Jaime IGLESIAS
MADRID
Entrevista
PAOLO GIORDANO
ESCRITOR

«No debemos poner bajo sospecha la responsabilidad individual»

Nacido en Turín en 1982, alcanzó notoriedad con su primera obra, «La soledad de los números primos». Autor reconocido dentro y fuera de Italia, acaba de publicar «En tiempos de contagio», un ensayo de urgencia sobre la crisis que padecemos.

Editada en castellano por Salamandra y en euskara por Erein bajo el título de “Kutsaldian”, la última obra de Paolo Giordano, escrita con carácter de urgencia durante los primeros días de marzo, parte de una reflexión sobre cómo hemos llegado a una situación como la que estamos viviendo estos días y es una invitación a repensar el modelo de sociedad que queremos.

 Comenzó a escribir “En tiempos de contagio” el pasado 29 de febrero con la intención de confrontarse con aquello que la epidemia nos estaba revelando acerca de nosotros mismos. Dos meses después, ¿cuál es su diagnóstico?

Siempre que afrontamos una crisis emerge lo mejor de nosotros mismos y, al mismo tiempo, lo peor. En este caso hemos visto cosas que nos han sorprendido como el sentimiento de cooperación de buena parte de la ciudadanía, que ha sido capaz de renunciar a una parte significativa de su libertad y de su seguridad económica para afrontar solidariamente una situación de emergencia extrema. También hemos podido ver el espíritu de sacrificio del que han hecho gala los trabajadores de los hospitales a la hora de gestionar la crisis sanitaria, así como el empeño de la comunidad científica por explicarse y explicar a la ciudadanía la naturaleza de esta epidemia llevando a cabo un ejercicio encomiable de pedagogía. Pero, por desgracia, esta crisis también ha servido para poner en evidencia algunos de los grandes males que arrastramos como, por ejemplo, las tremendas desigualdades sociales que persisten en nuestro territorio. Si en apenas un mes de confinamiento hay familias cuya pérdida de poder adquisitivo les impide poder comprar alimentos, eso significa que nuestras economías están enfermas. Por no hablar del olvido y la defenestración social a la que hemos condenado a nuestros mayores, algo que con esta crisis ha quedado tristemente de manifiesto.

 El hecho de que la gente haya respondido solo cuando las recomendaciones han ido acompañadas de medidas coercitivas, ¿no pone un poco en entredicho el concepto de responsabilidad individual?

No, yo creo que no, al menos no responde a lo que yo he visto estos días donde la gente, por lo general, se ha mostrado disciplinada de manera bastante consciente y espontánea. Lo que pasa es que los medios suelen poner el foco en aquellas conductas irresponsables que se dan de manera aislada, como queriendo evidenciar que es necesario que haya una autoridad reguladora que castigue al infractor. Personalmente no me gusta que se busque reforzar la confianza en las instituciones cuestionando el sentido de la responsabilidad que atesora el ciudadano, entre otras cosas porque esta fase de desescalada que ahora afrontamos tiene que estar forzosamente basada en la responsabilidad individual. Es un concepto que no debemos poner bajo sospecha.

 ¿Le ha decepcionado la respuesta de las instituciones, de la UE, por ejemplo?

Yo pertenezco a una generación que creció amando la idea de una Europa fraternal, unida, una generación que antes de conocer a fondo su propio país había viajado por las principales ciudades del continente y que, como tal, estaba convencida de que Europa era su casa. Esta crisis, sin embargo, me ha hecho ver lo equivocado que estaba ya que todos los gobiernos han concentrado sus esfuerzos en gestionar aquello que ocurría dentro de sus límites territoriales. Eso por un lado. Por otro, la Unión Europea, una vez más, ha demostrado no ser otra cosa que una superestructura económica. Se ha hablado mucho de los eurobonos, de los fondos de rescate, del dinero que se ha de invertir en la recuperación económica, conceptos todos ellos importantes pero que no tienen mucho que ver con la idea que muchos teníamos de Europa. A veces me pregunto si aquello que un día se llamó Unión Europea no fue un espejismo.

 A la hora de articular una gran reflexión colectiva sobre lo que estamos viviendo, usted deja caer en el libro una frase inquietante: “justo cuando la realidad se revela compleja parece como si fuéramos cada vez más refractarios a la complejidad”.

En los últimos años hemos visto crecer un sentimiento de antipatía muy acusado hacia cualquier forma de pensamiento y un anti-intelectualismo que se ha venido manifestando sin complejos y de manera bronca. Eso ha dado como resultado un auge de la comunicación unidireccional donde priman los mensajes simples. Basta con ver, a este respecto, cómo ha cambiado la comunicación política que ha pasado a vehicularse a través de las redes sociales donde toda idea ha de expresarse de manera sencilla y sintética, desterrando de los mensajes cualquier atisbo de complejidad. Todo esto, por desgracia, ha generado una hipersimplificación en nuestra concepción del mundo que nos ha llevado a sentirnos perdidos al tener que afrontar una realidad compleja como la que conlleva esta crisis.

 ¿Y eso no dificulta el repensar nuestro papel en el mundo tal y como usted reclama?

Yo estoy lejos de ser un utopista y dudo mucho que una situación como esta nos lleve a ser mejores personas una vez dejemos atrás el estado de shock en el que nos encontramos. Tampoco creo que se produzca una gran transformación social. Pero sí que hay cosas que podemos cambiar, que debemos cambiar antes de que sea demasiado tarde. Esa es un poco la idea que me llevó a escribir esta obra guiado por un sentimiento de premura. Debemos reformular los grandes paradigmas que definen nuestra identidad como civilización e incluso definir alguno nuevo. Sobre todo en lo que se refiere a nuestra relación con el medio ambiente, a la cooperación necesaria para afrontar situaciones de emergencia sanitaria o a la lucha contra la pobreza. Hemos dejado crecer de manera incontrolada las diferencias sociales y estamos ante un escenario insostenible. Son cuestiones que nos lastran como sociedad como también el acceso a la información, otro ámbito en el que deberíamos mejorar.

 En este sentido, usted en el libro reflexiona sobre las consecuencias que tiene la propagación de bulos, hasta el punto de afirmar que las “fake news” constituyen la verdadera pandemia de nuestro tiempo.

Sí porque esa responsabilidad individual a la que apelábamos antes como principio necesario para afrontar una situación como la que estamos viviendo, solo puede darse si las personas están en disposición de comprender aquello que sucede a su alrededor y las “fake news” lo único que aportan es confusión y ruido. No solo son un obstáculo para repensar nuestro papel en el mundo, sino también un elemento dañino.

 Quizá la propagación de “fake news” encuentra su caldo de cultivo en esa imperiosa necesidad de conocer la verdad de la que usted también habla en el libro señalando que, muchas veces, la duda es un concepto más sagrado que la verdad.

Cierto. Si afrontásemos el debate social buscando las preguntas pertinentes en lugar de estar obsesionados por encontrar respuestas fáciles, creo que daríamos un gran paso adelante. En este sentido, creo que el discurso que ha mantenido la comunidad científica durante esta crisis puede servirnos de referente. Por primera vez, los medios de comunicación han dado visibilidad a personas que en lugar de decirnos aquello que queremos oír han tenido la valentía de comparecer ante la opinión pública para decir “aún no tenemos una respuesta para lo que está pasando”; lo cual, lejos de ser algo negativo, resulta un punto de partida inspirador de cara a iniciar un trabajo conjunto para arrojar luz sobre aquello que ignoramos. Se trata de un planteamiento en las antípodas del que suele inspirar el discurso de nuestros políticos.

 ¿Cree que estamos preparados para convertir la incertidumbre en punto de inspiración?

Yo tengo confianza en las personas y también en la pedagogía, creo que si las cosas se explican bien, con calma y usando las palabras justas, el ciudadano está en disposición de asumir la complejidad inherente a cualquier idea. Resulta muy peligroso pensar en la gente como un ente amorfo y estúpido que solo reacciona cuando recibe instrucciones. Ese tipo de prejuicios no resultan nada beneficiosos de cara a afrontar una vuelta a la normalidad.

 ¿Pero no piensa que esa frustración ciudadana por no poder acceder a la verdad puede convertirse en un instrumento de desestabilización política?

Partiendo de la idea de que la salud y el bienestar colectivo deben imponerse sobre el cálculo político, a nadie se le escapa que una situación como la que estamos viviendo entraña un riesgo adicional y es la manipulación que determinados partidos o formaciones pueden llegar a hacer del miedo, del sufrimiento y de la rabia, tres elementos que son susceptibles de ser explotados para generar un discurso político basado en el odio y la exclusión. Pero quizá esta crisis sea una oportunidad para arrinconar ese tipo de ideologías aunque para ello es necesario hacer pedagogía y que las personas encontremos tiempo para reflexionar.

 Pero no es fácil encontrar ese tiempo para la reflexión cuando se nos insta a estar haciendo cosas todo el rato. Desde el inicio del confinamiento nos bombardean con toda la oferta cultural a la que podemos acceder on line, se nos invita a hacer deporte a través de las aplicaciones, se nos recomienda hacer manualidades…

Es cierto eso que comentas, lo que ocurre es que nuestra sociedad tiene una inercia muy fuerte y se nos hace difícil renunciar a nuestras rutinas, a aquello que nos genera placer, bienestar, en parte porque no queremos perder eso y en parte porque nos resulta inconcebible un mundo donde todo eso no tenga cabida. Pero en medio de toda esa sobreestimulación debemos hallar la forma de construir pensamiento, de formular nuevas ideas de manera lenta y calmada y creo, honestamente, que vivimos una situación propicia para hacerlo. Si salimos de esta igual que hemos entrado, eso supondría una afrenta, un desprecio, para todos los que han muerto durante estos días.

 ¿Cuál cree que debe de ser el papel de los escritores, de los intelectuales, ante esta nueva situación?

Los intelectuales, por definición, tienen la misión de estimular el pensamiento crítico, de ayudar a las personas a reflexionar. Desde ese punto de vista, creo que es imprescindible que acompañen al ciudadano en todo ese proceso que ha de llevarnos a repensarnos como sociedad. Pero no se trata de una labor exclusiva de los intelectuales o de los artistas, también los docentes deberían asumir una función semejante; más allá de impartir contenidos, deberían ayudar a sus alumnos a pensar. El pensamiento es la única herramienta para la transformación social.