Iñaki ALTUNA

Derrota electoral, autocomplacencia y hecho nacional vasco

Las grandes debacles de la noche electoral en la Comunidad Autónoma Vasca están claras. Las sufrieron Elkarrekin Podemos-IU y la coalición PP-Cs.

Sin embargo, la candidatura de Carlos Iturgaiz se mostró ajena a esa realidad, o también a esa realidad, cabría precisar. Su carácter sucursalista le hace despreciar lo que diga la ciudadanía vasca en las urnas, pues lo que importa es la pugna en el ámbito estatal. Su reino no es de este mundo.

Elkarrekin Podemos sí ha reconocido sin paños calientes la dimensión del batacazo, aunque quizá la autocrítica no tenga aún la profundidad necesaria para explicarlo, ni para corregirlo. Las razones esgrimidas de la abstención y los líos internos se quedan un tanto cortas para comprender los problemas que tiene actualmente ese proyecto por estos lares. A buen seguro, los motivos más de fondo son, paradójicamente, los mismos que propiciaron que, en el momento de máximo esplendor de la formación morada, fuera en Euskal Herria donde esta obtuvo sus mejores resultados. Entonces generaron una esperanza democratizadora para el conjunto del Estado que pudiera dar otra respuesta también a la cuestión vasca.

Y eso fue claramente premiado por el electorado vasco, sobre todo por el electorado vasco. Las limitaciones de dar cuerpo a esa esperanza y las dificultades de tomar tierra con una posición propia desde la realidad de esta nación sin estado pudieran estar en el fondo de que el aluvión de votos se haya ido como llegó. Desdibujar cuestiones básicas como el derecho a decidir y fiarlo todo al tirón de Pablo Iglesias desde Madrid es pobre bagaje para fidelizar aquel apoyo recibido.

Las derrotas, derrotas son. Caben otros resultados más difíciles de calificar, menos nítidos pero igual de preocupantes para sus protagonistas. En esos casos, los líderes políticos tienden a escamotear los problemas y a evitar el amargo trago de reconocer la realidad. Es terreno abonado a la autocomplacencia. Es el caso de Idoia Mendia, quien en la noche electoral sentenció que el PSE ha recuperado el sitio que le corresponde, después de haber superado a Elkarrekin Podemos, se entiende.

No obstante, quizá los resultados del PSE sean en términos políticos los peores de todos. El terrible descenso de Elkarrekin Podemos debía haber llevado aparejado, cual vaso comunicante, la confirmación del tirón del llamado «efecto Sánchez» y de las encuestas que anunciaban un aumento notable de la candidatura encabezada por Mendia, después de que, además, la crítica por la gestión en las últimas crisis por parte del Gobierno de Lakua hubiese caído básicamente sobre las espaldas del PNV. Nada de eso se ha producido, mientras EH Bildu fortalece la imagen de principal referente de la izquierda vasca. Mucha gente votó a EH Bildu y, de paso, se comprobó que aún puede hacerlo mucha más.

El PSE parece que adoptará su ya clásica posición de buscar cobijo junto al PNV y esperar a que en Madrid el PSOE mantenga el poder, no tanto porque asuman la máxima ignaciana de no hacer mudanza en tiempos de crisis, sino porque no se ve que haya llegado aún la generación dispuesta a romper ciertas amarras de un pasado muy oscuro y plantear el proyecto en una clave más definida de izquierda vasca.

Es curioso que los tres principales partidos de obediencia estatal que se han presentado solos o en coalición a estas elecciones en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa –PSE, Podemos y PP– tengan en común precisamente eso de la obediencia a los designios de Madrid. Por lo visto, el hecho nacional vasco sigue siendo el problema de fondo. Sigue siendo cuestión de Estado.