Amparo Lasheras
Periodista
AZKEN PUNTUA

Una audacia revolucionaria

La audacia es el esplendor de la fe. Por haberse atrevido domina el pueblo de 1789 las cumbres de la historia, por no haber temblado, la historia reservará un puesto al pueblo de 1871, que tuvo fe hasta morir». Con estas palabras, Prosper-Olivier Lissagaray pone fin al libro que escribió en 1896 sobre la Comuna de París, una de las obras más conocidas sobre aquella valiente experiencia revolucionaria de la que Marx dijo que fue, «esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora». El libro lo leí hace años, cuando Txalaparta lo publicó en el 2004. Sin embargo, lo he consultado en numerosas ocasiones, quizás para convencerme de que, a veces, lo que parece imposible se puede hacer posible y que todo hecho revolucionario debe de considerarse un trozo de camino ya recorrido para las luchas del futuro. La misma esencia de la causa por la que tantos hombres y mujeres murieron en las barricadas de París, continúa existiendo en los paradigmas que hoy mantienen y fomentan la injusticia y la desigualdad social, en esa lucha de clases que tanto tememos reconstruir o nombrar.

El 18 de marzo se cumplieron 150 años del triunfo de la Comuna. La realidad de aquel sueño duró tan solo dos meses, hasta el 28 de mayo de 1871. Fue una audacia revolucionaria que, de alguna forma, condicionó el futuro.