Raimundo Fitero
DE REOJO

Incredulidad

Existe una distancia sideral entre lo que se nos dice del coronavirus y lo que cada uno de nosotros entiende o está dispuesto a asimilar. Esta pandemia puede ser catastrófica porque estamos más desinformados que nunca. Se trata de un efecto boomerang, la frecuencia con la que recibimos noticias, remedios, informaciones contradictorias y desmovilizadoras hacen que a la volatilidad de todo virus se añada la volátil inconsciencia del ciudadano que está convencido de que su constitución, sus impuestos o la propaganda estatal le protege sin necesidad de atender a ninguna de las recomendaciones propuestas.

En estas circunstancias la globalización se convierte en una parodia ya que en todo lo referido a este virus se trata de manera parcial, de manera local, de manera ínfima. Añadamos a esta tendencia polarizadora, las diversas maneras de contabilizar los supuestos casos, los llamados positivos, que se unen a los falsos positivos y que se resienten por el uso de esas noticias que hacen los buitres financieros que revientan las bolsas, y cuyos efectos pueden colapsar el mecanismo productivo por la falta de suministros de elementos básicos.

¿Por qué y cómo me voy a infectar yo que soy de rutinas fijas por lugares alejados de los puntos que aparecen en las televisiones? Es una combinación mortal de incredulidad, desinformación y cabezonería. Los casos que se nos relatan no contienen, por prudencia u ocultación turística interesada, excesivos  detalles. No está claro si sería oportuno realizar pruebas masivas para detección. Se ha sabido que una mujer viajó desde España a Ecuador con el virus y está en estado grave. Y fue días antes de declararse oficialmente el primer caso. Se suspenden actos públicos y otros se mantienen. Andamos emparedados entre el alarmismo y el pasotismo.