La nueva película del argentino Eduardo Crespo es una road movie en la que el asfalto, la tierra enfangada y el suelo más opulentamente virginal conforman la peculiar pista por la que circula un vehículo cargado de historias. Como sucediera en “Kentucky Route Zero”, el celebrado videojuego indie de la factoría Annapurna, estamos ante un extraño objeto artístico que disfruta con el sano placer de perderse. No solo por las rutas secundarias del entramado carreteril argentino, sino más bien por lo que se podría considerar como una nebulosa de cuentos de buenas noches... o como un réquiem no-musicalizado para revivir a los muertos.

Y como aquel videojuego, la cinta de Eduardo Crespo se comporta como un generador de poesía. Como un ecosistema precioso, plasmado con una filmación igualmente bella; como un no-lugar en el que lo periférico y lo marginal son la vía de entrada a un territorio mucho más universal.