Mikel Arginarena Otamendi
Licenciado en Filosofía
GAURKOA

Otro monumento que se ha quemado inútilmente

No ha valido nada lo que pasó con el esperpento del Valle de los Caídos: quiso ser un memorial de aquellos que dieron su sangre por la Patria y a su muerte allí vino a reposar el dictador. El que dictaba lo que era verdad y lo que era mentira nunca encontró la paz. Hoy es un problema sin solución.

La inauguración del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo tiene bastante de reedición del mismo error. Si hubiera sido fruto de un acuerdo histórico derivado del hecho de tener presentes a todas las víctimas del llamado «problema vasco» –que más es un problema hispano-vasco–, se ha convertido en una irresponsable discriminación de las mismas.

Ello ha sido posible con la colaboración de un búnker mediático que ha hecho posible una burda tergiversación de la historia gracias a novelas, filmes, colaboración mercenaria de periodistas, profesores universitarios de Historia y muchos medios económicos que llevan años en una tarea que ha culminado en algo que un día será como el Valle de los Caídos franquista. Todo ello queda puesto en valor en la frase que el delegado del Gobierno en esta comunidad utiliza en el artículo publicado en “El Correo” del día 5 de junio de 2021: «Los cimientos del Memorial son la suma resultante de las tareas de archivo, investigación e historiografía. La solvencia y el rigor, sus señas de identidad». Difícil expresar en dos frases tamaño desaguisado histórico.

Desde que empezó hace años la tarea del relato poco se ha aportado: más ha sido una repetición de lo mismo para que calase socialmente esa versión de las víctimas por una parte y de los terroristas por otra. Aun siendo público que no existe internacionalmente un acuerdo sobre lo que incluye el concepto de terrorista, se ha conseguido que en el Estado español sea sinónimo de militante de ETA. Así, «víctima del terrorismo» es aquella y solo aquella que ha sufrido la violencia de ETA.

Tan burda era esta tesis que de alguna forma han querido paliar las objeciones esperables haciendo mención del Grapo, GAL... como buscando un autor para el resto de las víctimas del terrorismo. Pero jamás se ha investigado a fondo qué era el GAL, quién lo manipulaba, quién lo financiaba. Con respecto a las víctimas de las fuerzas de seguridad únicamente se ha utilizado la frase hecha «de abusos policiales» pero nunca esos abusos se han entendido como torturas, asesinatos... aunque en este país «umeek ere badakite» qué tipo de abusos eran.

En el citado artículo del delegado del Gobierno en la EAE se dice que «la foto icónica del zulo de Ortega Lara y de sus majestades los reyes en su interior, tratando de imaginar aquel encierro de un ser humano durante 532 días, define perfectamente los límites de la crueldad... que puede cruzar un hombre. Esos escasos cuatro metros cuadrados marcan la diferencia entre la civilización y la barbarie».

Si en ese Centro Memorial se pusieran escenas que han ocurrido en establecimientos oficiales del Estado español, los límites entre la civilización y la barbarie sería mucho mayores. Habría que colocar un espacio con huesos humanos en cal viva o escenas que se desarrollan entre un cuartel y el río.

Pero los responsables de poner información al alcance del ciudadano –y están cualificados como catedráticos de Historia de la UPV– no alcanzan a ver todo el panorama. Solo han descubierto una parte. Saben cuántos ha matado ETA pero al recordarles que hay ya casi 5.000 casos de tortura certificados siguiendo las pautas protocolarias internacionales responden, porque la única verificación válida en España es la dictada por los tribunales de Justicia españoles, que apenas son cien casos. ¿Acaso no es esto negacionismo? ¿De verdad creen que la Justicia española ha actuado con solicitud cuando se han presentado las denuncias?

Pero suponiendo que aceptaran los 5.000 casos de tortura como probados, cuando menos llamativo es el argumento que utiliza Antonio Rivera, catedrático de Historia Contemporánea de la UPV, en su artículo en “El Correo” del 1 de junio para rechazar el terrorismo de Estado: «El terrorismo precisa de un proyecto político, de una continuidad en el tiempo, de un entorno social de respaldo y de una elección instrumental por el procedimiento violento». Luego no entran ahí la mayoría de las violencias policiales u otro tipo de violencias sociales o estructurales.

Hay todo un montaje para que solo resalte una determinada violencia: se evita que la violencia pueda ser investigada. Si alguna persona es víctima mortal o torturada con signos visibles aún, la justicia no hace ninguna investigación. Y al carecer de la labor judicial los gobiernos mantienen una actitud pasiva. Finalmente, los historiadores y los periodistas hacen la labor de mentalizar a la población para que esta quede convencida de la tesis original que se ha fabricado previamente en las correspondientes instancias estatales: una gente radicalizada que se organiza como banda y que sin ninguna causa mata a gente inocente.

Los periodistas y profesores universitarios de parte consideran que ellos son los responsables de hacer llegar a la gente esa historia para que, sobre todo los jóvenes, conozcan lo que aquí ha ocurrido. Es difícil creer que estos profesionales actúan con profesionalidad ética cuando dicen que no hay más violencia que la encerrada en el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo.

Es muy loable la tarea que mucha gente realiza para restañar las heridas que tantos años de violencia han causado. Mi más sincero ánimo para todos ellos y ellas. Pero tenemos antecedentes que nos hacen pensar que, aduciendo todo tipo de razones, a menudo se espera a que el tiempo extienda una capa de olvido.