Raimundo Fitero
DE REOJO

Coincidentes

Probablemente no sea cierto, pero de repente he sentido una suerte de descarga eléctrica y me he colocado repasando mi vida alrededor de la final de Eurovisión, y no me salen recuerdos coincidentes con la realidad política vivida. Es más, este año ha sido coincidente, el desenlace de La Liga, con un Eibar que desciende de categoría como dato más destacable, con el susodicho empacho de juventud maquillada, customizada y con ganas de pasar a la historia a base de cantar las peores canciones del mundo, pero concurriendo en una estética demoledora para la tradición europea y asiática.

Por un accidente horario, vi las previas, la competición de jueves y viernes para completar el cuadro de la final, y ya entonces sentí mi desfase generacional, mi desprecio acumulado ante una suerte de subproductos musicales que no cuentan en absoluto para la industria, pero que sirven para entretener a millones de televidentes que encuentran, por alguna razón que me cuesta entender, una identificación con el representante de la televisión oficial de su estado y que, además, parecen disfrutar con esta tormenta de horteradas y derroches escénicos y luminotécnicos que aburren, que unifican toda la emisión, que forma parte de la más grande muestra de la banalidad y desculturización de algo tan importante como es la música, los cantautores, los trovadores, la comunicación.

TVE mandó a un murciano, Blas Cantó, que quedó penúltimo, cosa que es ya habitual, pero en esta ocasión no ha recibido ni los puntos de consolación por cercanía. Quizás su apellido le ha perjudicado. Posiblemente si cambia de partido, de estilo, de región o de país, puede tener otra oportunidad. Ganaron unos jovenzuelos italianos que nadie conocía y que escucharemos sin querer. ¿Eurovisión es política?