque en las influencias de ambas comunidades dominada por el impresionante lago Ohrid, en peligro de perder la protección de la Unesco por el boom de la construcción, y cuenta con 63.000 habitantes en todo el municipio. En la ciudad, los eslavos suman el 53,7%, 17.000 personas, mientras que los albaneses apenas superan el 32%. En cambio, en la municipalidad las cifras se invierten resultando en la misma diferencia, aunque favorable a los albaneses.

Pero los datos, remarca Nelkoski, no son reales: el último censo se hizo en 2002, y estima en 40.000 los residentes en la municipalidad. Es la dinámica general de Macedonia: oficialmente residen dos millones de personas, de las que el 64% son macedonios y el 25% albaneses, pero la migración laboral ha reducido esa cifra en varios cientos de miles.

En verano, cuando regresan los migrantes, Struga parece feliz. En la municipalidad, de sinuosas carreteras, existen aldeas mixtas, pero el ejemplo más extendido es el monoétnico de Radozhda, donde no hay mezquita que compita con la iglesia del Arcángel Miguel, empotrada contra la montaña Jablanica desde el siglo XIII. En la ciudad de Struga, bajo un sol de esos que invitan a irse al lago, los niños tienen su diversión saltando desde el puente sobre al río Drin Negro. A ambos lados están las terrazas y bares frecuentados por los jóvenes: los albaneses fuman tabaco en pipa en un bar, y los eslavos beben cerveza en el siguiente. En los puestos de suvenires y ropa del centro se venden banderas albanesas y macedonias. A veces están juntas. Otras incluso forman un tríptico con la de EEUU. También, para recordar un problema sin resolver, algunas señales de tráfico tienen tachadas las indicaciones en albanés.

Segregación también en la educación

Bosko Nelkoski, de etnia macedonia, nació en 1980 en Struga. Su juventud estuvo marcada por las constantes tensiones entre albaneses y macedonios. Pese a ello, de su grupo de cuatro mejores amigos del colegio Josip Broz Tito, uno, Burim, era albanés, lo que le permitió forjar una amistad antes de que los prejuicios impusieran su ley. Con apenas 20 años, Nelkoski comenzó a trabajar en proyectos para promocionar la UE entre la juventud. Así nació la revista “DoRight”, que se editaba en albanés, macedonio e inglés. «Lo importante era el canal de comunicación abierto que les permitió interactuar», subraya. En 2006, como miembro del partido nacionalista VMRO, entró en el Ministerio de Educación y Ciencia para adaptar programas europeos. Pero su aventura política, al igual que la integración europea de Macedonia, salió mal: tuvo que dejar su puesto poco después por problemas internos. Entonces fundó PAN-European Alliance, que dirige proyectos interculturales y de movilidad con grupos mixtos.

Han pasado dos décadas desde que Nelkoski abandonara el colegio Josip Broz Tito y allí los alumnos siguen siendo mayoritariamente macedonios, con algún díscolo albanés como Burim, que hoy reside en EEUU. Es un centro educativo monoétnico. En el colegio Hermanos Miladinovci, en el que aproximadamente la mitad de los alumnos son albaneses y la otra mitad, restando grupos turcos y romaníes, macedonios, se enseña en diferentes lenguas. Son los conocidos como colegios mixtos, en los que albaneses comparten edificio, pero no aulas ni pasillos. «Tienes dos clases con diferentes libros: una clase enseña que Struga ha sido siempre albanesa y la otra que fue ocupada por ellos. Ningún político se preocupa, pero tenemos que ponernos de acuerdo para que nuestros jóvenes no se peleen en las calles por lo que les han enseñado en clase», asevera Nelkoski, cuyo hijo pequeño acude a una guardería en la que las lecciones son bilingües, con las dos comunidades unidas en un aula.

Según las estadísticas del curso 2010-11, casi el 100% de los eslavos estudian en lengua macedonia, mientras que el 97% de los albaneses lo hacen en su propio idioma.

Veton Zekolli, director en Macedonia del Centro de Diálogo Nansen, alerta: «La segregación comienza en los colegios, que son multiétnicos, pero no interculturales. Nuestro objetivo es transformarlos: no queremos que los alumnos estudien en distintos turnos o plantas ni que aumente, como está ocurriendo, el número de centros monoétnicos».

Nansen es una ONG que trabaja en Macedonia para reducir la segregación a través de actividades extraescolares en diez centros mixtos. En 2008 comenzó su programa en una zona conflictiva cercana a la frontera con Kosovo. Fue un éxito, y pronto otras municipalidades pidieron implantar su modelo, que cuenta con decenas de parcelas temáticas en las que los juegos ayudan a la interacción. «Todo ciudadano macedonio tiene el derecho a educarse en su lengua materna. Es bueno. El problema es que la dinámica actual no permite a los jóvenes interactuar. Puedo mandar a mi hijo a una escuela albanesa y en todos esos años no sentirá la necesidad de hablar con un macedonio. En 2019, los albaneses encuentran la información en su lengua», reconoce Zekolli, quien recuerda que el programa educativo está anticuado y contiene conceptos discriminatorios.

La convivencia entre eslavos y albaneses empezó a truncarse con la independencia de Macedonia. Luego llegó el conflicto de 2001. Pese a que los Acuerdos de Ohrid dieron importantes derechos a la comunidad albanesa, la brecha entre las comunidades no ha superado la enorme desconfianza. A diferencia de sus antepasados, los jóvenes albaneses, envalentonados por el resurgir de su nación, no sienten la necesidad de integrarse, desarrollando una vida paralela a la mayoría. Y los eslavos, impotentes, en demasiados casos se estremecen pensando que algún día ellos serán minoría si continúa el mayor crecimiento demográfico albanés. Ante esta situación llena de rencores, la solución parece estar en la educación, en juntar a ambas comunidades desde la infancia. Así podrán entender que los otros ansían prácticamente lo mismo, que los prejuicios no son siempre la realidad.