Raimundo Fitero
DE REOJO

El entorno

Es cuestión de afinar mucho. ¿Qué diferencia hay entre Diego y Maradona? Porque escribir Diego Armando Maradona es una descripción apócrifa de una leyenda. Hay que tener mucho hilo en la cometa de la comprensión de los ídolos populares para entender que la muerte de un grandísimo futbolista más conocido en los últimos años por ser un poli adicto, maltratador, putero y en declive personal pueda provocar la decisión institucional de declarar tres días de luto nacional en un país de las dimensiones de Argentina y su velatorio se haga en la Casa Rosada, que es la sede del Gobierno. Es una exageración. Es un homenaje encubierto al peronismo post Malvinas, una suerte de anuncio universal de las terapias lacanistas como eje de la desintegración y recomposición de las personalidades que sufrieron excesos de dulce de leche y sobreexposición a las proteínas recargadas de clembuterol.

La reacción global de los medios de comunicación respecto a la muerte de Maradona, con la clave de sorpresa como explicación de los primeros silencios, nos coloca ante una revisión histórica de la biografía común y la individual. El Pelusa se convirtió en un símbolo de una genialidad balompédica que lo encumbró desde una villa miseria a las cúspides de la fama y el dinero, un camino que topó con un elemento tan indescifrable como es la tendencia a la adicción. A comer, beber, uso de estupefacientes. Algo que lo fue minando y que fue haciendo que su figura se fuera hinchando y su leyenda se transformara en una suerte de la lucha entre el individuo y el entorno. Esa solución falsa que siempre coloca la culpa en los otros y no en el sujeto. Fueron otros quienes le aconsejaron mal, quienes se aprovecharon de sus flaquezas y le pusieron al diablo en forma de polvos blancos, mujeres fáciles, lujo y fiesta hasta el infinito. Tenemos Maradona para rato.