Raimundo Fitero
DE REOJO

Los adioses

Cuando se mira la historia reciente desde la independencia de la memoria de cada cual, las referencias se bifurcan, se cruzan, se puede perder el relato cronológico, pero se acaba haciendo la foto perfecta, aquella en la que está uno incluido, como si se tratara de un selfie dinámico que no precisa de filtros, porque se basa en lo que uno ha vivido y recuerda, que no es coincidente, pero que se debe atender con la seguridad del notario que da fe.

Las ceremonias para celebrar la llegada a este valle de lágrimas o de territorios conquistados señalan tanto los dioses a los que se vincula la natalidad como a la clases sociales a las que cada individuo llega, inocente, arropado en cuna azul o rosa. Esa epifanía se reconstruye durante toda la vida y se convierte en una expresión de soberbia en la despedida final. Son mucho más ostentosos los adioses que los holas. El funeral de Felipe de Edimburgo, en tiempos de pandemia, es una muestra incontestable de la necesidad de marcar el territorio en el duelo de las clases imperiales, aquellas que han dominado el mundo y que deben dejar constancia de su poderío, aunque solamente sea en el nivel simbólico.

Desde que tengo sensación de sujeto político, siempre ha estado este hombre al lado de la reina de Inglaterra en reportajes y acontecimientos. Es una presencia estable, imposible de determinar su valor de uso en la propia casa real y en la historia. En otra esfera, con otro contexto y otra cercanía ideológica, nunca conocí Cuba sin un Castro al frente. Va a suceder a partir de ahora. Un cambio discreto, casi natural, probablemente nada traumático, pero avanzando hacia la construcción de un nuevo tiempo en donde los valores fundacionales se deben acomodar a la realidad existente. Raúl Castro se echa a un lado para no ser una rémora. Los adioses y sus formas.