Raimundo Fitero
DE REOJO

Antrópicos

El peligro que tiene algunas especies, algunos territorios, algunas costas, bosques o explanadas de cultivo extensivo es el ser humano. Si el verbo antropizar es dudoso, no lo es su efecto, porque los mares, los océanos, los montes y las llanuras están sufriendo de una manera severa una antropización, es decir, su contacto constante con el ser humano, con el consumidor, el propietario de parcelas, el que se hace una casa o una mansión al borde de una playa, un acantilado o un lago descatalogado. Menos dudoso es que antrópico es la manera de llamar a lo producido o modificado por la actividad humana. Si lo circunscribimos a la naturaleza, al abuso en beneficio de unos pocos, se encuentra un buen acomodo, pero cuando nos referimos a otras ideas se entra en un conflicto, y no hace falta adentrarse demasiado en la misantropía para explicarlo.

Algunos animales domésticos han entrado de una manera evidente en un proceso antrópico. Se visten a los perros con ropajes semejantes a los humanos; se les lleva a disfrutar de servicios que una gran parte de la humanidad no puede acceder, como es la peluquería especializada, los perfumes o las dietas específicas por raza, edad o peso. Hay comidas, vestuarios, camas, perfumes y hasta cervezas para perros, lo que entra en una categoría de distorsión de la realidad social que parece haberse instalado en una parte de nuestros conciudadanos de manera que parece irreversible. Sin duda la relación entre humanos y perros viene de muy lejos, y hay asuntos no cuestionables como son los perros guías o el impulso de caminar al pasear a los perros para mayores, o incluso la simple y oportuna compañía, pero todo se convierte en patología al no tratar a un animal, como un animal y esa locura antrópica no debe ser beneficiosa para los animales a los que tanto se dice querer.