Harold Meyerson
Editor de «The American Prospect»
KOLABORAZIOA

Estado fallido (Israel) contra Estado no soberano fallido (Palestina)

L a actual violencia en Israel, Cisjordania y Gaza no debería sorprender a nadie. Una casa dividida contra sí misma, como dijo alguien en cierta ocasión, no puede sostenerse.

El rasgo del carácter israelí más destacado es la ceguera voluntaria. Gran número de judíos israelíes han llegado a creer que son normales intervalos de años de relativa paz y que los palestinos no se enfurecerán ni se verán impulsados a la violencia ante su carencia de autodeterminación, como los judíos israelíes bajo el mandato británico, o como fue el caso de los judíos de los años 40 ante los rutinarios actos de abusos y de violencia en su contra.

En la actual tanda de violencia, ni Israel ni los palestinos disponen de lo que podría considerarse un gobierno legítimo. Bibi Netanyahu se desempeña como primer ministro israelí en calidad solo de interino, puesto que, tras cuatro elecciones general en los últimos dos años, no ha sido capaz de formar gobierno; está en el poder solo porque nadie más ha podido tampoco formar gobierno. Por lo que toca a la Autoridad Palestina, el presidente Mahmud Abas se encuentra hoy en el decimosexto año de su mandato de cuatro años, al haber cancelado todas las elecciones generales desde 2005. Ni el Estado ni el Estado no soberano disponen de un gobierno capaz de concitar el apoyo de una mayoría de su pueblo.

Es posible que la actual agitación le permita a Netanyahu recuperar apoyos para formar gobierno de esos partidos derechistas que hasta ahora se le han opuesto, en cuyo caso les espera a los palestinos una ocupación más dura y violenta, lo que llevará finalmente a una tanda más catastrófica de violencia como represalia y, a buen seguro, a más violencia dentro del mismo Israel. Si no se une la derecha israelí, en ese caso cualquier nuevo gobierno israelí tendría que incluir a uno o más de los partidos árabes israelíes, lo cual parece improbable en el actual clima, a menos que fructifique una solución de dos Estados (lo que es en sí mismo prácticamente inimaginable, a no ser que el resto del mundo quiera imponerla por la fuerza, estableciendo una frontera en la Línea Verde y desalojando a los colonos israelíes de Cisjordania, otra hipótesis inimaginable, que sería, sin embargo, probablemente el menor de todos los males). Y la idea de un Estado democrático unificado parece hoy todavía más inimaginable que la solución de dos Estados.

Entretanto, por remontarnos de nuevo a esa idea de la «casa dividida», los judíos israelíes que creen que el statu quo es sostenible se parecen cada vez más a los sureños blancos de 1859. Solo puede sostenerse con sangre, tanto la de los palestinos como la suya propia.

©Sin Permiso

Traducción: Lucas Antón