Raimundo Fitero
DE REOJO

Inflamación

Al atardecer, cuando el clima recuerda más a un otoño que a una llegada inminente del verano, los equipos de investigación de todos los centros universitarios públicos o privados repartidos por toda la geografía de la economía de mercado, repasan sus apuntes, redactan una nota preliminar, se toman unas cervezas, chocan sus puños y buscan la gloria de manera rápida por dos vías: mandando sus informes en el formulario oficial a alguna revista científica de esas que están bajo muchas sospechas de ser un engañabobos ya que si pagas publicas; la otra oportunidad llega a través de las redes sociales que difunden unas conclusiones tituladas de una manera adecuada y pueden acabar en los digitales y hasta en los pocos medios que todavía acunan a sus lectores con la sensación de confort del papel.

La última que agita la convivencia de manada es la que asegura que el coronavirus puede producir una inflamación de testículos. No se puede hacer bromas sobre esta pandemia. Los que hemos pasado por ella de un manera ligera, sabemos por cercanía, que existen muchos casos que sufren secuelas de larga duración, hasta sospechamos que muchas molestias sobrevenidas, vienen de esa infección. O de su vacunación. Incluso los que tienen el covid-19 persistente, esperan que se les encuentre una solución con urgencia, y hace unos pocos días, algunos científicos han llegado a la conclusión de que sería bueno vacunar a esas personas. Se sabe que, al menos, no empeora su situación. Este es un asunto de calado. 

Algunos tenemos inflamación de testículos metafórica crónica porque se pone fecha para la no obligatoriedad de la mascarilla en el exterior y se ha disparado el coro de la contestación nihilista, esa cuadrilla de gamberros iconoclastas al servicio de la mentira a protestar y advertir de los males que se nos avecinan.