Aitxus Iñarra
Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación
GAURKOA

Belleza y cotidianidad

Este camino/ ya nadie lo recorre/ salvo el crepúsculo. En estas pocas palabras del haiku de Matsuo Basho se evoca poéticamente la belleza, la sencillez y simplicidad del momento. La búsqueda de la belleza en la poesía y el arte en general es una constante en el ser humano. Sin embargo, la experiencia de la belleza no es únicamente patrimonio del arte, pues una experiencia de este tipo no es exclusiva de los estetas, ni de los artistas. Esta percepción inusual no puede considerarse exclusiva de algunas personas o destinada únicamente a experiencias excepcionales. La belleza está presente en nuestras vidas y cualquier persona es susceptible de tenerla.

A pesar de la diversificación actual de los cánones de la belleza, todavía la omnipresencia de los ideales griegos de belleza y perfección siguen vigentes. Sin embargo, planteamos la belleza, más allá del canon de la perfección, en el devenir de la vida, en el ciclo natural de crecimiento y decadencia de todo ser viviente u objeto, ya que desde esta perspectiva es posible indagar, buscar la belleza, avizorar la hermosura en la vida cotidiana. En este sentido, consideramos importante una concepción más amplia de la experiencia estética, capaz de aplicarla e integrarla en el ámbito de la cotidianidad.

Sabemos que la capacidad de contemplar, reconocer y disfrutar la belleza, algo tan inherente al ser humano, surge y se desarrolla durante el proceso de la hominización. En ese proceso, François Cheng en su libro “Cinco meditaciones sobre la belleza” comenta que «el ser humano liberó el rostro, dejando de ser un hocico tendido hacia adelante a ras del suelo como el de un animal en busca de alimento... El rostro es el tesoro único que cada cual ofrece al mundo. Es, efectivamente, en términos de ofrenda, o de apertura, como conviene hablar del rostro, porque el misterio y la belleza de un rostro, a fin de cuentas, solo pueden captarse y revelarse mediante otras miradas u otra luz».

Con la integración del proceso de hacernos humanos se produce un cambio de consciencia, cuando es posible levantar la mirada y obtener una visión más completa del entorno y por lo tanto de su belleza. Este salto evolutivo dio pie a que pudiéramos fijar la atención en el espacio abierto. Entonces la mirada humana y los sentidos se vuelven aptos para captar la complejidad, los riesgos, las oportunidades y todo tipo de beneficios, el goce estético entre ellos, que ante esa mirada y esa escucha se despliegan. Es el rostro y los sentidos los que se ven capacitados para poder escuchar, observar y contemplar la belleza del mundo. Así ante lo bello prestamos atención. Y si bien nuestra manera habitual de percibir la belleza es frecuentemente mediante los sentidos, la vivimos y recibimos como encuentro, como un impacto emocional, sin mediación de pensamiento, abriéndose de manera súbita, imprevisible, produciendo sorpresa y atención.

Es posible además indagar, buscar la belleza, descubrir la hermosura en la vida cotidiana, a pesar de que hay veces que quizás encontremos nuestra realidad cotidiana fatigosa, anodina o monótona, pues a través de la rutina los objetos, las personas que vemos frecuentemente o formas habituales de estar se vuelven invisibles. Todo ello nos da seguridad y nos hace el mundo previsible con sus ritos, categorizaciones y pautas. Y es así como no captamos lo novedoso, lo que trae pareja la pérdida de la capacidad de asombro. De esta manera todo se reduce a lo corriente, lo ordinario, lo explicable, lo cotidiano, donde la frescura del momento se pierde. Y estando distraídos ante lo que acontece construimos una realidad cercada y finita, es decir, al alcance de la mano.

Pero lo cotidiano es más amplio que la rutina. Es una realidad comunicativa ininterrumpida donde se producen también momentos de novedad y sorpresa. Y eso significativo inesperado puede ser un fulgor de belleza. Su descubrimiento o detección nos hace capaces de ver belleza donde antes no se la veía debido a que la percepción ha sido transformada. Sirva como metáfora este fragmento del cuento de Marguerite Yourcenar “Así fue salvado Wang-fô”: «Ling encontró al pintor Wang-fô en una taberna embriagándose para pintar mejor a los borrachos, y le invitó a alojarse en su casa. Ya de camino y gracias al pintor, Ling conoció la belleza. Pudo admirar el fulgor lívido del rayo y dejó de temer a la tormenta... Esa misma noche, Ling supo, no sin sorpresa, que los muros de su casa no eran rojos como él había creído sino que tenían el color de una naranja a punto de pudrirse. En el patio reparó en la forma delicada de un arbusto, al cual nadie había prestado atención hasta entonces, y lo comparó a una joven que deja secar sus cabellos. En el corredor, siguió maravillado el camino vacilante de una hormiga a lo largo de las grietas del muro, y el horror que experimentaba por aquellos bichos se desvaneció. Comprendió entonces que Wang-fô acababa de regalarle un alma y una percepción nuevas».

El cambio de percepción que experimenta Ling maravillado gracias al pintor Wang-fô trae consigo una expansión de la percepción, es decir, un ver diferente a lo que habitualmente veía y un sentir que le ha traído los siguientes beneficios: la pérdida del miedo, la admiración y la sorpresa.

De la misma manera, la disposición a abrirse a lo estético en la vida cotidiana trae consigo una ampliación de la conciencia de lo bello. Permitirnos simplemente la captación de lo bello requiere del desarrollo de una percepción novedosa. Digamos que la percepción de lo bello, sentir gozosamente, requiere de una percepción abierta observadora que rompe la perspectiva de ver el mundo de manera mecánica e inerte. Un encuentro que además de producirse en el mundo del arte puede darse en las variadas situaciones de la vida cotidiana, sea en los objetos, en la interacción con los otros, en un acto creativo o en la observación de la misma naturaleza.